agurain - Alejandro Quintana, Jandro, como le conoce todo el mundo en Agurain y sus alrededores, es, a sus 86 años, una leyenda viva del martes de ferias de Agurain. Durante más de 70 acudió fiel a la cita anual del mes de octubre para vender sus caballos. Pese a llevar años jubilado, hoy en día sigue acompañando a su cuñado a bajar las vacas desde la cercana localidad de Alangua el mismo martes para la exposición agro-ganadera.

En Agurain, el martes de feria es sinónimo de orgullo no sólo porque sea, probablemente, la más antigua de las que se celebran en Euskadi, sino por haber sido capaces de mantener una cita que comenzó hace más de seis siglos cuando los ganaderos llegaban al municipio a través de veredas, caminos y cañadas con los animales para su exposición y venta. Un mercado que tiene de peculiar que se celebra a cielo abierto, pues el ganado vacuno, ovino, caballar o asnal se reparte en las inmediaciones del casco histórico tal y como se hacían desde sus inicios hace ya 623 años.

Hay que remontarse hasta 1256 cuando Alfonso X de Castilla fundó la villa de Salvatierra sobre la pequeña aldea de Agurahin concediéndole el fuero de Vitoria. Dicho fuero permitía a la localidad la celebración de un mercado semanal los martes que se sigue realizando en la actualidad. Tan sólo siglo y medio después, en 1395, Enrique III concedió a la villa el privilegio de feria, “destinada al comercio de excedentes agropecuarios y el abastecimiento de productos manufacturados”. Desde entonces han pasado 624 años, y Agurain sigue siendo un referente en todo el País Vasco y provincias limítrofes en ferias de ganado.

Fue el señor don Pero, conocido como canciller Ayala, quien solicitó al rey en 1395 el privilegio para celebrar una feria anual. Era una buena manera de congraciarse con sus nuevos vasallos, quienes tenían aún fresco el recuerdo de su dependencia directa de la corona, pero sobre todo de obtener pingües beneficios a través de los tributos que en virtud de su señorío tenía derecho a cobrar.

La feria de Salvatierra, como otras de su época, tenía una doble finalidad. Por una parte, surtir a los habitantes de Agurain y su entorno de manufacturas artesanales, tejidos, herramientas, menaje, así como de alimentos que no se producían aquí. Por otra, contratar la venta de los excedentes agrícolas y ganaderos de la comarca. Ahí entra en juego la figura del tratante, que adquirirá protagonismo en la feria cuando ésta se especialice en la ganadería, particularmente la caballar.

A partir de entonces, la feria se ha llevado a cabo regularmente en Agurain, con algunas excepciones. En los años 1874 y 1875 se suspendió debido a la sublevación carlista. En 1885 se trasladó a los días 3 a 6 de noviembre a causa de una epidemia de cólera. En el año 1911, la feria no se celebra a causa de la glosopeda que afectó a todos los animales. En 1918 tampoco hubo, esta vez debido a una epidemia gripal que azotó toda Europa. En 1936, las autoridades franquistas prohibieron las ferias en Álava.

Durante la feria se vendía el grano y las manufacturas en la plaza de San Juan y el ganado en la de Santa María, por ello, en 1912, en vista del aumento de cabezas de ganado en la Feria, se inauguró una plaza entre la plaza de Santa María y el portal de La Madura, más o menos donde ahora está la plaza de Simón Martínez Abad. Durante el siglo XX, la feria adquirió renombre por el ganado mular y caballar, convirtiéndose en una de las más importantes ferias de este ganado en el estado. A lo largo del siglo XX, los compradores de fuera de Euskal Herria acudían a la feria principalmente desde Asturias, Santander, Zamora, Burgos, Aragón y, sobre todo, Valencia.

