al caer de la tarde y de forma escalonada van llegando los cinco autobuses que componían la XXX peregrinación a Lourdes: 47 enfermos, 84 peregrinos, 48 camilleros, 70 damas y 6 sacerdotes. De entre el personal voluntario de damas y camilleros acuden como en años anteriores varios médicos y enfermeras, y este año se suman 15 jóvenes, 4 chicos y 11 chicas y 3 niños, dos pequeñas damas y un camillero. Estos pequeños voluntarios tienen una importante tarea a lo largo de la peregrinación, ya que se confía a ellos el reparto de botellines de agua para paliar el calor y las largas esperas. A su regreso sonríen satisfechos por el servicio prestado, y más orgullosas aún se muestran las madres. Esta savia nueva marca la edición de este año. Los organizadores ven con esperanza el relevo generacional en esta tarea que aúna lo religioso y lo sanitario. La presidenta de la Hospitalidad, María Jesús Pinedo, destaca el comportamiento de los jóvenes: “han dado un testimonio de servicio y disponibilidad. Ha sido bueno para ellos y para todos”.

Abel es uno de los sacerdotes que participa en la peregrinación y que recientemente ha sido nombrado párroco de la iglesia de la Asunción de Labastida: “No es la primera vez que voy a Lourdes, y siempre vivo cosas diversas. Pisar el suelo de Lourdes e ir mirando rostros, rostros diversos al mío, me llena de seguridad y alegría de saber que la fe de la Iglesia se vive en lugares diversos y en silencio, aun cuando no captemos en plenitud su sentido y existencia.” Reconoce lo impactante de ver tantos enfermos: “Ver caminar a cientos de personas con una fe firme y entregada buscando consuelo, un poco de luz y un poco de agua para el camino, me hace pensar que aún hay esperanza”.

Destaca también la participación de los jóvenes: “Esperanza también palpada en la presencia de muchos jóvenes en el santuario. Ver a tantos jóvenes tirando, con el cansancio encima, de sillas que trasladan a enfermos, dando de su tiempo, me reafirma en que aún hay esperanza en un mundo que no es capaz de vivir en la esperanza. Los jóvenes en Lourdes llenan el vacío que muchas veces hay en nuestras vidas. Vacío por no saber entender que Dios nos escucha no importa en qué lengua le hablemos”, señala el párroco.

De entre los camilleros voluntarios, un año más, hay tres que viven la experiencia de una forma especial. Tres reclusos de Zaballa han obtenido el permiso a través de la delegación de Pastoral Penitenciaria para participar en esta peregrinación. Uno de ellos, Adrián González, que en veinte días habrá cumplido íntegramente su pena, nos cuenta su experiencia: “La experiencia ha sido magnífica, sobre todo la procesión de las antorchas; sin duda, el momento más intenso para mí”.

María había ido hace años a Lourdes con sus padres, pero ir de voluntaria es otra historia: “sentirte útil para otros, hacerlo con una sonrisa, escuchar cómo otras personas se confían a ti, ver la devoción con la que enfermos y peregrinos se acercan a la gruta, a las fuentes, o recorren el Vía Crucis... han sido algunos de los sentimientos que he vivido de manera intensa”, confiesa. Ella es creyente y eso le ayuda, pero piensa que cualquier joven, incluso desde el ateísmo, podría participar en esta peregrinación: “la mayor parte del tiempo la dedicas al trato con las personas, con los enfermos, y eso es una experiencia que merece la pena, más allá de lo que puedas o no creer.” El año pasado el obispo decía en su homilía frente a la gruta que todos necesitamos un milagro en algún momento de nuestra vida. Y milagroso es el esfuerzo que cada año realiza la Hospitalidad de Lourdes para sacar adelante esta peregrinación en la que los protagonistas son los enfermos.