Vitoria. El fútbol es, sin lugar a dudas, el deporte de las paradojas por excelencia. Ser mejor y disfrutar de muchas más ocasiones que el rival apenas sirve de nada. Marca el camino, pero poco más. Si la puntería y la fortuna te vuelven la espalda, de nada sirve disparar en incontables ocasiones sobre la portería del oponente. Hay días en las que parece que un muro infranqueable parece evitar lo que por el desarrollo de un partido sería lo más normal, que la insistencia otorgue su premio. Pero en este deporte el azar es tan importante como el merecimiento. De lo segundo, el Noja estuvo sobrado, pero el primero le volvió la espalda de manera casi cruel. La miseria del fútbol, que se convirtió en grandeza desde el punto de vista de un Deportivo Alavés que llevó el mismo camino que su rival hasta que en los minutos finales se le encendió la bombilla del acierto, la lucidez en el remate decisivo para acabar llevándose tres puntos de un partido que parecía abocado al empate a pesar de los esfuerzos de dos equipos que bien pudieron haber firmado un marcador de otra época. Aguantó El Glorioso -ayer comandado por Carles Claramunt al haber sido ingresado Natxo González por una bajada de tensión- imperturbable el bombardeo al que fue sometido y, cuando todo parecían ruinas, emergió potente para dinamitar a un rival desesperado al ver que ni siquiera todo su arsenal era suficiente para llevarse la batalla.
Desde el comienzo, el partido se convirtió en una conversación entre iguales, entre dos equipos que apostaron por el ataque y descuidaron la defensa para deparar uno de los partidos más espectaculares que se han visto en los últimos años a Mendizorroza. A quemarropa desde el primer minuto, como si fuese el último. Sorprendió el Noja por una calidad en ataque que le sirvió para hartarse de generar ocasiones a lo largo de todo el partido. Solo el desacierto en algunos remates y la pura chiripa en otras acciones le permitieron al Alavés, con un Miguel sobresaliente, mantener su portería a cero durante otros noventa minutos más, de manera increíble en esta ocasión.
Solo cuando el equipo albiazul fue capaz de frenar el correcalles en el que se había convertido el duelo se le vio superior. Tras un par de sustos morrocotudos, el balón comenzó a circular en el entorno de un Jonan erigido en capitán general de la ofensiva y las llegadas constantes por las bandas se convirtieron en un peligro perenne que amenazaba la meta visitante. Así, el Alavés recobró su guión habitual entre el final de la primera parte y el inicio de la segunda, pero también le faltaba el remate definitivo.
Aprovechó el Noja ese mal tan bien conocido para volver a coger los mandos del partido y generar un carrusel de ocasiones bien entrada la segunda parte que no acabaron en gol no se sabe muy bien a causa de qué. Cual martillo pilón golpeó constantemente el conjunto cántabro sobre la meta vitoriana, pero el yunque albiazul aguantó a las mil maravillas tanto envite para que en el tramo final del partido los papeles que durante tantos minutos había interpretado cada equipo variasen de manera radical.
Así, un Alavés que en ningún momento arrojó la toalla, que no perdió sus señas de identidad y que aguantó estoica y afortunadamente cada acometida del Noja, acabó transmutando en martillo pilón. El bombardeo al que fue sometido fue demencial y hubiese acabado con cualquier tipo de resistencia, pero no con la de este equipo que destila el aroma de los campeones y al que, de momento, parece acompañar esa suerte que también necesitan los conjuntos ganadores.
Y, al final, tras el reguero de sufrimiento se hizo la luz. Dos chispazos; dos goles. Negredo se convirtió en asistente de lujo. Con una pared habilitó el mano a mano de un Guzmán que al final eligió un remate, por fin acertado. Habían sido 86 minutos de enorme tensión, de fútbol eléctrico, de correrías por el campo, pero el extremeño devolvía el partido a la calma, sensación que ya en el descuento reafirmaba Jonan tras nueva asistencia de Negredo. Tras padecer en las trincheras, tras ver las bombas explotando cerca, El Glorioso salía a flote para, con dos acciones maestras, ganar una nueva batalla.