Un club tiene que echar raíces con su entorno, su ciudad, su gente y aquella final era un momento histórico que debíamos aprovechar". Quien lo recuerda hoy, una década después, es Miguel Ángel Pascual, entonces director general del club y padre, entre otras benditas locuras, de la carpa que el club instaló en la plaza Reinoldik de Dortmund. Aquella brillante idea, gestada tras apear al Kaiserslautern alemán en semifinales, resultó un éxito sin precedentes que unió a ambas aficiones bajo un mismo techo creando un precedente en el fútbol europeo. Fruto de aquel exito, que contó con todo lo indispensable para la fiesta (gigantes, cabezudos, fanfarres, paella gigante, pintxos, miles de helados, disc-jockeys...), Europa puso a Vitoria en el mapa.

"Ni negociando los derechos de la final sudé tanto"

De regreso a Vitoria, al proyecto de la carpa se le fueron sumando pronto un torbellino de nuevas "locuras", recuerda Pascual. Tal vez la más inverosimil fue trasladar la tradicional bajada de Celedón a la capital alemana; romper con la historia y exportar el emblema alavés del 4 de agosto a la plaza bávara aquel 16 de mayo de 2001. Salvadas algunas discrepancias con personajes notorios y contrarios como el propio Celedón, encarnado entonces por lñaki Landa, que se negó a participar en la iniciativa, la maquinaria albiazul encontró el emplazamiento adecuado para el descenso en un campanario de la plaza, frente a unos almacenes comerciales y en un trayecto, eso sí, mucho más corto que el de la Virgen Blanca.

Sólo restaba obtener el permiso del cura de la iglesia para utilizar su torre, una empresa, aparentemente sencilla. Pero nada más lejos de la realidad. En una conversación kafkiana entre el propio Pascual, el intérprete del club y el cura, "éste iba poniendo una cara cada vez más sorprendente conforme le íbamos contando la idea, negándonos el permiso de forma reirerada y repitiéndonos una y otra vez que no, que no, que no…", rememora Pascual con una sonrisa en la cara. Pasaron los minutos y la negociación no avanzaba. Ni negociando con los ejecutivos de la UEFA los derechos televisivos de la final había sudado tanto el exdirector general. "Con la iglesia hemos topado", debió de pensar Pascual, incapaz de hacer entrar en razón a la curia hasta que activó la tecla que casi siempre abre las puertas.

"La locura dejó de ser locura"

El directivo alavés ofreció al sacerdote alemán un donativo de 250.000 pesetas de las de entonces y en ese momento, la locura del campanario dejó de ser tanta locura. "Al final lo conseguimos, como todo lo que nos proponíamos entonces, y creo que fue un gesto muy bonito y muy cercano que nos hizo un poco más grandes", concluye el hoy ejecutivo del Grupo Prisa en Madrid.