laguardia - El Centro Temático del Vino Villa Lucía, de Laguardia, fue en su origen la casa de vacaciones del fabulista Félix María de Samaniego. Es una finca enorme, de unos 10.000 metros cuadrados en la actualidad, rodeada de viñedos y de bodegas de prestigio internacional y donde, a pesar de la rehabilitación realizada en el lugar, aún se conservan numerosos vestigios del tiempo del escritor, como la puerta de acceso a la propia finca, el muro, una fuente y un lavadero
Pero no son los únicos recuerdos. En el edificio principal, repartido entre el sótano y un segundo sótano, se mantiene, restaurado, el calado y la bodega, que había en la finca, aunque a día de hoy esa instalación está convertida en un museo vitivinícola diseñado para ofrecer a los visitantes una experiencia de aprendizaje única en su género, ya que no solo atesora una gran cantidad de objetos relacionados con el trabajo en el campo, sino también paneles, pupitres de olores y vitrinas me sumergen al visitante en el complejo mundo de la viticultura. Y para redondear la visita, en la sala de proyecciones, se puede disfrutar de una impactante experiencia con la película en 4D y efectos inesperados de En tierra de sueños.
Pero en tiempos del fabulista aquella finca era una gran explotación agraria. Juanma Lavín, director de Villa Lucía cuenta que ese lugar “tenía un sistema de acequias de piedra para poder regar toda la finca y el agua se traía desde la montaña. Había una fuente, que es del siglo XVII, y que todavía conservamos en la zona de la carpa, y había pozos. Esta era una finca llena de frutales, olivos, viñas, en las fincas aledañas había cereal, tenían huerta y una casona que disfrutaban junto a la de La Escobosa”, donde hoy se encuentra la bodega Solar de Samaniego, al otro lado de Laguardia.
En la finca “había una pequeña construcción con un calado antiguo, que se desmontó y se hizo un vaso para que no se inundara, ya que a veces, por el nivel freático se llena de agua, pero tenemos 13 bombas dentro del edificio sacando agua todo el día”. En el año 2000 todo aquel espacio se construyó de nuevo, con el aspecto que presenta en la actualidad y además de convertirse en un centro de eventos sociales, culturales y vitivinícolas Juanma Lavín y el resto de la familia decidieron instalar un museo que tuviera sobre todo una función didáctica.
La visita al Museo del Vino de Villa Lucía, de la mano de Mar Oviedo, comienza ante una interesante colección de paneles y vitrinas, en los que se explica “qué son las cepas, las viñas, tipos de viña y de suelo, los injertos o las enfermedades” elementos que se pueden entender mucho más fácilmente a través de unos pulsadores de luces que marcan las características concretas de lo que le interesa saber al visitante. Así, de un simple vistazo y con una recreación real, se puede saber el efecto de la botritis, la filoxera, el mildiu o el oidio, el daño del pedrisco o los estragos que causan la araña roja o los pájaros, entre otros problemas en la planta.
Cultura vitivinícola El paseo continúa con la mirada a los viejos aperos de labranza o con los que el agricultor marchaba al campo para pasar el día hasta que el tractor acabó con las duras jornadas en las que todo se debía realizar a mano o con la azada.
En la zona de elaboración de vino un largo mostrador enseña las claves con las que los enólogos, a través del olor pueden saber lo que ocurre con el vino o en las instalaciones. Se trata de un pupitre con 24 difusores de olor, repartidos en grupos, en el que los visitantes pueden tratar de adivinar los olores negativos y los positivos del vino. Una tarea “que es muy complicada para los adultos, que suelen tener más fallos en la identificación de esos olores, que los niños”, como explica la guía, Mar Oviedo, aunque son de obligado conocimiento para las personas que trabajan en las bodegas elaborando los vinos.
A continuación, se entra en el santuario, que es el botellero, donde descansan en condiciones perfectas 8.000 botellas de vino, de numerosas bodegas de Rioja Alavesa, aunque no suelen permanecer mucho tiempo sin renovarse “porque el vino es para disfrutarlo, no para guardarlo”, añade la guía, quien no tiene inconveniente en ofrecer unos consejos a los visitantes para que puedan tener vino de calidad y en condiciones adecuadas en las casas.
Cuenta que en un piso es muy difícil tener un rincón con la temperatura y humedad correctas y la luz adecuada. De hecho, el botellero de Villa Lucia se muestra con luz tenue y durante muy pocos minutos. Así mismo advierte de los problemas que pueden causar los olores en la cocina. “los tapones de corcho lo absorben todo y transmiten aromas o sabores indeseables. Por eso las cebollas y los ajos, entre otros, son peligrosos cuando el vino está en la cocina. Y si se guarda en el trastero hay que tener presente que los productos de limpieza, que por razones de espacio se guardan ahí, producen un efecto similar”. Por esta razón aconseja guardar pocas botellas y comprarlas en tiendas pequeñas dedicadas a los productos de calidad. En un supermercado o híper los vinos están en el almacén al lado de otros muchos productos y corren el mismo riesgo que en un piso.
