carlos Indiano baila sobre el césped. Mima la pelota, una lapa en sus pies, y manda. Organiza y dirige las operaciones de este nuevo Deportivo Alavés. Luis de la Fuente se ha decidido en apenas unas semanas a hacer lo que Miguel Ángel Álvarez Tomé no quiso: concederle la batuta. La creación del juego brota de su cabeza, germina en sus botas. El equipo albiazul late al ritmo que marca su corazón, el de un jugador con un talento poco habitual en la categoría y que ayer lideró al combinado albiazul para sacar adelante un partido que, pese al resultado, en absoluto resultó sencillo.
Indiano, un tipo sencillo, sonrisa en el vestuario, parece llamado a ofrecer su mejor fútbol esta temporada. La pasada no pudo. Se vio condenado a un segundo plano, seguramente inmerecido, que le privó de desenvolverse con la confianza que ahora destila a borbotones. El centrocampista madrileño fue uno de los jugadores que más brilló en el duelo frente al filial txuriurdin en Mendizorroza. Ofreció clarividencia para desatascar la circulación de balón en la medular, se asoció siempre con criterio con los atacantes y, para rematar una faena que mereció la apertura de la puerta grande, rubricó la victoria con un gol espectacular que disipó las dudas que se habían instalado en las gradas del estadio del Paseo de Cervantes.
Sobrevolaban los fantasmas de lo que aconteció una semana atrás en el Reyno de Navarra, el miedo a un nuevo empate postrero. Las piernas pesaban mucho. Algunos jugadores, como Javi Rubio, Salcedo o Lázaro, acusaban ya el esfuerzo mientras el conjunto que dirige Meho Kodro merodeaba con más frecuencia que peligro real la portería de Rangel. El equipo albiazul, como reconoció el propio De la Fuente, como pudo ver todo el mundo, necesita aún varias semanas de cocción física. Anda justo de gasolina. Hasta que surgió Indiano para acabar con las dudas, para aliviar las angustias de la parroquia alavesista, que ya vuelve a soñar con todo.
El jugador formado en la cantera del Atlético, que goza como los grandes futbolistas de esa amistad con el balón, adherido siempre a su pie, se desquitó cuando el reloj enfilaba el minuto 90 de la ocasión con la que pudo haber abierto el marcador en la primera mitad. En otra jugada muy similar, Indiano y su amigo esférico, pegajoso, se aliaron para liarla. Y lo consiguieron.
El tercer tanto del cuadro albiazul supuso un estallido de júbilo, de tranquilidad, de optimismo, de liberación. La gente quiere creer. Y este equipo, con su timonel a la cabeza, desea prolongar el sueño hasta el final de la temporada.