la seguridad defensiva ha sido desde el arranque de la temporada la piedra angular sobre la que se ha asentado toda la excelente trayectoria del Deportivo Alavés a lo largo del presente curso, pero en los últimos compromisos ligueros el equipo de Natxo González ha perdido la solidez de la que venía haciendo gala desde hace meses para convertirse, sobre todo en sus dos últimos partidos a domicilio, en un conjunto tremendamente endeble, fácilmente superable y preocupantemente timorato. Encadena El Glorioso por segunda vez en lo que va de temporada tres jornadas consecutivas recibiendo goles. En la primera vuelta sucedió también ante Amorebieta y Lleida y les siguió la Gimnástica, próximo oponente, mientras que ahora ha sido el Sestao el que ha abierto la veda. Pero si entonces fueron apenas tres los goles encajados, la cifra ahora se va hasta los cinco. Y en dos ocasiones han sido más de una las veces en las que el guardameta albiazul ha tenido que ir a sus mallas a sacar un balón, las mismas que se habían padecido con anterioridad en todo el curso con los tres goles recibidos en Eibar y los dos encajados en Zaragoza.

Pero si malos son los registros numéricos, peores son las sensaciones que está transmitiendo el entramado defensivo del equipo. Donde existían antes peajes por los que resultaba muy caro pasar, ahora hay autovías por las que correr a gusto. Donde había seguridad, ahora reina la endeblez. El principal problema está centrado en un eje de la zaga que se encuentra en un momento muy bajo, pagando la factura de tantas lesiones. El ejemplo más claro lo protagoniza Javi Hernández, que ha pasado de ofrecer una seguridad sobresaliente a evidenciar una preocupante falta de ritmo y una lentitud de movimientos que le hace vulnerable. Pero, claro está, el problema no es solo del manchego.

Y es que, como en Sestao, el equipo se empeñó ante el Lleida de sacar el balón jugado desde atrás antes una presión asfixiante que le hizo pagar caros sus errores en la circulación, donde fallaron desde el primero hasta el último de los albiazules. Pérdidas incomprensibles que propiciaron contragolpes rápidos y tremendamente certeros con los que los ilerdenses dinamitaron a Crespo dejando descerrajado el candado.