artziniega - Con la jornada del último domingo de febrero y, como cada año, la asociación Artea de Artziniega, ayudada por artesanos y vecinos, hace que el Museo etnográfico que gestiona desde 1984 cobre vida hoy. A lo largo de toda la mañana, entre las 11.00 y las 14.00 horas, cuando los visitantes -por el precio de entrada habitual de 4 euros adultos, 3 euros las personas jubiladas y 2 euros el colectivo infantil, con descuentos también para residentes en esta villa medieval alavesa- van a poder ver en funcionamiento los 1.700 metros cuadrados, distribuidos en 17 amplias salas, que configuran este espacio, como si el tiempo se hubiera parado en los años 30 del siglo pasado, y el museo se hubiera convertido “en un pueblo de hace 80 o cien años”, señalan desde Artea, que tilda la iniciativa como “una fantástica oportunidad de conocer el modo de vida preindustrial que nos retrotrae al de nuestros antepasados”, ensalzan. Y es que en este ya tradicional y exitoso día en vivo, que alcanza su décima edición, artesanos y personas que mejor conocen los modos de vida de antaño se acercan a las distintas secciones del museo y se ponen a trabajar en ellas, dando la oportunidad de conocer de cerca profesiones, oficios y formas de vida y trabajo perdidos en el tiempo y que forman parte de nuestra memoria reciente, tales como apicultores, tejedores, carpinteros, alpargateros, herreros, molineros o boticarios en cuyo laboratorio trasero al despacho elaboraban remedios naturales y ungüentos, por citar alguno. También es hoy domingo una oportunidad única de ver cómo se vivía dentro de las casas, tanto rurales como urbanas, en unos tiempos en los que no existían lavadoras, neveras, ni lavavajillas; o cómo se realizaba el trabajo ordinario en los en los Ayuntamientos, sin ordenadores, o cómo transcurría una clase en una escuela, “bien de niñas o de niños, ya que antaño se les separaba”, recuerdan.
HILAR Y CARDAR EN BICI Para conmemorar la décima edición de esta singular jornada, se ha invitado a la asociación agroecológica, artística y cultural del vizcaíno Valle de Karrantza, Mutur Beltz, dedicada a la promoción de la raza carranzana de ovejas de cara negra -actualmente en peligro de extinción-, para que muestre el proceso de elaboración de la lana. “Con ayuda de unas bicicletas que han creado elaboran prendas hechas exclusivamente de este producto básico en la ropa de nuestros antepasados”, subrayan desde Artea, en referencia a Laurita Siles y Joseba Edesa, los creadores del proyecto Mutur Beltz, y a sus BiziKarder, una especie de bicicleta cardadora de lana, y la BiziRueka, o rueda de hilar sobre un bicicleta. Dos artilugios para trabajar la lana que, desde 2015, han supuesto un compendio de acciones y piezas, tales como una serie limitada de txapelas de lana de oveja carranzana, confeccionadas a partir de la técnica de fieltrado húmedo. “Joseba viene de familia pastoril y yo estoy vinculada a las artes plásticas por lo que, bajo una actitud humilde hacia la vida saludable, creativa y participativa, se nos ocurrió sacar adelante este proyecto a fin de revalorizar la lana como producto y recuperar tradiciones sostenibles, participando en la conservación y renovación del patrimonio”, explica Siles. Lo más complicado fue dar con las personas capaces de aunar sus conocimientos para crear las especiales bicis. A uno, Ariel, le encontraron en el taller social Las bicis guapas de Málaga que, entre otras cosas, “nos dio la idea de pintarlas imitando el pelaje blanco y negro de las ovejas carranzanas” y, al otro, Luis, en la ebanistería gallega Do Acibreiro, “el único trabajador de la madera que, todavía hoy día en España, realiza ruecas y usos para trabajar la lana”, relatan con orgullo a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA. Los preparativos los completaron con una serie de entrevistas a pastores, así como con la búsqueda de hilanderas que les enseñaran a manejar el uso del valle. Un trabajo con el que “aprendimos muchísimo” y que se convirtió en el documental que suelen proyectar en exhibiciones como la que hoy van a desarrollar en Artziniega, de cara a dar a conocer que las ovejas carranzanas no son las únicas en peligro de extinción, sino también los oficios y gentes que las rodean, porque pastorear, hilar y cardar en el mundo actual no es rentable. “Solo hay que fijarse en que tras la esquila de las ovejas, la mayoría de los pastores tiran el producto sobrante sin usarlo con el importante fin textil que antaño tenía”, apostillan.
MUESTRA PICTÓRICA A las personas que acudan a este museo vivo que ofrece hoy Artziniega se las aconseja, además, no dejar de pasar por la sala de exposiciones temporales de este museo. Y es que la jornada coincide con el último día para poder visitar la exposición del pintor local Fernando Ureta Castelo. Un total de 18 cuadros de pequeño, mediano y gran formato, entre los que destacan las pinturas al aire libre tan características del artista. Y es que, aunque prácticamente la mitad son trabajo de estudio, Fernando ha querido aprovechar la ocasión para mostrar trabajos realizados en la calle, que nunca había expuesto, en los que plasma el paisaje que, en cada momento, tiene ante sus ojos y que, en tantas ocasiones, le han hecho merecedor de premios en certámenes de pintura al aire libre tan dispares como el de Oñati, Urnieta, Berriz o Miranda de Ebro. “Cuatro de los cuadros los he realizado ex profeso para esta exposición y en ellos se ve el Santuario de La Encina de Artziniega o la cascada del nacimiento del río Nervión”, relata el artista. El resto son paisajes tanto urbanos, como industriales y rurales “de nuestro entorno, exceptuando dos realizados en Castilla”, matiza. Los lugares, además, son fácilmente reconocibles para quien los conoce. “Empleo una mancha un tanto abstracta o rota, pero el resultado siempre termina siendo figurativo. En mis cuadros predomina la imagen, no hay problema de interpretación”, asegura Ureta.
El Museo Etnográfico alberga también en su interior la oficina de turismo local, una de las más activas de la comarca de Ayala, dado que Artziniega conserva su casco histórico medieval y tiene un importante polo de atracción para los visitantes en el Santuario de la Encina.