El estado de excepcionalidad que ha impuesto el Covid-19 ha trastocado la vida a absolutamente toda la ciudad y a sus habitantes, que hacen lo que pueden para capear el confinamiento impuesto desde el Gobierno central para tratar de evitar el contagio y las consecuencias del coronavirus en unos servicios sanitarios al borde del colapso. Un vistazo a lo que sucede en las calles desvela imágenes inéditas, al menos, en las últimas décadas, como colas ante las entradas de los supermercados, panaderías, y otro tipo de comercios con productos de primera necesidad en los que sigue llamando la atención lo rápido que se desabastecen las baldas de productos como el papel higiénico, o los cárnicos en bandejas. Quien más, quien menos, si sale a la calle lo hace equipado con mascarillas y guantes, que se han generalizado también entre los trabajadores que no pueden hacer teletrabajo por las características de sus labores. Aparte, la vida se ha instalado en los miradores, balcones y terrazas de las viviendas, en las que ya hay mensajes que alimentan el espíritu positivo y otros que, a falta del debate en la calle, lo hacen desde sus atalayas.
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