Vitoria. Largo y tendido había hablado José Carlos Granero de los riesgos del partido inaugural del año y el Deportivo Alavés se sumió ayer en un desierto futbolístico que le costó casi 90 minutos atravesar. Plano, sin ideas, sin llegada e, incluso, juguete roto en manos de una Gimnástica de Torrelavega que tuvo la victoria en sus manos pero que no supo matar el duelo. Ni siquiera a cinco llegaron los minutos de rabia alavesistas. Suficientes para rescatar un empate, pero para nada más. Un nuevo palo en las ruedas y un nuevo tortazo en Mendizorroza para este equipo incapaz de darse dos alegrías seguidas.

Se esperaba el cuadro albiazul un partido extremadamente complicado por las circunstancias de las que venía precedido y el guión se cumplió al dedillo. Ante un oponente bien plantado atrás, los pupilos de Granero sufrieron para llevar el peso del partido y no consiguieron alcanzar los metros definitivos con peligro alguno a lo largo de una primera parte para olvidar.

Los constantes intentos de llegar por las bandas con las incorporaciones de los laterales quedaban lastrados por unos centros que no encontraban rematador. La otra vía ofensiva, la del desequilibrio individual de Indiano partiendo desde la banda derecha, resultó la más amenazante para la Gimnástica, aunque el conjunto cántabro tampoco sufrió demasiado para taponar los agujeros generados con las llegadas del madrileño.

Poco o casi nada puso el Alavés en la balanza para desequilibrar el partido a su favor, pero lo cierto es que tampoco Rangel pasó demasiados apuros en una primera parte que comenzó muy alegre para volverse plana con el paso de los minutos. Eso sí, en un par de acciones el meta valenciano vio el peligro rondando sus dominios por culpa de sendos fallos de Quintanilla y Dani López que pudieron pagarse caros.

En el arranque del segundo acto pudo comprobarse bien a las claras que a Granero no le había gustado para nada lo visto en la primera parte y, en una decisión para nada habitual en el valenciano, decidió dar entrada a dos jugadores de refresco de manera inmediata. Jito y Sendoa, inoperantes hasta ese momento, fueron los sacrificados para dar entrada a Casares y al debutante Palazuelos, a los que el preparador albiazul dejó fuera del once inicial al tener dudas de su resistencia física.

Las variantes parecieron dar una nueva chispa al Alavés, pero el fuego del fútbol no llegó a prenderse cuando se vio que el equipo comenzaba a partirse en dos alarmantemente. Atacantes por un lado y defensores por el otro, una división que casi siempre resulta mortal para los conjuntos que la sufren. Así le ocurrió al cuadro albiazul.

Las escasas llegadas del conjunto vitoriano se vieron constantemente penalizadas por las rápidas salidas de una Gimnástica que supo percutir sobre los muchos huecos encontrados en un entramado defensivo al que le faltaban muchas piezas por encontrarse el equipo excesivamente estirado. Desaparecieron así las ayudas, las coberturas y los necesarios apoyos entre compañeros para cerrar las múltiples vías de agua que encontraba un cuadro cántabro que acabó sacando rédito a esa endeblez alavesista.

En una de esas acciones a la contra, esta vez por la banda derecha, un disparo lejano a priori sencillo para Rangel fue imposible de atajar para el meta valenciano. El balón fue rechazado y tras varios rebotes le acabó cayendo a los pies a Negredo, quien remató a placer el gol del equipo visitante en el minuto 68.

A partir de ahí, ni siquiera fue capaz de reaccionar el equipo de Granero, anclado en sus fallos y en sus propios miedos, incapaz de tocar a rebato y marcharse al ataque al todo o nada. Hubo que esperar al minuto 87, y a la expulsión de Nando, para que el Alavés realizase su primer disparo a puerta. Ahí se desencadenó un torrente atacante que concluyó con el empate con gol de Javi Rubio en el 90. Pero no había tiempo para más que una nueva igualada por culpa de una reacción demasiado tardía tras un largo desierto futbolístico.