A Coruña. Diecisiete partidos y más de tres meses. El peregrinaje ha sido duro, con momentos de zozobra ciertamente complicados en los que el filo de la guadaña ha estado a punto de provocar serios destrozos, pero el Deportivo Alavés parece haber alcanzado, por fin, la tierra futbolística prometida y lo hizo despachando su mejor partido de la temporada. Atravesado el pedregoso desierto, cabe esperar que de manera definitiva y que lo visto ayer en A Coruña no fuera otro espejismo, al cuadro vitoriano le toca ahora emprender la búsqueda del santo grial balompédico, es decir, los goles que le permitan transformar en puntos las buenas sensaciones que, a pesar de no haber podido ganar, metió ayer en el maletero del autobús tras su partido en Riazor.

Seguramente, sumando todos los disparos que el Alavés había realizado a lo largo de sus anteriores comparecencias no se llegaría a alcanzar el número de oportunidades de que disfrutó ayer el cuadro albiazul. Óscar Martínez, Geni, Diego Segura, Óscar Rico... Toda la batería alavesista tuvo opciones de batir al guardameta del Montañeros con ocasiones clarísimas que, algunas de manera inexplicable, se fueron dilapidando una detrás de otra. Al final, el triste sabor de un empate que sirve para poco en términos clasificatorios pero que debe ser un ejemplo de lo que tiene que ser el equipo a partir de ahora. Porque, por fin, los futbolistas han demostrado que pueden hacerlo bien, una certeza que no se había conseguido despejar hasta la fecha.

buen comienzo La puesta en escena alavesista no pudo ser mejor. Por fin, el cuadro vitoriano aplicó cordura y sensatez a sus movimientos. Coordinación, desmarques y buenos pases se concatenaron para ofrecer una sensación de peligro constante que el Montañeros no sabía cómo frenar. Por la derecha, por la izquierda y también por el centro, el Alavés comenzó a demostrar lo que puede llegar a ser con un poco de continuidad en un juego atractivo que le permitió generar infinidad de ocasiones ante la meta gallega, aunque ninguna de ellas acabó besando las redes ni siquiera cuando Óscar Martínez, después de que Geni hubiese rematado al palo, tuviese toda la portería para marcar a placer y hacer una merecida justicia de la que el fútbol no suele entender.

Sin duda, mereció el equipo de Javier Pereira ir por delante al descanso, incluso con una cómoda renta, pero los metros finales volvieron a ser terreno demasiado caro para unos delanteros que, en esta ocasión sí, disfrutaron de inmejorables oportunidades para golear.

Las sensaciones no podían ser más positivas a pesar de los problemas con las lesiones (Igor Cuesta y Romerito se tuvieron que retirar del terreno de juego con problemas musculares), pero en el fútbol es el gol la sal que completa los platos y, en este caso, el Alavés volvió a ofrecer un gusto muy soso a pesar de que lo intentó todo para conseguir tres puntos que mereció de verdad y que, incluso, estuvo a punto de perder cuando el cronómetro apuraba los últimos segundos con un mano a mano entre Herbert y Pagola que el meta albiazul desbarató in extremis.

Quedó aún una última oportunidad que dilapidó Geni en el descuento. Otro gol cantado que se perdió por el desagüe en una clara muestra de que ayer el Alavés sería incapaz de conseguir un gol ni aunque hubiese estado jugando el resto del día entero. Mala suerte, nada más, porque el equipo trabajó de lo lindo para alcanzar un objetivo que esta vez era merecido.

Ahora, con sólo un punto más en el zurrón y la clasificación más complicada, cabe esperar que el cuadro albiazul no pierda el norte que tanto tiempo le ha costado encontrar. Jugando como lo hizo ante el Montañeros, poco se le puede achacar a los albiazules y, de seguir en esta misma línea, las victorias llegarán más pronto que tarde y se irán cumpliendo las metas marcadas. A ver si dura.