vitoria - Madrileña de nacimiento aunque residente en Costa Rica desde hace seis años, Coral Herrera es doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual, escritora, investigadora y experta en teoría de género. Además de colaborar en distintas publicaciones, desde hace dos años coordina el Laboratorio del Amor, una comunidad virtual en la que trabaja con mujeres diversas de medio el mundo en torno a la construcción sociocultural de este sentimiento. “Trato de trasladar que hay que explorar nuevas formas de querernos y desmontar todos los mitos del amor romántico”, resume Herrera. Una idea central que la especialista también remarcó ayer ante su audiencia del Palacio Villa Suso. Quien no tuviese la ocasión de seguir su charla, podrá hacerlo mañana en Zuia, el viernes en Nanclares y el sábado en Bernedo, también de la mano de Laia Eskola.

¿Por qué se han generado tantos mitos en torno al amor romántico?

-Aprendemos a amar a través de los medios de comunicación y las industrias culturales, y eso ha generado una forma de querernos que es dañina y desigual, que incentiva la violencia y las relaciones de dominación y sumisión. Son muchos siglos de patriarcado, en los que todos los cuentos nos lanzan a las mujeres el mismo mensaje: que otra persona nos tiene que salvar. Es el cuento del príncipe azul, en el que asumimos que otro se va a encargar de mantenernos, también económicamente. La trampa del amor romántico es que nos hacen creer que la felicidad está en el otro y que ese otro se tiene que encargar. Por otra parte, a los chicos se les enseña un poco lo contrario: que el amor no sea el centro de su vida sino que lo sean su libertad y su autonomía, y además con una cultura muy competitiva. Así es muy difícil relacionarse.

¿Y qué se puede hacer para solventar ese desequilibrio?

-La apuesta es relacionarnos desde la horizontalidad, sin que haya uno por encima del otro. Con cariño y con ternura. Y que cuando las relaciones no funcionen, se dejen también con mucho amor.

Entiendo que esos viejos esquemas no son sólo exclusivos de la parejas heterosexuales.

-Se puede pensar que las relaciones gays o lesbianas podrían liberarse de eso, pero no es así porque el patriarcado está en todos y en todas. Esto exige un trabajo constante para desaprender todo lo aprendido desde nuestra más tierna infancia, y sucede en todos los casos. No es fácil, pero soy optimista porque creo que cada vez vamos a mejor. Cada vez estamos sacando este tema más a la luz.

Dice que hay avances y que es optimista, pero da la sensación de que esa idea anacrónica de los príncipes y las princesas azules, de las medias naranjas, sigue estando muy extendida entre los jóvenes.

-Sí, de hecho ayer -por el lunes- salió un estudio sobre la violencia machista entre los jóvenes que reflejaba que uno de cada cuatro la ve normal. A veces me pregunto para qué damos tantos talleres en los colegios para desmontar todo esto si luego en casa, en la tele y en los videojuegos los jóvenes ven esa violencia legitimada, justificada y sublimada. Siguen pensando que para amar hay que sufrir, que los que se pelean se desean o que del amor al odio hay un paso. Toda esta violencia pasional que se presenta como amor no es tal, pero es muy difícil romper esto si esa idea se reproduce constantemente en producciones culturales o publicaciones. Hay que apostar por otro tipo de tramas, de personajes, de heroínas y de finales felices. Desde hace muchísimos siglos, la narrativa de nuestras historias es siempre la misma. Hay que romper con esos cuentos. Hay muchísimas formas de quererse pero sólo nos enseñan una, la de la mujer y el hombre jóvenes y en edad reproductiva. Por muchas leyes que se hagan, la cultura sigue siendo muy machista.

¿Qué debería enseñarse en las escuelas o en casa, viendo que otras ‘batallas’ están casi perdidas?

-Mi crítica es que nos enseñan mucha educación sexual, cómo usar el preservativo o cómo evitar enfermedades de transmisión sexual, pero no a gozar del amor o a gestionar nuestras emociones. Por ejemplo el duelo amoroso, que es una de las cosas más dolorosas para el ser humano. Sería bien útil si nos enseñasen esas herramientas para la educación emocional y para relacionarnos, pero lo que nos hacen estudiar es la lista de los reyes visigodos, que no nos va a servir para nada en la vida. Hay que llegar a la conclusión de que lo mismo que el amor se construye se puede deconstruir, transformar y mejorar. Hay que intentar cambiar la cultura amorosa, mejorarla y convertirla en una fuente más de disfrute que de sufrimiento. Es una revolución individual, pero también colectiva.

¿Es fácil amar colectivamente en una sociedad tan individualista como la actual?

-El amor hay que expandirlo y agrandarlo, no reducirlo todo a la pareja. Hay situaciones como el reciente atentado en Barcelona, donde rápidamente se expandió una red de solidaridad por encima del racismo y del clasismo y de todas las fobias sociales que nos acechan. O como el terremoto de México, que desató también una ola de solidaridad impresionante. Aunque no se ponga en práctica todo lo deseable, se ve que tenemos una capacidad enorme para juntarnos, organizarnos y ayudarnos que para mí es el amor del bueno, el que hace falta.

¿Qué efecto le gustaría lograr en su audiencia cada vez que da una charla como la de hoy -por ayer-?

-Hay mucha gente que está deseando escuchar y explorar otras cosas, y llevar a la práctica que se puede disfrutar del amor, reaumentarlo y explorar otras formas de querernos. No es posible que nuestra sociedad esté avanzando a pasos tan agigantados y sigamos amando como hace 2.000 años. Cada cual tiene que buscar su manera de amar, pero tiene que haber un común denominador, que sea disfrutar del amor: que nos sirva para ser más felices, más creativos, más solidarios y generosos. En definitiva, mejores personas.