Vitoria. Dice el refranero castellano que unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Pues algo así se puede aplicar al partido que el pasado sábado enfrentó al Deportivo Alavés con el Lleida. Fueron los jugadores del conjunto catalán los que se pasaron gran parte del choque tendidos sobre el césped de Mendizorroza supuestamente doloridos al haber sufrido diversos golpes, pero a la hora de la verdad fueron los albiazules los que hubieron de ser atendidos con razones sobradas por los servicios médicos.

El conjunto catalán, del que ya se manejaban informes acerca de su tendencia por desarrollar sus partidos de la manera más trabada posible y también de su dureza, se aplicó al máximo para conseguir cortocircuitar al máximo el juego alavesista, echando mano de todos esos recursos que se denominan comúnmente como otro fútbol, pero que en realidad exceden sobradamente el reglamento.

El problema es que los árbitros no suelen aplicar el mismo en toda su extensión y permiten que equipos como el Lleida saquen tajada de sus argucias y artimañas. El del sábado no fue una excepción, ya que ni castigó las pérdidas de tiempo ni tampoco sancionó como debía la dureza ilerdense.

Así, los catalanes se dedicaron a perder tiempo casi desde el primer segundo. Cada vez que hubieron de sacar una jugada a balón parado, alargaron la ejecución mucho más allá de lo lógicamente previsible. Por si fuera poco, cada contacto con un jugador del Alavés se saldaba con un jugador visitante sobre el césped. En varias ocasiones se reclamó, con evidentes gestos de dolor, la presencia sobre el terreno de juego de las asistencias, que entraron hasta en cuatro ocasiones. Eso sí, en ninguno de los casos hubo de ser suplido el futbolista aquejado de supuestos dolores que sirvieron para cortar el ritmo y perder muchos segundos posteriormente no compensados por mucho que el colegiado añadiera seis minutos en la segunda parte después de dar solo veinte segundos en la primera.

De la misma manera, la excesiva contundencia ilerdense en sus acciones propició que fueran los albiazules los que se fueran dañados del campo. El mejor ejemplo, el de Asier Barahona, con un par de puntos en la nariz por un codazo dentro del área que el colegiado ni siquiera castigó.