El recorrido por el Museo de Vino finaliza en la sala de proyecciones. Y no es para ver una película al uso. Hay que disfrutarla con las gafas especiales que permiten ver en cuatro dimensiones, así como una gran cantidad de efectos especiales, especialmente cuando el Vinfo, el personaje conductor, sale de un lateral de nuestro rostro para lanzarse contra la pantalla. La trama es sencilla y hasta tópica para mucha gente muy atareada. Paula (Verónica Moral) es una ejecutiva, joven y agresiva, que viaja a la comarca vitivinícola de Rioja Alavesa para asistir como ponente a una conferencia. En su estresante vida no dispone de tiempo para disfrutar de los pequeños placeres que tenemos a nuestro alrededor. El trabajo se ha convertido en el centro de su existencia, en la que no tienen cabida amigos, pareja, ni por supuesto niños. En su azaroso viaje de regreso, lleno de contratiempos, su vida se detiene al producirse un encuentro con Vinfo, el duende del vino. Junto a él, y en 4D, conocerá las costumbres y el encanto de Rioja Alavesa, y descubrirá sus pueblos y paisajes. Aprenderá a disfrutar de la naturaleza, de la gente, de los niños? Y de la vida. Una aventura intensa y llena de magia que cambiará para siempre su forma de actuar y de ver el mundo.
Y mientras el espectador se adentra en la historia unos efectos reales le engullen para que aprecie las características tan especiales de esta comarca: la niebla o el efecto foehn invade la sala, al igual que otras sorpresas que es mejor vivir en el momento.
Finalizada la visita casi se hace obligado acudir al centro enogastronómico de la planta baja, un espacio donde degustar unos vinos acompañados por pintxos creados por el premiado chef José Antonio Gómez o unos menús elaborados con productos kilómetro 0. Y si es fin de semana, disfrutar de alguno de los espectáculos musicales o artísticos que suelen organizar.
Lavín comenta que “el esfuerzo económico para poner en marcha este complejo ha sido muy duro, pero más lo es el mantenerlo, el renovar piezas o invertir en los medios audiovisuales”. En ese sentido comenta que a pesar del peso promocional que tiene la película para Rioja Alavesa y para la cultura vitivinícola “no nos ha ayudado ni la Diputación, ni el Gobierno Vasco, ni ninguna empresa”. Y “eso a pesar de haber logrado 16 premios internacionales, en Europa y América, promocionando Rioja Alavesa”
Preguntado por el mensaje que se lanza desde las instituciones sobre la conveniencia de organizar pequeños museos para atraer visitantes a los pueblos, este empresario opina que “la idea está bien, pero antes de lanzarse a montarlos se deberían realizar estudios de viabilidad económica, social y cultural, porque no siempre es lo que parece”. Añadía que “muchos de esos museos o instalaciones culturales sobreviven porque detrás de ellas hay otras actividades económicas” y se mostraba algo decepcionado al afirmar que “ser profeta en tu tierra es muy difícil. A pesar de la película en 4D, del Centro Temático o de contener un museo que es pionero en su género, todavía hay mucha gente en Álava que aún no ha venido a verlo o nos ignora”, lamenta.
Vino Villa Lucía. Esta finca de Laguardia, de 10.000 metros cuadrados, fue en su origen la casa de vacaciones del fabulista Félix María de Samaniego. Está rodeada de viñedos y de bodegas de prestigio internacional. De tiempos de este famoso escritor se conserva la puerta de acceso, el muro, una fuente y un lavadero.
Elementos restaurados. En el edificio principal, repartido entre los sótanos, se mantiene restaurado el calado y la bodega que había en la finca, aunque a día de hoy esta instalación se ha convertido en un museo vitivinícola que ofrece una experiencia única de aprendizaje. No en vano, además de encontrar en él una gran cantidad de objetos relacionados con el campo o pupitres de olores y vitrinas, hay una sala de proyecciones, en la que el espectador queda impactado tras contemplar, por ejemplo, ‘En tierra de sueños’, debido a sus efectos inesperados.
El recorrido. La visita al museo vitivinícola comienza ante una interesante colección de paneles y vitrinas, en las que se explica, entre otras, qué son las cepas, las viñas y sus enfermedades. Unos pulsadores con luces, a modo de elementos interactivos, ayudan a entender los problemas que éstas pueden llegar a sufrir. El paseo continúa por los viejos aperos de labranza. En la zona de elaboración de vino, un largo mostrador enseña las claves con las que los enólogos, a través del olor, pueden llegar a entender lo que sucede en sus instalaciones. Es el pupitre con 24 difusores de olor, repartidos en grupos. A continuación, se entra en el santuario, que es el botellero, donde descansan 8.000 botellas de vino. El recorrido finaliza en la sala de proyecciones.