zalduondo - Markitos no escapa del triste final de la hoguera. El mítico personaje de los carnavales rurales de Zalduondo, uno de los más famosos de la provincia, cumplió ayer con la tradición, pues hace ya 43 años que Zalduondo recuperó su Carnaval Rural después de la prohibición de la dictadura. La concienzuda y rigurosa restauración de los etnógrafos Blas Arratíbel, Martiniano Martínez de Ordoñana y Joaquín Jiménez lo ha convertido en uno de los más completos y singulares del País Vasco, y además en la cuna de Celedón, otro de los míticos personales alaveses.

Cada domingo de Carnaval se acercan cientos de personas a contemplar esta historia de máscaras, de muerte y de vida en torno a Markitos, un muñeco grotesco de tamaño natural, embutido de paja y disfrazado con chaqueta negra y pantalón negro, como un señorito de ciudad, al que se le acusa de todos los males que sufre el pueblo y, por ello, debe pagar con su vida. Un año más, a las 13.00 horas, el protagonista fue paseado por Zalduondo. Llevaba una gran txapela negra y un collar de cáscaras de huevos cocidos teñidas de rojo, verde y blanco. Como un condenado antiguo, fue llevado a la grupa de un burro y exhibido por las calles. Dos mozos, ataviados con caretas y pelucas de viejo y gabardina, lo acompañaron por su recorrido. Tras ellos, otros dos portaban el mástil en el que iba a permanecer empalado hasta la tarde.

A la altura del palacio de los Gizones o Lazarraga, Markitos fue desmontado y empalado en un largo mástil de entorno a cuatro metros al que llaman lata. Allí meditó durante unas horas sobre su culpa. Como todo rito de purificación, el carnaval de Zalduondo necesita un sacrificio simbólico y Markitos conoce su suerte: la hoguera que expíe los pecados colectivos. Acudieron todos hasta la lata, bajaron al muñeco y lo subieron a un carro tirado por un burro y que llevaba también una nasa, tejida con tallo de centeno y zarzas, que servía para guardar el pienso, donde le sentaron y le volvieron a pasear por el pueblo. El paseo lo realizó en compañía del juez que luego leería el sermón que justifica la condena. Detrás del carro, saltaban los personajes secundarios del carnaval de Zalduondo. El cenicero que lanza ceniza, la vieja que lleva sobre su chepa al viejo, los porreros, el oso o las ovejas también aportaron al desfile fantasía y colorido.

Tras el carruaje, sus padres -el personaje representado por el viejo y la vieja- lloraban su triste final en la hoguera. Acompañado por sorgiñas, porreros o los zanpantzarris Markitos llegó al frontón donde el predicador leyó el discurso que sirvió de razonamiento jurídico para dar cuenta de él. Antiguamente se le pegaba un tiro y un cartucho de dinamita lo descuartizaba. En la actualidad lo rocían con gasolina y le prenden fuego.

agurain Además de Zalduondo, en Agurain el Carnaval Rural fue el protagonista de la jornada dominical. La plaza Euskal Herria se convirtió en centro de reunión de extrañas criaturas ataviadas con pieles, sangre brotando por los cuatro costados y puntiagudos tridentes bajo el embrujo de la música. La representación sirvió para rememorar los tiempos antiguos donde todos vivían el Carnaval con gran ilusión. Astas, rudimentarias armas, cencerros, caretas o sombreros con pañuelos que tapaban completamente la cara sirvieron a los participantes para dar mayor dramatismo al momento del desfile por las calles de la localidad.