Vitoria. Si el fútbol es apasionante es porque muchas veces resulta inexplicable. No hay que irse muy lejos para ver sucesos paranormales. Quien se acercó ayer por Mendizorroza pudo presenciar con sus propios ojos acontecimientos que no se creería de no verlos. Igualito que Santo Tomás. Explicar lo que ayer le ocurrió al Deportivo Alavés es casi tarea de adivinos porque la conjunción astrológica que le llevó al borde de la derrota, la que solo le permitió rescatar un punto mísero en el tiempo de descuento, es de las que se dan una vez cada muchos años. Hacía mucho tiempo que no tenía el cuadro albiazul un partido tan cómodo ante un rival a la vez inofensivo e inoperante que, incluso, hasta en varias ocasiones estuvo a punto de marcarse un gol en propia puerta. Miserias del fútbol, ese equipo, la Arandina, fue capaz de ponerse con ventaja en su único disparo en todo el partido. Mientras, un Glorioso erre que erre consiguió salvar un empate, que no los muebles, cuando el cronómetro ya agonizaba y después de haber dispuesto de más de una veintena de ocasiones de gol. Raro este deporte del fútbol, en el que el premio gordo no siempre se lo lleva el que más méritos hace. Y en esa peculiaridad, la de poder ganar a pesar de ser manifiestamente inferior, es donde reside su enorme atractivo.
La endeblez defensiva mostrada por la Arandina permitió al Alavés campar a sus anchas en ataque casi desde el pitido inicial. La pizarra se trasladó al césped sin que la ofensiva encontrase peajes en las autopistas de las bandas, por donde Sendoa y Casares, con las oportunas llegadas desde atrás de los laterales, pisaron con comodidad absoluta la línea de fondo para cansarse de generar peligro a través de centros al área que, o bien encontraban el remate, o bien eran despejados a saque de esquina por una zaga y un guardameta que transmitían una inseguridad notable.
Nunca antes en su actual andadura en Segunda División B se había encontrado el conjunto vitoriano con un oponente que opusiera tan poco. El juego se desarrolló casi por completo en las inmediaciones del área de la Arandina y solo la falta de acierto en los remates y la acumulación de efectivos visitantes en torno a su guardameta, unidas a un árbitro nefando, evitaron que al descanso el duelo estuviera completamente decidido, pues oportunidades tuvo de sobra el cuadro albiazul para marcharse con una ventaja que le permitiese sestear con tranquilidad.
un tiro, un gol El duelo anduvo por la misma senda, la de la impericia albiazul para aprovechar las concesiones defensivas de la Arandina, durante todos sus minutos, aunque en el 73 el guión cambió de manera inesperada al encontrarse el cuadro burgalés con un gol que ni siquiera había buscado. Un despeje en largo tras un saque de banda lo cazó Joaqui con un voleón ante el que nada pudo hacer un adelantado Rangel. Ver para creer.
No le quedó otra al Alavés que seguir por el mismo camino que ya llevaba recorriendo toda la tarde. Lo malo es que el correr de las manecillas del reloj, incluso ya antes del tanto de la Arandina, indicaba que no era el día en el remate de los albiazules. Una y otra y otra y otra vez. Hasta en veintiún ocasiones alcanzaron a disparar los alavesistas generando muchísimo peligro en cada una de sus acciones, muchas de ellas faltas de continuidad y de precisión, pero todas ellas con el mismo insulso resultado de no encontrar el camino correcto hacia la red, como si una barrera invisible se levantase sobre la línea de gol e impidiese al balón franquearla definitivamente.
Solo al final, sin apenas oportunidad para más, encontró el Alavés el premio del punto mísero al aprovechar Sendoa, quién si no, una de esas innumerables oportunidades albiazules. Lo que debía haber sido una cómoda victoria se quedaba en un insuficiente empate que vuelve a sembrar de dudas el devenir de un equipo que no acaba de hacer funcionar todas sus piezas de manera coordinada al mismo tiempo.