vitoria - Ni en los músculos ni en los huesos ni en la piel: el dolor está en el cerebro. Ése es uno de los mensajes principales de Arturo Goicoechea, neurólogo especializado en la Neurobiología del dolor. Bajo el título Escuela de dolor, Goicoechea desmintió gran parte de los mitos que existen a día de hoy sobre esta sensación durante un seminario celebrado en la Escuela Vasca de Sexología Landaize.
¿De qué hablamos cuando estamos hablando de dolor?
-En términos biológicos, el dolor es lo que sentimos cuando decimos que algo nos duele, aunque parezca una obviedad. Tiene que ver con problemas de integridad física, con amenazas que perturban al organismo; o por lo menos, tendría que ver con esto. Pero también hay que tener en cuenta que el dolor es una percepción del cerebro y, como tal, en ocasiones la percepción puede ser errónea.
¿Cómo que en ocasiones puede ser errónea?
-al y como acabo de decir, el dolor es una percepción. A día de hoy, todavía no tenemos grandes explicaciones para los pensamientos, los sentimientos, las emociones, decisiones, percepciones, etc. Lo que sí sabemos es que son generados en base a la actividad de un grupo de neuronas muy complejo, muy integrado, que da forma a nuestra conciencia y a los matices de la misma. Por tanto, el dolor no puede producirse en un músculo, ni en un hueso ni en cualquier parte del cuerpo que no sea el cerebro, aunque sea lo que sintamos. Es una producción cerebral que procede de un sistema evaluativo y, como todo sistema, en ocasiones falla en su evaluación produciendo una sensación de dolor al margen de una amenaza real a la integridad física del organismo.
Vivimos en una sociedad con miedo al dolor. ¿Es tan indeseable como en ocasiones puede parecer?
-No, no al menos desde el punto de vista de la protección de la integridad física del organismo. Aunque eso no quiere decir que haya que mantener esa expectativa de aparición del dolor. Tampoco la creencia de que tenemos recursos para eliminarlo. Existe una biología básica del dolor que ayudaría mucho a gestionarlo a través del conocimiento, pero a día de hoy no se conoce. El dolor no es una cuestión de quita y pon, sino un proceso complejo que a veces es necesario, porque nos informa de que hay una destrucción de tejido imprevista, nos protege mediante diferentes mecanismos e incluso opera sobre convicciones o posibilidades de que pueda estar pasando algo, esté pasando o no.
¿Qué opina de la frase ‘No pain, no gain’? ¿’Sin sufrimiento no hay recompensa’?
-No creo que sea verdad. La letra con sangre entra sería otra frase relacionada con esta misma idea. Al final, lo que se viene a decir es que sin sufrimiento no hay un aprendizaje y, en mi opinión, éste depende más de las virtudes del proceso que del sufrimiento. Otra cosa es que en ocasiones no podamos evitar ese sufrimiento, pero no hay que castigar para aprender.
Suele decir que el dolor es un cuento y no que el dolor sea cuento. ¿Qué hay detrás de este juego de palabras?
-El dolor es una narrativa, una narrativa que el organismo construye de sí mismo y que está muy influida por la cultura. Esta narrativa puede ser de un hecho real de destrucción de una parte del organismo, pero otras muchas ocasiones solo incluye elementos imaginativos de daño que indicen a error al sistema evaluativo del dolor.
Existe una larga lista de mitos sobre el dolor. ¿Cuáles son los que más le llaman la atención?
-Uno de ellos es el de que la edad va asociada con mayores dolores. Esto no es verdad, porque los cambios adaptativos que conlleva una mayor edad no implican una mayor cantidad de potenciales situaciones de destrucción de tejidos que justifiquen y expliquen una mayor intensidad o una mayor frecuencia en la aparición de la conciencia de dolor. Tampoco es cierto que concretamente la artrosis se correlacione con un aumento del dolor. La explicación de que con los años es normal que duela, o que si un día te despiertas y no te duele es que estás muerto, son mensajes que no hacen más que favorecer la aparición del dolor no justificado; es decir, favorecen que yerre el sistema evaluativo del dolor. Y desgraciadamente existe esa convicción. Ésa y otras, por supuesto.
