si por algo se dintinguió aquel épico Alavés que maravilló a propios y extraños durante su exitosa andaduda en la Copa de la UEFA correspondiente a la temporada 2000-01 fue por sacar el máximo jugo a una serie de anónimos futbolistas cuyo esplendor en sus carreras futbolísticas tuvo lugar bajo su militancia en el club vitoriano. Juan Carlos Rodríguez, por entonces el secretarío técnico, acreditó una vista de lince para incorporar a precio de saldo a muchos de ellos, que se vieron revalorizados en la capital alavesa gracias a su excepcional rendimiento y permitieron ingresar años más tarde unos jugosos dividendos a las arcas del club tras las hábiles dotes negociadoras de Gonzalo Antón.
Los nombres más relevantes con los que el Deportivo Alavés efectuó el negocio del siglo fueron Cosmin Contra y Javi Moreno, por los que se ingresó la mareante cantidad de 3.500 millones de las antiguas pesetas. El laureado AC Milan, en clara decadencia al comienzo de la pasada década y sediento de títulos para intentar poner fin a una de las etapas más negras de su historia, realizó un desembolso impensable por dos de los mejores activos alavesistas, que iniciarían un imparable declive en el preciso instante que emigraron hacia tierras italianas. Por el primero, el adinerado club de Silvio Berlusconi y Adriano Galliani abonó nada menos 2.000 millones, mientras que por el segundo serían sólo 1.500. Ya fuera por un exceso de presión de sus espaldas, el diferente fútbol que se practica en el Calcio o cualquier otra razón, ambos fracasaron sin paliativos.
El lateral rumano, un puñal de la banda derecha cuyas incansables cabalgadas le convirtieron en aquel momento en una versión similar al barcelonista Daniel Alves, aterrizó en Vitoria procedente del Dinamo de Bucarest siendo un auténtico desconocido. Partido a partido, fue cautivando a la afición con un despliegue físico sensacional. Los rivales se veían impotentes para frenar a un infatigable correcaminos que fabricó infinidad de goles desde su zona gracias a sus célebres internadas y posteriores medidos centros al área.
un 'killer' del área Tantos o más honores recayeron en Javi Moreno, un depredador de los últimos metros reclutado del Alavés procedente del Yeclano de la Segunda División "B". Tras una cesión al Numancia donde ya acreditó sus letales dotes goleadoras, el nueve de Silla regresó a la capital alavesa dispuesto a labrarse un nombre en el fútbol europeo. En su primera campaña se vio eclipsado por el incombustible Julio Salinas y gozó de la titularidad en 20 partidos marcando únicamente seis goles. Tras la retirada del veterano vizcaíno, el panorama se despejó y su protagonismo a las órdenes de Mané subió muchos enteros al año siguiente, donde se vio catapultado hacia la gloria con unos registros de ensueño que ya hubiese firmado alguno de los delanteros más reputados del filmamento. Con 32 dianas repartidas entre Liga, Copa del Rey y la UEFA, el albiazul despertó el interés de los grandes transatlánticos continentales hasta recalar en tierras lombardas.
Contra y Javi Moreno no fueron, en cambio, las únicas piezas a las que encumbró el mejor Alavés de la historia. Jordi Cruyff, el hijo de uno de los futbolistas más grandes de la historia, había pasado con más pena que gloria por el Barcelona y el Manchester, masacrado por las lesiones. Su posterior año en el Celta tampoco supuso su rehabilitación hasta que el club vitoriano le brindó una nueva oportunidad en el verano del 2000. Llegó con la carta de libertad bajo el brazo, pero la ilimitada confianza del técnico de Balmaseda le permitió recuperar su mejor juego. Como prueba, un testarazo suyo prolongó incluso las esperanzas con el empate a cuatro en la inolvidable final de Dortmund ante el Liverpool.
El toque de distinción en el centro del campo alavesista procedía de las mágicas botas de Ivan Tomic, otro jugador que se hizo grande en el Alavés de aquella exitosa campaña tras caer antes en el anonimato en Italia. Cedido por la Roma, donde era una simple figura decorativa y su exquisito trato de balón no cuadraba con las características del arcaico fútbol transalpino, el virtuoso centrocampista serbio firmó una campaña de ensueño que ya no repetiría en ningún otro club extranjero.
Tan o más determinantes que los anteriores durante aquella idílica época alavesista fueron los centrales Oscar Téllez y Antonio Karmona, dos muros infranqueables que contuvieron a infinidad de rivales y candaron la portería. El madrileño y el bermeotarra confomaron una de las parejas de centrales más consistentes que se recuerdan. El primero, siempre que lo consintieron sus célebres problemas con la báscula y su agitada vida extradeportiva, alcanzó incluso la internacionalidad absoluta tras ser fichado en el verano de 1996 procedente del Pontevedra.
