lo que nadie podría haber imaginado ni siquiera en sus más crueles pesadillas fue lo que le acabó ocurriendo al Deportivo Alavés a lo largo de un año 2009 que, en el apartado competitivo, ya puede calificarse como uno de los peores en la ya casi nonagenaria historia de la entidad. El descenso a Segunda División B supuso la culminación de un desastre gestado a lo largo de varios años de despropósitos y, en esta ocasión, los milagros no aparecieron a tiempo. La tercera categoría del fútbol estatal, algo que ni el alavesista más pesimista esperaba volver a ver, es ahora de nuevo el hábitat de un equipo que tampoco se ha adaptado demasiado bien a la categoría.
El año 2008 se había cerrado con la destitución póstuma de José María Salmerón como técnico y el nuevo año arrancó con Manix Mandiola en el banquillo. El técnico eibarrés había sido desde el verano la gran apuesta, fallida en su primer momento, del secretario técnico Javi Pérez, quien finalmente pudo contratar al entrenador que causó impresión en el cuadro armero en una decisión que acabaría como el rosario de la aurora.
Mandiola apenas duró seis partidos al frente del banquillo alavesista. La caída a los puestos de descenso supuso la tumba del entrenador y también la de su principal aval, un Javi Pérez que había llegado a Vitoria para dar un nuevo sello reconocible al Alavés y que tuvo que salir por la puerta de atrás ante una nueva entrada en la escena deportiva del presidente.
Precisamente, fue el propio Fernando Ortiz de Zárate quien apostó por el nuevo inquilino del banquillo, Javi López. Avalado por sus buenos años en Salamanca, el estreno del técnico catalán en Mendizorroza se convirtió en una auténtica película de terror con Iban Fagoaga, quien no estaba para jugar, como protagonista. El de Fagoaga, que aún sigue ligado al club intentando recuperarse de su grave lesión, fue un nombre más a sumar al de los fracasados fichajes de jugadores como Pedraza, Moreno, Castellano, Jacobo, De Lucas o Pery Martínez.
Tras ese primer revés, las victorias ante Levante y Real Sociedad avalaron el trabajo de Javi López, quedando la sensación de que el equipo contaba con mimbres de sobra para salvarse. Pero, en esta ocasión, el calendario obró en contra de un Alavés que jugó sus mejores partidos contra los gallitos de la categoría, pero que fue incapaz de cosechar buenos resultados en dichos compromisos en Mendizorroza y tampoco pudo superar a sus rivales directos a domicilio.
Fue esa tendencia a lo largo del mes de marzo la que acabó condenando al Alavés al sufrimiento, sobre todo después de un partido contra el Zaragoza que se dejó escapar de manera infantil cuando estaba ganado y que supuso un importante mazazo anímico para la plantilla. A principios de abril, con un empate ante el colista Sevilla Atlético, el cuadro albiazul certificó su defunción a la espera de que las matemáticas sellasen su trabajo.
A partir de ese momento, El Glorioso emprendió una carrera contra los propios números y fueron los deméritos ajenos los que le mantuvieron en la pomada hasta la recta final de la competición.
Los tropiezos contra Castellón, Nàstic y Eibar, bochornosos por las formas todos ellos, condujeron al cuadro vitoriano hasta el borde del abismo, pero tampoco sus rivales directos fueron capaces de aprovechar tantos regalos y aún tuvo el conjunto albiazul una última bala en la recámara para conseguir una salvación milagrosa y del todo inmerecida por los méritos contraídos a lo largo del año.
Fue en la jornada 40, el 6 de junio de 2009, cuando el Deportivo Alavés se volvió a ver en Segunda División B, aunque entonces aún no de manera matemática aunque sí fáctica, por lo que los dos últimos partidos del curso sólo sirvieron para confirmar los hechos esperados y culminar la debacle.
nuevo proyecto Borrón y cuenta nueva. Ortiz de Zárate quiso cortar de raíz con todo el bloque de futbolistas -con un par de excepciones- que habían llevado al equipo a Segunda B (la salida de Astudillo supuso el punto final a la etapa más exitosa del club) y encargó la labor de reconstruir el equipo a dos personas con casi nula experiencia en los puestos que iban a pasar a ocupar a partir de ese momento.
Javier Pereira y José María Cidoncha, entrenador y secretario técnico, se convirtieron en los máximos responsables deportivos del Alavés y desde el primer minuto se pusieron manos a la obra para confeccionar una plantilla solvente para devolver al cuadro vitoriano a la categoría de plata.
El trabajo a lo largo del verano fue espectacular y entre los dos, a base de trabajo e ilusión, suplieron sus posibles carencias por falta de experiencia para completar una plantilla que al inicio del curso todos sus rivales calificaban como una de las más poderosas de la categoría ya que se había seleccionado a muchos jugadores casi a la carta, destacando sobre todo una artillería ofensiva con muchos nombres de relumbrón que atesoraban muchos goles en la competición.
Los buenos resultados de la pretemporada sirvieron para regenerar la ilusión entre una afición que ya estaba hastiada de tantas temporadas de fracasos y el club alcanzó el inicio del curso con 8.000 abonados y la sensación de que el regreso a Segunda B podía haber resultado positivo para recuperar a todos los desencantados.
Así arrancó una temporada en la que se esperaba un buen fútbol y que en su inicio fue saldada sólo con buenos resultados. A base de pegada y sobriedad defensiva, el Alavés se encaramó al liderato del grupo y demostró las razones que le habían llevado a ser considerado como el auténtico outsider de la categoría.
Por desgracia, la llegada de los malos resultados provocó un bache del que el equipo no ha sido capaz de evadirse en el tramo final del año. Demasiadas derrotas, mal fútbol y algunos acontecimientos deplorables -como la derrota ante el Mirandés con cuatro expulsados- hicieron que el pánico y las dudas volvieran a aparecer entre una afición que ahora espera que en 2010 la situación se reconduzca de manera definitiva para que El Glorioso recupere su lugar perdido.