que el próximo rival del Deportivo Alavés, el filial del Racing de Santander, se encuentre compitiendo esta temporada en Segunda División B responde a una cuestión económica difícilmente explicable y a la penosa estructuración que padece el fútbol estatal. La combinación de uno y otro aspectos provocan situaciones surrealistas allá por cada mes de julio de unos últimos años marcados por la crisis financiera y propician que equipos sin méritos deportivos pero con recursos monetarios habiten en una categoría de bronce que cada temporada que pasa ve decrecer su nivel sin que la Federación Española de Fútbol, y al mismo tiempo la Liga de Fútbol Profesional, se decidan a dar el definitivo y necesario paso de darle al balompié español la estructura competitiva que lleva años reclamando y que tan necesaria se hace ante la constante depauperación de un actual sistema completamente insostenible.
El rival alavesista de mañana militaba la pasada campaña en el Grupo Cántabro de Tercera División y en ese mismo lote debería haber permanecido de no imperar en el ente federativo los intereses económicos por encima de los deportivos. El filial racinguista fue tercero en su competición y alcanzó la última ronda del play off de ascenso, en la que cayó ante el Peña Sport después de haber eliminado a Cultural Leonesa y Alondras.
Perdida la oportunidad de ascender en los terrenos de juego, al Racing se le abrió la opción de subir en los despachos al confirmarse los descensos por impagos de cinco clubes que tenían plaza asegurada en Segunda B. Palencia, Denia, Puertollano, Badajoz y Ceuta descendían -y algunos desaparecían- por no poder hacer frente al abono de los salarios de las plantillas y se abría la carrera por comprar una plaza en la categoría de bronce, tasada en 190.000 euros, la media de las deudas acumuladas por parte de los cinco descendidos.
rocambolesca carambola El Racing fue uno de los solicitantes de plaza en Segunda B y finalmente se hizo con el hueco dejado por el Palencia. Una auténtica carambola. Primero por la renuncia de los equipos de Tercera de Castilla y León a adquirir los derechos de su vecino. El Cristo Atlético disponía del dinero necesario, pero la obligación de presentar un aval por valor de 200.000 euros fulminó sus opciones, un aval al que no tuvieron que hacer frente los cuatro filiales que subieron (además del Racing, Espanyol, Levante y Real Madrid C, la quinta fue para el Avilés, que sí hubo de presentar garantías) al pertenecer dichos clubes a la LFP.
Segundo, por el hecho de que no se había llevado a cabo la composición de grupos de la categoría de bronce. Así, se respetó para la adjudicación de plaza el reparto territorial del pasado curso en el que cántabros y castellano-leoneses estaban juntos, una distribución que ha cambiado en el presente al confeccionarse los grupos de distinta manera. De haberse respetado el sistema de adjudicación utilizado habitualmente, la plaza del Palencia podría haber sido para el Celta B, ya que gallegos y castellano-leoneses comparten este año el Grupo I, permaneciendo los cántabros en el Grupo II.
Y para rematar todo el entramado, la situación de un Racing hundido económicamente, con una deuda concursal de 48 millones de euros, que a principios de julio estaba regido por unos administradores concursales a la espera del registro de los consejeros y que optó por desembolsar esos 190.000 euros que suponía la compra de una plaza, a los que hay que añadir el presupuesto necesario para competir en Segunda B, mientras que en la primera plantilla no acababan de llegar los refuerzos necesarios por culpa de la falta de dinero y de la incertidumbre existente en la cúpula de la entidad.