Vitoria. No será el más brillante. Ni el más espectacular. Ni el que más pasiones desata con un fútbol de fantasía. Ni falta que le hace. Este Deportivo Alavés es un líder por antonomasia y lo que precisa el que ostenta esa condición es no fallar casi nunca, tener una fiabilidad casi absoluta y ser capaz de no pisar charcos o, en de hacerlo, resolver las situaciones comprometidas para que de una chispa no surja un incendio. Y ahí el equipo de Natxo González es el número uno, el mismo que desde hace meses acompaña a su nombre en la clasificación. Cual Miguel Indurain del balompié, desde que se vistiera hace ya meses con el maillot amarillo que distingue al mejor, este Glorioso se ha dedicado a instaurar un ritmo demoledor que ha ido destrozando a sus rivales por el camino dejando a su paso un reguero de cadáveres que ven con impotencia cómo las distancias se siguen abriendo sin remisión para diferenciar al mejor del resto. Constante, serio, efectivo y, a la postre, inalcanzable. Lo mismo que el gigante de Villaba trituraba pelotones a base de patear con fuerza los pedales, este Alavés los destroza con incomparable eficiencia. Y, encima, regalando ayer dos golazos de videoteca.
Ante un rival del potencial defensivo del UD Logroñés se esperaba un duelo muy trabado y el guión se desarrolló como estaba preestablecido, dando lugar a un duelo de control alterno en el que tanto vitorianos como riojanos disfrutaron de profundidad con el balón pero les faltó habilidad en los metros finales para buscar remates precisos, siendo del Alavés los dos más claros aunque los visitantes se plantaron en un par de ocasiones en los dominios de Crespo con una ventaja que desaprovecharon.
El principal problema con el que se encontraron los pupilos de Natxo González fue una tremenda espesura en la zona de creación entre líneas. Sabido es que este equipo no acostumbra a edificar el juego circulando el balón desde atrás, ya que suele comenzar a generar desequilibrios a través de la calidad de su línea de mediapuntas, pero ayer ni Sendoa ni Viguera tuvieron el punto de lucidez necesario como para crear ventajas con el balón en los pies. Entorpecidos por el entramado defensivo del Logroñés y erráticos cuando disfrutaron de espacios, los dos genios se quedaron durante toda la primera parte dentro de su particular lámpara.
De esos problemas en la circulación, con muchas pérdidas en el pase, surgieron las mejores acciones visitantes, aunque ninguna de ellas acabó en remate que apurase a Crespo. Por parte albiazul, un par de disparos de Sendoa y Guzmán fueron el principal peligro ante la ineficacia a la hora de enganchar el balón en los centros desde los laterales o las jugadas de estrategia, tan cuantiosas como improductivas.
El primer acto se cerró con el cambio de bandas entre Guzmán y Sendoa y la variante tuvo su efecto positivo con celeridad en el inicio del segundo periodo. El extremeño se convirtió en figura principal y de su asociación con Viguera empezó a brotar el peligro a borbotones. Eso sí, a la hora de la verdad fue Guzmán el que la cazó, la guisó y se la comió en una jugada individual en la que a base de un par de recortes y velocidad se plantó ante el guardameta para definir a la perfección de disparo cruzado.
Con más de media hora por delante, el Alavés demostró que había finiquitado el partido a base de percutir y percutir sobre un Logroñés que quedó por completo desarbolado tras ese mazazo. La persistente insistencia de Guzmán desde la izquierda y las constantes apariciones de Viguera convirtieron la zaga riojana en una cómoda autovía por la que la vanguardia albiazul se movió a su antojo.
En una de esas ofensivas, de nuevo fue una individualidad, en este caso de Viguera, la que aportó la calma definitiva y evitó el sufrimiento habitual. De nuevo un par de regates para zafarse de la zaga y un zurdazo perfecto y cruzado para batir a Sergio y asegurar la suma de tres nuevos puntos que trasladan la presión al Athletic.