Como otros integrantes albiazules que dieron más tarde el salto a clubes más ambiciosos, después carecería de suerte en su periplo levantino. Ni en el Valencia ni el Villarreal dio la talla, lo que aceleró su regreso al club vitoriano. Por su parte, el incombustible Karmona dignificó con creces su capitanía con un compromiso a prueba de bombas. Fiel exponente del pétreo y rocoso futbolista vasco que no da un balón por perdido, suplió sus limitaciones técnicas con un portentoso despliegue físico en cada encuentro.
Sin hacer tanto ruido, la inestimable colaboración del resto tampoco puede caer en el olvido. Nombres propios que también pusieron su granito de arena para la causa alavesista y merecen su cuota de protagonismo fueron, sin ir más lejos, Hermes Desio, Martín Astudillo, Pablo Gómez, Ibon Begoña, Martín Herrera, Magno Mocelin, Iván Alonso o Delfí Geli. Todos ellos, que se vieron favorecidos por la positiva inercia de un bloque ganador, contribuyeron de manera decisiva a que el Glorioso alcanzara el mayor registro de su historia.
Antes de que el Liverpool se cruzara de manera cruel en el camino en una final inolvidable disputada a pecho descubierto y que se puso en contra desde los primeros compases con aquel testarazo de Marcus Babbel a la salida de una falta, el Deportivo Alavés tejió una superioridad indiscutible en las rondas anteriores. Los desconocidos Gaziantepspor y Lillestrom fueron las primeras víctimas de un equipo al que la cuesta se le empezó a empinar notablemente a partir de la tercera ronda. Frente a los turcos, se edificó la primera gesta a domicilio (3-4) tras un inquietante empate sin goles en Mendizorroza. El equipo estuvo eliminado hasta el minuto 55 cuando un gol de Tomic puso el momentáneo 2-2 y frenó el ímpetu local. Ante los noruegos, los de Mané dejaron sentenciada la eliminatoria en la ida con otra contundente exhibición (1-3) gracias a los goles de Ibon Begoña, Téllez y Contra. La vuelta en la capital alavesa (2-2) careció de excesiva emoción.
Entonces, llegaron las emociones fuertes. El Rosenborg, un asiduo por entonces de la Liga de Campeones que había doblegado al mismísimo Real Madrid, implicaba un salto de calidad. Y así sucedió. Los escandinavos también probaron la medicina alavesista en su propio feudo con aquel 1-3 que remontó el adverso 1-1 de la ida. En octavos, tocó en suerte el Inter, el vigente monarca continental y un bloque de ensueño que contaba, entre otros, con Vieri, Zanetti, Seedorf y Recoba. El equipo italiano recibió una humillación histórica en San Siro tras los postreros tantos de Cruyff y Tomic.
camino a dortmund Sin embargo, especialmente insultante resultó el dominio en las dos eliminatorias previas a la gran final ante el Rayo Vallecano en cuartos y, sobre todo, ante el Kaiserlautern en semifinales. Frente a los madrileños, el equipo adiestrado por Mané sentenció el cruce en Mendizorroza merced a un concluyente 3-0 y convirtió la vuelta en una pura anécdota. Los goles de Azkoitia, Dan Eggen y Vucko ahuyentaron cualquier tipo de fantasma y posibilitaron un clima de relajación. La derrota acaecida por la mínima en Vallecas (2-1), de hecho, representó el único borrón durante la competición antes de la final de Dortmund.
Lo mejor del repertorio se guardó para la antesala de la final. El conjunto alemán fue reducido a cenizas con una eliminación hiriente por un global de 9-2. El inolvidable 5-1 de Mendizorroza, materializado con los goles de Contra -en dos ocasiones-, Jordi Cruyff, Iván Alonso y Magno, tuvo su continuidad una semana más tarde con otro apoteósico 1-4 en el Fritz Walter Stadion que desató la locura en la afición alavesista. El indiscutible héroe en esta ocasión sería el croata Jurica Vucko, que firmó un doblete de oro y lideró una goleada rubricada por Iván Alonso y otro histórico como Rául Gañán, ahora en las filas del Eibar.
Aquel Alavés se ganó el respeto del fútbol europeo gracias a su humildad pero, sobre todo, un fútbol repleto de desparpajo y sobriedad. Mané construyó un bloque granítico en labores defensivas que en esa edición de la UEFA, sin embargo, cautivó por su excelente bagaje goleador.