Vitoria. "Nos hemos quedado sin pan, todo el mundo viene a comprar para hacerse el bocadillo a la tarde para ir al fútbol y ya no nos queda prácticamente nada". A la una y media del mediodía, esta era la explicación que se ofrecía en una panadería vitoriana para justificar la escasez de género. Y el mejor resumen también de la expectación generada por el enfrentamiento del Deportivo Alavés con el Barcelona. La que llevó a veinte mil almas -más todas las que no pudieron acceder a una entrada y se tuvieron que conformar con seguir el choque por la televisión- a sacrificar unas horas de sueño y someterse al intenso frío reinante en la noche de ayer. Nada importaba. Después de demasiado tiempo de sufrimiento y sinsabores se trataba de una jornada ideal para disfrutar y nadie estaba dispuesto a perdérselo.
Así, más de dos horas antes del inicio del duelo, el ambiente ya se podía palpar bien a las claras en las inmediaciones de Mendizorroza. Pese a que todavía faltaba mucho para que las puertas se abrieran, el parking del estadio ya se encontraba prácticamente lleno y las camisetas albiazules daban color a la noche. Era sólo el principio. Conforme pasaban los minutos el ambiente se iba caldeando y la expectación seguía aumentando. Un buen grupo de aficionados -de ambas escuadras- se arremolinó en torno a la puerta de acceso al campo esperando la llegada de las estrellas culés. Sin embargo, tras bastantes minutos de espera, debieron conformarse con ver pasar el autobús hasta las entrañas del estadio sin apenas poder intuir las siluetas de los futbolistas.
Por si acaso, unos seguidores albiazules ya les habían dejado un regalito en forma de pancarta admonitoria. "This is Mendi: 20.000 gargantas, once gladiadores. Tiembla Barça, tiembla".
Y es que estaba claro que la de ayer era una jornada de fiesta ocurriese lo que ocurriese sobre el terreno de juego, pero no menos evidente era que el Deportivo Alavés y su entregado público no estaban dispuestos en absoluto a entregarse a su poderoso contrincante sin haber luchado antes hasta la extenuación. "Podrán ser el mejor equipo del mundo pero nosotros somos El Glorioso y van a tener que sudar si quieren ganar", advertía Iñaki, ataviado de albiazul junto a su hijo, de diez años, que, por una vez, había conseguido retrasar la hora de irse a la cama pese a que a primera hora de la mañana le esperaba, como todos los días, la ikastola.
Mientras la pelota estaba ya a punto de comenzar a rodar sobre el césped de Mendizorroza, alguno trataba todavía de hacer su particular negocio. Así, en las inmediaciones de unas taquillas abiertas únicamente para resolver posibles problemas puesto que el papel se había agotado el sábado, se ofrecían entradas pata negra. La reventa, desconocida por estos lares en los últimos años, hizo acto de presencia.
A partir de ahí, la fiesta se trasladó al interior del estadio -que para la ocasión contó con dispensadores móviles de bebidas al más puro estilo de los conciertos multitudinarios- y toda la plantilla alavesista posó para el gran momento con una camiseta de apoyo al lesionado Rubén Negredo.
El fondo de las peñas, por su parte, desplegó una espectacular pancarta de apoyo en la que se dejaba claro que nunca se podrá matar el sentimiento albiazul. Y esa es precisamente la mejor lectura de lo sucedido ayer, que el Alavés renace y con él su gloriosa afición. Que dure muchos años.