los comedores escolares pueden convertirse en un punto de partida ideal desde el cual recuperar la cultura e identidad gastronómica, enseñar a comer bien y desarrollar hábitos saludables, al tiempo que se colabora con la economía local. Así lo creen Garbiñe Elizaincin, de la sociedad pública Intia, y Silvia Larrañeta, representante del Consejo de la Producción Agraria Ecológica de Navarra, CPAEN. Juntas, han puesto en marcha un proyecto alimentario en un grupo de escuelas infantiles de Pamplona consistente en el empleo de productos ecológicos y de kilómetro cero en los menús. Esta tarde comparten su experiencia en el Encuentro Cívico Alimentario organizado por el Centro de Estudios Ambientales que tiene lugar en el Centro Cívico Aldabe.
“Se busca cambiar el modelo de alimentación de estas escuelas, 11 centros de gestión municipal que cuentan con cocina, cocineras, cocineros... Como el Ayuntamiento de Pamplona firmó el Pacto de Milán en 2016 comprometiéndose a una serie de cuestiones en sistemas alimentarios locales, se impulsó este programa”, detalla Elizaincin. La iniciativa echó a andar con dos escuelas, en las que se cambiaron los menús para introducir alimentos ecológicos, frescos y de temporada producidos en proximidad.
“Intentamos facilitar la compra directa a las agricultoras y agricultores, fomentando los circuitos cortos”, explica la responsable del programa. “Las personas consumidoras están cada vez más informadas de los kilómetros que recorren los alimentos, e incluso de que se da la paradoja de que consumimos legumbres de Canadá o de Estados Unidos cuando exportamos las que se producen aquí. Hay muchos problemas asociados a estos productos kilométricos, en términos medioambientales y de competencia brutal que acaba con las explotaciones cercanas y familiares. Hasta las grandes instituciones, como la FAO, tienen identificados estos problemas que al final se vinculan a malas dietas, porque consumimos productos con excesos de azúcares y grasas. Además, todo ello implica una pérdida de la cultura gastronómica y agraria. Por eso el proyecto en el que trabajamos se mueve en esos ámbitos”, indica.
Pero, ¿cómo ha recibido el público infantil el cambio de menú? “Muy bien. Hablamos de niños de 0 a 3 años, por lo que la ventaja es que su paladar no está, entre comillas, contaminado. No tienen los prejuicios de los mayores ni de los niños de más edad, por lo que es un muy buen ámbito para introducir todos estos nuevos sabores y colores. La aceptación es muy buena y las familias están satisfechas”, explica.