De esto bien se acuerda Quintana, quien tenía clientes fijos de la provincia valenciana. “Cada año venían los valencianos. Entonces igual había 1.000 cabezas de ganado. En los buenos tiempos igual se cargaban 20 vagones con animales para los valencianos”, recuerda de los años en los que ya mozo acudía a vender equinos al mercado al tiempo que señala que “antes las madres se llevaban a la feria para poder llevar a las crías, que eran las que se vendían principalmente”.

apretón de manos En su relato recuerda cómo lleva acudiendo a la feria “desde los ocho o diez años, porque iba a acompañar a mi padre para vender yeguas y potros”. Añora los buenos años cuando los tratos se hacían con un apretón de manos o se dejaba una fianza para posteriormente llevarse los animales al día siguiente. “Recuerdo cuando antes la feria se celebraba durante dos días, martes y miércoles”, apunta al tiempo que señala que en los últimos años la feria ha perdido en parte su función de compra-venta, y ha adquirido más un carácter de exhibición.

La llegada de los tractores al mundo rural alavés y la introducción de la patata como producto de cultivo en la zona provocó, a juicio de Quintana, el bajón en la venta de ganado. “En todos los pueblos las familias tenían ganado, pero empezaron los tractores y los animales perdieron su función en el campo”, recuerda Quintana al tiempo que comenta cómo, antes, “de Vitoria para aquí venían todos con muletos o potros jóvenes, al igual que de la zona de Roitegui, Onraita, San Vicente o Maeztu. Aquí se vendía en aquellos años mucho ganado joven”.

La feria atraía a mucha gente que realizaba allí numerosas transacciones económicas, lo que beneficiaba tanto al Ayuntamiento, debido a los impuestos que cobraba, como a los vecinos de la villa. “Tres portaleros se encargaban de cobrar un impuesto cuando bajábamos a la feria. Si traías 20 animales tratabas de apañártelas para colar cuatro o seis sin pagar”, rememora durante su relato Quintana. “Entonces se cobraba en céntimos”, señala mientras recuerda los tiempos en los que la feria de instalaba en la zona de Santa María y que se gravaban todo tipo de productos “incluso los huevos”.

Según cuenta, también fue muy frecuentada por “familias de gitanos dispuestos a hacer tratos. Igual se juntaban cien, sobre todo de tratantes navarros y riojanos, que compraban y después de pasado un tiempo revendían. Hubo un tiempo en el que los riojanos venía aquí a comprar potros para el champiñón”, señala.

Si por algo destaca la feria de Agurain, además del buen ambiente que reina durante la jornada, es porque se celebra en día laborable. A lo largo de los años, aldeanos llegados de los pueblos de alrededor han expuesto sus mejores reses en un escenario que ha pasado de ser centro de venta a ser un mero escaparate del mejor ovino, bovino y vacuno alavés.

Atrás ha quedado el apretón de manos para cerrar el trato y los grandes fajos de billetes atados con una goma. Ahora, la labor de los ganaderos, que acuden encantados, se limita a enseñar su mercancía, exponer sus mejores ejemplares y apalabrar próximos encuentros donde vendedor y comprador negociarán la compra del ganado en la más estricta intimidad, sin la presencia de un intermediario como se hacía antiguamente en la propia feria.

Como en todo evento que se precie, la feria de Agurain también cuenta con anécdotas como aquella que recogen los libros y que cuenta que hasta la localidad llegó un gitano que pidió precio por una yegua preguntando cuánto valía tal y como estaba. El vendedor estableció un precio y el un apretón de manos dio por cerrado el trato. Sin embargo, el gitano quiso llevarse una potra que estaba sujetada al rabo de la yegua porque en su contrato se especificaba que el animal era suyo “tal y como estaba”.

José Antonio Amescua acude a la feria con sus vacas desde el año 1992. “Sólo a exposición, ya no hay venta”, comenta el ganadero de Alangua frente a Quintana, quien recuerda que “desde hace más de 40 años ya no se hacen tratos”. El regateo estaba a la orden del día en el momento del trato, tal y como recuerda Jandro. “Los valencianos si tenían buena cosecha de Valencia eran los que mejor pagaban y casi sin regatear, pero como hubieran tenido mala cosecha trataban de pelearlo más”, señala mientras reconoce que conocía a su clientela y cuando bajaba desde Arrízala con sus yeguas y potros ya intuía quién se iba a llevar cada uno de ellos. Incluso llegó a hacer tratos con ellos “antes de la feria”. La historia de una leyenda viva de la feria de Agurain.