cierra el Deportivo Alavés un año, el 2012, dividido en dos por el tajo que separa una temporada, la 2011-12, de la siguiente. En apenas un par de meses, los que van desde mayo a julio, el equipo albiazul sufrió una transmutación prácticamente completa que le condujo a variar su faz tanto física como mentalmente. Y es que, tras el enorme fracaso deportivo con el que se cerró el pasado curso, la renovación de la estructura competitiva de cara a la presenta campaña fue tan importante que hasta los más avezados tenían importantes problemas para encontrar algún rostro conocido de antaño en el organigrama, desde la dirección deportiva hasta el utilero, de la entidad alavesista, que ahora galopa con paso firme en pos de ese ascenso tan deseado como necesario.

El discurrir de los primeros meses del 2012 fue tanto o más triste que el devenir del equipo antes del cambio de año. Sin refuerzos importantes en el mercado de invierno, Carlos Granero no fue capaz de sacar partido a una plantilla ya de por sí bastante mal configurada y en la que varios de los jugadores llamados a tirar del carro ni siquiera se subieron al mismo. El valenciano tocó todas las teclas en busca de soluciones y dejó actos de cara a la galería que pusieron a los futbolistas a los pies de los caballos, pero los cinco meses que quedaban para conseguir un hueco en el play off fueron un constante quiero y no puedo.

Con el empate como resultado primordial, los albiazules se fueron dejando puntos por el camino y con ellos las posibilidades de acercarse a un puesto de fase de ascenso. Pero lo peor de todo es que ni siquiera la quinta posición fue capaz de asegurar el conjunto vitoriano, ya que en una triste jornada final se vio superado por el UD Logroñés para acabar firmando el peor balance en los tres cursos de andadura en la categoría de bronce, a la que se veía abocado por cuarta campaña consecutiva sin tener siquiera la opción de disfrutar de una eliminatoria de ascenso.

Con al decepción deportiva rumiada desde hacía tiempo, el curso se cerró el 13 de mayo y dejó paso a un tiempo de conjeturas, rumores, dimes y diretes que causó alarma en el alavesismo. Que se quería dar un golpe de timón desde la directiva era una evidencia, pero el tiempo tardado en dar ese paso fue tal -sin explicación alguna mediante- que más de uno pensó que de tanto retraso no se podía sacar nada bueno, como ya ocurriera en 2011 con la tardanza en el traspaso de poderes entre directivas que entorpeció la confección del nuevo proyecto deportivo.

Finalmente, tras descartar la continuidad de Dani Barroso y Carlos Granero -quienes se marcharon con un plan ya definido para el curso 2012-13-, el Alavés volvió a echar mano de un viejo conocido, la misma persona que hace casi dos décadas le sacó del pozo de la Segunda B. Javier Zubillaga, director deportivo albiazul entre 1994 y 1996, regresaba a la entidad del Paseo de Cervantes con el objetivo de ensamblar de nuevo un proyecto con ínfulas de éxito y, al mismo tiempo, marcado por una austeridad en el gasto que, en todo caso, no impedía que el conjunto vitoriano partiese con uno de los presupuestos más poderosos.

Una de las primeras decisiones de Zubillaga tuvo como protagonista a otro viejo conocido en la casa alavesista, el técnico Natxo González. Emigrado a Cataluña tras destacar en las categorías inferiores del club vitoriano, Natxo González se forjó un brillante renombre conduciendo a exitosas campañas a Reus y Sant Andreu y después de diez años volvía a su hogar para acometer el reto de devolver al equipo de su corazón al fútbol profesional.

Sentados a su mesa de trabajo, los dos técnicos no tuvieron dudas a la hora de valorar la necesaria regeneración de una plantilla que había fracasado por completo. La remodelación fue de tal calibre que solo tres de los componentes del anterior equipo (Óscar Rubio, Salcedo y Sendoa) comenzaron la nueva campaña dentro de una revolución que también afectó al cuerpo técnico.

Para la renovación del plantel, Zubillaga y Natxo González echaron mano, principalmente, de jugadores por ellos conocidos en sus anteriores etapas profesionales y se acabó conformando un bloque con muchos futbolistas con experiencia en Segunda y con una mezcla de hombres sacrificados en las labores de contención y virtuosos para la vanguardia.

El preparador vitoriano no tardó en imprimir su particular sello, marcado por la seriedad defensiva, al colectivo y los resultados positivos comenzaron a llegar en catarata en un arranque espectacular, tanto en Liga como en Copa. Como si fuese la muestra del cambio de los tiempos, la suerte, otrora esquiva, volvió a mostrar su sonrisa al Alavés, líder del Grupo II casi desde el inicio del curso y premiado con una eliminatoria copera contra el Barcelona.