vitoria. El camino hacia la gloria que recorrió aquel inolvidable Alavés con destino a Dortmund estuvo plagado de obstáculos, de baches. Y los últimos los encontró muy cerca del escenario donde aquel equipo se convirtió en mito. Conforme se aproximaba la celebración de la cita se multiplicaban los problemas. Para el Liverpool, club históricamente habituado a la disputa de títulos, la final de aquella edición de la UEFA supuso sólo un episodio, casi anodino, en su dorado historial. Para el Alavés, sin embargo, los preparativos de aquel partido, tanto desde el punto de vista institucional como deportivo, exigieron grandes dosis de voluntad y muchas horas de insomnio.
La diferencia de pujanza entre ambas entidades resultaba evidente a ojos de cualquier observador imparcial. Y así debió de verlo la UEFA, que en la distribución de campos de entrenamiento estableció un agravio comparativo que sólo el carácter de Mané y una cierta dosis de teatro pudieron remediar. La final comenzó a disputarse antes de que pitara el árbitro.
El Glorioso se encontró con un patatal cuando, tres días antes del encuentro, la plantilla acudió en el autocar a realizar el penúltimo entrenamiento. La UEFA había asignado al equipo albiazul un campo plagado de hoyos, poco propicio para que un equipo profesional trabajase en vísperas de una cita de la trascedencia de la que le aguardaba en el Westfalen Stadium. En realidad, aquello no era un campo de fútbol. Se trataba de un recinto próximo al estadio, en la misma ciudad de Dortmund, habitualmente utilizado como escenario de prácticas para los lanzadores de un club de atletismo. El impacto de los proyectiles de los pesos, sobre todo, había dejado varias zonas impracticables. Y eso no le gustó demasiado al jefe de aquel Alavés.
"No nos trataron justamente. Nos dieron un trato de equipo pequeño", lamenta Mané, que diez años después sigue insistiendo en que aquel campo estaba en un estado mucho peor de lo que aseguran otros testigos, quienes bromean con la idea de que el técnico vizcaíno tiró de picardía para forzar a los responsables de la UEFA a cambiar el lugar de entrenamientos del equipo vitoriano. "Era un patatal", reitera Mané, que urdió una ingeniosa estrategia que implicó a sus colaboradores.
actor de hollywood En realidad, el entrenador se transformó en actor. Mosqueado hasta cierto punto por lo que consideraba una emboscada, se reunió en el centro del campo con el jefe de prensa, David Erice, y el delegado, Agustín Abascal, y comenzó su show. "Estaba enfadado, aunque quizá no tanto como dio a entender", recuerda el antiguo responsable de comunicación de la entidad, testigo presencial de los aspavientos y los gritos con los que el técnico vizcaíno protestó por la asignación de aquel campo. En la banda, atónitos, periodistas alaveses, ingleses y de otros países, tomaron nota e imágenes de aquel arrebato.
Lo que buscaba Mané no era otra cosa que hacer ver a los periodistas, y a través de ellos a los delegados de la UEFA encargados de organizar aquella final, que aquel patatal suponía un riesgo para los futbolistas y un insulto para un club modesto pero que se había ganado por derecho propio su presencia en aquel partido decisivo. "El recorrido de ellos no sé exactamente cuál ni cómo fue, pero el nuestro fue muy duro. Si estábamos allí fue porque habíamos ganado a grandes equipos", justifica Mané. Por supuesto, se salió con la suya. Al día siguiente, la UEFA cambió el escenario de entrenamiento. Y la víspera de la final pudo trabajar en el estadio que acogería el duelo.