CUANDO sobre el césped se encuentran un conjunto con varios campeones del mundo y de Europa en sus filas con otro que debe conformarse con pelear cada semana por tratar de abandonar cuanto antes el pozo de la Segunda B, la lógica dicta que el resultado tiene que ser claro a favor del primero de ellos. Sin embargo, la magia del deporte es que nunca pueden descartarse las sorpresas y ejemplos sobrados a lo largo de la historia hay de ello. A ese clavo ardiendo se aferró el Alavés para tratar de acometer la difícil empresa de tratar de contener al todopoderoso Barcelona. Para ello diseñó un plan basado en el esfuerzo colectivo y el trabajo sacrificado para reducir al máximo posible la capacidad de maniobra de las estrellas azulgranas. No fue suficiente. A la conclusión de los noventa minutos, el sudor albiazul no tuvo más remedio que hincar la rodilla ante la clase culé.

Durante el primer periodo del choque, la estrategia de Natxo González dio sus frutos y a lo largo de muchos minutos el Alavés fue capaz de tratar casi como un igual a su oponente. Sin renunciar a su estilo de juego valiente y buscando las combinaciones rápidas para tratar de llegar hasta las inmediaciones de Pinto pero teniendo igualmente muy claro que el más mínimo error podía costar muy caro, el Alavés consiguió no verse sometido al abusón juego del Barcelona. Bien es verdad que, de vez en cuando, los ramalazos de la excelsa calidad que atesoran Iniesta, Villa, Cesc y compañía le permitían sembrar la inquietud en la grada, pero no lo es menos que la zaga azulgrana también debió extremar la atención para no recibir una sorpresa desagradable.

Al filo del descanso, las amenazas pasaron de las palabras a los hechos y Villa, mortífero como pocos y con ganas de reivindicarse en cada pelota tras su largo periodo de convalecencia, protagonizó el primer gran roto del traje albiazul. Aguantó el tirón no obstante el Alavés y retornó del paso por los vestuarios dispuesto a recuperar el guión inicial camino del éxito. No se lo permitió el Barcelona. Cuando apenas habían transcurrido cinco minutos de esta segunda parte Iniesta demostró porqué es uno de los mejores jugadores del mundo y con un disparo repleto de clase terminó de romper el choque. A partir de ahí, ya quedaba poca convicción y menos fuerzas todavía en las filas de los de Natxo González.

Lo siguieron intentando, no obstante, aunque para entonces el Barcelona maniobraba ya con mucha más comodidad. Controlando la pelota con la paciencia y calidad que sólo está al alcance de los excelentes jugadores azulgranas, fueron encerrando al Alavés hasta que, ya en el último suspiro, Cesc Fàbregas cerró el marcador con el tercer tanto de la noche. Un resultado que entra, en definitiva, dentro de los parámetros de la lógica y de lo esperable pero que supuso demasiado castigo para un Alavés que se dejó la piel en pos de su sueño.