Vitoria. Ni el apagón de luz que sufrió Mendizorroza cuando el partido ya estaba decidido pudo eclipsar la exhibición futbolística de este nuevo Deportivo Alavés que cumple a la perfección con los preceptos de la competición. El primero de ellos, el que está por encima de todos, el de ganar. El segundo, importante también cumplido el primer y más aún cuando se juega en casa, el de divertir. De lo uno y de lo otro tuvo ayer la afición alavesista, que, apagón mediante, incluso coreó al equipo como en los conciertos aunque no fueran mecheros, la modernidad los ha suplido por las linternas de los teléfonos móviles, los que brillaban en las gradas tanto como lo hizo el equipo sobre el terreno de juego. Pronto es para echar las campanas al vuelo, pero la propuesta futbolística que ayer puso en escena el conjunto vitoriano es de las que conducen a la gloria. Eso sí, trabajo y competición hay por delante para seguir reafirmando estas excelentes sensaciones con las que El Glorioso obsequió a su afición.

Desde el primer segundo del partido desplegó el nuevo Alavés todo su repertorio futbolístico. Tacto y buen gusto a la hora de tratar el balón. Circulación rápida y precisa de las botas de un albiazul a otro. El esférico como protagonista principal. Sin esconderse, sin arrugarse, llevando el peso del duelo desde su primer segundo.

Y lo hizo el cuadro albiazul con esas armas que empiezan a ser ya bien reconocibles. Primero, a través del dominio de Miki y Jonan en el centro del campo. Dos cerebros piensan más que uno. Y mucho más que ninguno. A partir de ahí, y sin olvidar en ningún momento la seriedad defensiva que va a ser la seña de identidad de este equipo durante todo el curso, la búsqueda constante de la percusión por las bandas. Dobles parejas que se convierten en póquer. La derecha con Rubio y Guzmán; la izquierda con Manu García y Sendoa. Dinamita para las defensas. Centro, centro, centro y centro. De precisión, además. Todo en busca del remate definitivo. Del gol.

La primera parte alavesista fue de las de quitarse el sombrero. Y eso que el equipo está aún en fase de rodaje. Un Alavés para disfrutar y que acabó encontrando su premio a balón parado, una faceta en la que va a ser muy peligroso esta temporada por la altura de sus jugadores. Sin un delantero de referencia, hay que buscar alternativas. Un saque de esquina de perfecto diseño acabó en un tremendo barullo con hasta tres alavesistas buscando el mismo remate. Balón muerto para la irrupción de la pierna de Javi Hernández en medio del caos. Tranquilidad antes del descanso.

El SD Logroñés, prácticamente testimonial quitando alguna imprecisión albiazul, quiso pisar el acelerador en el arranque del segundo acto, pero el conjunto vitoriano le quitó las ganas de intentar cualquier atisbo de remontada.

Tras unas primeras escaramuzas con cierto peligro del cuadro riojano, el equipo de Nacho González devolvió el guión a su versión original. El mismo discurso de siempre. Banda, banda y más banda. Sobre todo la derecha en esta ocasión con la sobresaliente dupla conformada por Guzmán y Rubio. Eso sí, la acción definitiva tuvo a Sendoa como protagonista. Una ruleta en el área al más puro estilo Zidane que desbarató como pudo el guardameta, pero en el saque de esquina subsiguiente el vizcaíno se desquitó poniéndole el balón en la testa a Viguera, que logró la sentencia.

A partir de ese momento, el conjunto alavesista puso definitivamente el piloto automático. Ni pretendió hacer mucha más sangre ni al equipo del histórico Abadía se le vio con ganas de intentar la remontada. Apagón futbolístico que vino acompañado de otro lumínico que durante unos minutos hizo peligrar la conclusión de un partido que técnicamente ya había finalizado en el minuto 60, tiempo más que suficiente para que Mendizorroza disfrutase con este ilusionante Alavés.