Vitoria. Para la locomotora albiazul no existen estaciones ni apeaderos donde detenerse a tomar un respiro. Puede que a veces le cueste, como ayer, ponerse en su habitual velocidad de crucero, pero cuando empieza a echar carbón en los intestinos de su maquinaria y sus rodamientos dejan de chirriar sobre los raíles convierte su fútbol en un sistema de engranajes perfectos que le permiten triturar, además con aparente facilidad, a cada rival que se interpone en el camino hacia sus objetivos. En ocasiones, además, lo hace disfrutando de una absoluta placidez de la que hacen gala los equipos que aspiran a ser grandes, que, como este Deportivo Alavés, deciden cuándo y cómo ha de resolverse cada compromiso.
Durante la primera parte, el cuadro albiazul se sumió en un desierto insulso bastante infrecuente cuando toca actuar en Mendizorroza. Sin ritmo, sin precisión, sin acierto entre líneas y sin velocidad. Ninguna de sus virtudes más destacadas apareció en una primera media hora en el que fue el Racing en que protagonizó varias tímidas acciones de peligro ante un equipo de Natxo González completamente romo y en el que el único destacado era un Juanma hiperactiva en la punta de ataque en la búsqueda de balones.
De esa inoperancia, comandada por un centro del campo en el que una vez más Miki naufragó de manera preocupante -Jonan tuvo que descolgarse de manera permanente para intentar generar juego-, surgió una primera parte completamente plana y tan roma que ni siquiera dio para probar los reflejos del guardameta visitante, que vivió en una inesperada placidez el paso de los minutos hasta el camino de los vestuarios. El único apunte alavesista llegó en el tramo final de ese período inicial, cuando ya con balón controlado fue capaz de entrelazar varias acciones de relevancia buscando los desdoblamientos de los laterales por las bandas, pero en las que el peligro fue inexistente, lo mismo que en las muchas acciones a balón parado que llegaron por las muchas faltas sobre Barahona y el mencionado Juanma, los dos más activos.
Los quince minutos de reflexión en el vestuario le sirvieron al equipo para darse cuenta de que necesitaba imprimir un ritmo más alto, pasar a quinta marcha al ser imposible ganar en tercera. Y siguiendo el guión de dominio de los últimos minutos de la primera parte, abrió la segunda con un punto más de velocidad y chispa que, además, vino acompañado del acierto que antes le había faltado en la ejecución de las jugadas de estrategia.
Así, tras un buen cabezazo de Manu García salvado bajo palos, César metió en su propia portería un saque de esquina del vitoriano muy cerrado que no pudo tocar Agustín pero que rebotó en la rodilla del defensa para abrir el marcador. Llegaba ese necesario punto de calma que el equipo que es favorito suele perder cuando pasan los minutos y no es capaz de poner el marcador a su favor y eso, unido a la notable mejoría del juego, propició que el Alavés se adueñara ya por completo del partido, pudiendo haber sentenciado el mismo casi de inmediato si Juanma no llega a errar lo que parecía más sencillo, el remate final, tras haber dejado sentada a toda la zaga santanderina.
El creciente dominio alavesista no evitó algún susto por la falta de contundencia en las inmediaciones del área, pero tras la principal acción de peligro del Racing en todo el partido, una doble ocasión desbaratada entre Iturrioz y Manu García, el Alavés lanzó un contragolpe perfecto que sentenció el duelo. La velocidad de Barahona para superar a la carrera a sus rivales por la izquierda y la contundencia y poderío de Juanma fueron determinantes para asegurar el triunfo sin mayores sufrimientos con casi media hora por jugarse que resultó completamente plácida. Otra tarde redonda que no fue perfecta por esa suerte que casi siempre acompaña al Eibar y que permitió a los armeros ganar en el último segundo para mantener así viva de momento la batalla por el liderato.