la Segunda División B es una categoría plagada de desequilibrios. Si la diferencia entre los todopoderosos Barcelona y Real Madrid es planetaria en la otrora llamada Liga de las estrellas, las diferencias entre los competidores se vuelven galácticas en la categoría de bronce del fútbol estatal, donde la crisis económica golpea aún con más contundencia y donde la mayoría de los clubes cuentan con unos recursos tremendamente limitados para competir. Por circunstancias, equipos históricos como lo puede ser el Deportivo Alavés tienen que bregar cada fin de semana con otros conjuntos a los que solo se parece por compartir la misma categoría. Uno de esos ejemplos lo representa el Peña Sport, el rival de mañana, uno de esos clubes humildes que pueblan la Segunda B, una categoría que supone su techo competitivo. Establecer cualquier tipo de similitud entre ambos clubes resulta imposible, aunque, a fin de cuentas, es sobre el césped donde se tienen que ganar los puntos. Y, recurriendo al tópico, en el once contra once cualquier resultado es posible.
La primera diferencia evidente es la económica. Es el Alavés un club asentado en una ciudad que supera los 240.000 habitantes, con un importante arraigo social y el apoyo de instituciones y anunciantes. Así, su presupuesto se eleva hasta los tres millones de euros lo que, aunque un tercio de esa cifra vaya destinado al pago de sus deudas pasadas, le convierte en uno de los equipos más poderosos de la categoría. Por contra, el Peña Sport representa a una localidad de poco más de 11.000 habitantes como Tafalla y comparte categoría con otros cuatro clubes navarros (Osasuna B, Izarra y Tudelano), estando por encima de todos el referente que es Osasuna, con el que está convenido. Así, obtener recursos monetarios, más aún cuando se ha visto perjudicado por el recorte de las subvenciones, es mucho más complicado y el presupuesto ronda los 150.000 euros, siendo uno de los más modestos de todo el grupo.
Esas diferentes prestaciones económicas provocan diferencias notables en la composición de una y otra plantilla. Y es que mientras que el Alavés ha tentado a varios de los mejores jugadores de la categoría y a unos cuantos con experiencia en Segunda División sin importarle la procedencia, el Peña Sport recurre a jugadores locales con experiencia en Segunda B y Tercera con alguna excepción que ha militado en la categoría de plata.
Igualados en el césped En El Glorioso solo hay un vitoriano, Manu García, y otro alavés, Urtzi Iturrioz, dentro de un equipo en el que hay otros tres vascos (Beobide, Sendoa y Jonan), cuatro catalanes (Rubio, Ayala, Jaume y Miki), tres extremeños (Agustín, Guzmán y Luismi), dos riojanos (Miguel y Viguera), un gallego (Luciano), un valenciano (Juanma), un manchego (Javi Hernández), un madrileño (Negredo), un castellano-leonés (Barahona), un andaluz (Juanje), un navarro (Laborda) y un cántabro (Crespo). Mientras, en el conjunto de Tafalla dos jugadores (Ainzua, Esquiroz) son de la propia localidad y de entre el resto hasta trece son navarros con las siete excepciones que completan la plantilla que son Castán (Huesca), Liébana (Girona), Borrell (Barcelona), Zubillaga y Rodellar (Gipuzkoa), Toni (Madrid) y Casi (Murcia).
En los sueldos las diferencias también son patentes, ya que el jugador que menos cobra en el Alavés percibe un suelo superior al mejor pagado del conjunto navarro -Laborda estaba percibiendo alrededor de 600 euros mensuales siendo uno de los mejores del equipo y el tope ronda los 1.500 euros habiendo algún jugador que apenas cobra 150- amén de disfrutar de otras ventajas como la posibilidad de vivir en un piso del club. Por obligación, todos los albiazules han de residir en Vitoria, mientras que en el Peña Sport son mayoría los que recorren casi a diario para entrenar o jugar los poco más de treinta kilómetros que separan Tafalla de Pamplona, repartiéndose en un par de furgonetas para abaratar los costes.
Pero la gran diferencia es que mientras que los jugadores y los técnicos del Alavés se dedican única y exclusivamente al fútbol, en la plantilla y el banquillo del Peña Sport hay mucha gente para la que el balompié es una bonita afición que les sirve para complementar el salario que perciben de sus labores profesionales en otras áreas. No es extraño en un club humilde que cabalga entre Segunda B y Tercera y que no puede proporcionar unos sueldos que permitan ganarse la vida solo de darle patadas al balón.
Esas obligaciones laborales llevan a que los entrenamientos, cuatro por semana más el partido correspondiente, se desarrollen siempre por las tardes utilizando el césped natural del estadio San Francisco o desplazándose a la superficie artificial casi adyacente. Mientras, el Alavés se ejercita cinco veces por semana, casi nunca toca el césped de Mendizorroza donde juega sus partidos y dispone de toda una ciudad deportiva y diversas instalaciones añadidas para desarrollar su trabajo semanal.
Eso sí, como tras sus primeros días de trabajo se encargó de señalar Laborda, más que las diferencias en las instalaciones lo importante es el distinto ritmo con el que se trabaja en cada equipo. Sin ir más lejos, al propio delantero navarro le costó asumir el cambio de intensidad y exigencia en sus primeros días en Ibaia.
Mil y una son las diferencias entre la cúspide y los humildes de la categoría de bronce, pero el balón iguala a los futbolistas sobre el césped y son ellos los que se tienen que encargar de que esos distintos potenciales entre los clubes queden reflejados en el marcador.