¿Por ejemplo?
-Como que el dolor crónico no se cura y que es producto de un organismo desgastado que está mal gestionado. El dolor crónico no define un proceso, sino un patrón de evolución en el tiempo que muchas veces está cronificado por un error en la evaluación de las amenazas. Por tanto, si el proceso es reversible y la plasticidad de la red neuronal lo permite, lo que hay que hacer es una intervención de disolución del error.
¿Sucede algo similar con los dolores relacionados con la regla?
-La regla produce mucho dolor y eso no es un mito. Hay mujeres que periódicamente tienen un dolor espantoso en la pelvis, en el bajo vientre e incluso en la cabeza, con un ataque de migraña. Desde el punto de vista de la Biología, la menstruación no es un proceso lesional, sino un proceso de creación de una mucosa para recoger un embrión. En cierta manera, sí que es cierto que se activan procesos de inflamación similares a los de una lesión, pero eso no quiere decir que el endometrio esté inflamado. Es un proceso mucho más complejo, fisiológico, pero desde luego no ayudamos en nada poniendo un alarmismo, una expectativa de dolor. Precisamente, deberíamos hacer lo contrario: dar explicaciones biológicas y conseguir que el organismo vaya tolerando ese proceso periódico mediante la corrección de ese error del sistema evaluativo que percibe en riesgo la integridad del útero.
Se dice que durante los fines de semana o vacaciones aumenta el dolor porque el cuerpo se relaja. ¿Mito o realidad?
-Sea un día u otro, si está activado el sistema del dolor sin que se haya dado una destrucción de tejido accidental sin duda es que hay un error evaluativo. Por tanto, hay que predicar eso para que el sistema descatalogue de la lista de peligros el fin de semana y las vacaciones. Porque con las explicaciones se consigue que no se active.
También hay dolores cuanto menos curiosos, como el que algunos sienten ante cambios meteorológicos en las articulaciones. ¿O también es un mito?
-Estadísticamente podría ser una realidad. Es un hecho que cuando hay un cambio de tiempo aumenta la incidencia del dolor en articulaciones. Pero esto no quiere decir que más allá de esa correlación, que tampoco ha sido comprobada comparando la incidencia de dolor con los datos de laboratorios de meteorología, haya una causalidad. Para eso habría que explicar cómo los cambios de tiempo afectan biológicamente a la rodilla de tal manera que activen el proceso del dolor. Y eso es tan imposible como que la humedad afecte a las articulaciones de los peces. Lo que sí puede ocurrir, nuevamente, es que estos cambios generen errores en el sistema de evaluación de peligro y por eso sintamos dolor.
¿Cree que heredamos la percepción del dolor?
-En un sentido genético, ésta puede contribuir con una mayor probabilidad de que aparezca el dolor, pero no hay que olvidarnos de que esto se da siempre en contacto con unas condiciones y una cultura determinada. De ahí que influya mucho más, por ejemplo, la familia y la crianza, porque somos animales que observamos para aprender y, a veces, aprendemos la percepción de dolor, como la migraña. Es decir, en una familia migrañosa aumentan las expectativas de migraña y esas expectativas aumentan la migraña porque se confirma la predicción. Un dato que siempre me resulta curioso es que quienes más migrañas sufren son los propios neurólogos, con una proporción cinco veces mayor. Por algo será.
Parece que todo se reduce a la evaluación acertada o errónea del sistema de evaluación de amenazas. ¿Qué consejos ofrecería en el caso de que hubiera algún error en este proceso?
-Lo primero sería una alfabetización en Biología del dolor que no esté influida por el mercado, algo que a día de hoy no existe. Es más, se da todo lo contrario: se divulgan modelos que sólo favorecen la aparición del dolor porque fomentan el consumismo farmacológico. Las cosas no hay que temerlas, hay que comprenderlas. Y, por otra parte, una vez conocida la teoría, animar a la gente a que la aplique y se atreva a llevar una vida normal. Hay que exculparse y recuperar la convicción de que se puede llevar una vida normal.