vitoria - Los móviles ofrecen una capacidad inusitada de alimentar los celos en la pareja. Hacen posible un grado de control de las personas que hasta su aparición resultaba impensable. “Ellos pueden tener acceso a la información, saber con quién habla o interactúa su novia. Y ellas lo ven como algo natural. Piensan que si su novio se preocupa de saber con quién hablan, equivale a que tienen celos y sienten que eso es algo positivo”, apunta Fernández cuando se le cuestiona por los comportamientos del colectivo de usuarios más fiel de este tipo de dispositivos: los jóvenes.

El falso axioma de que quien no tiene celos no ama, conduce a muchos de estos jóvenes a la confusión. “No hemos conseguido vencer estos mitos del romanticismo, que no son más que errores que contribuyen a mantener el sistema patriarcal. Aunque hablamos de chicas jóvenes educadas en la libertad sexual, se sigue pensando que si un chico está con muchas mujeres es el mejor y que si una chica está con muchos hombres es lo peor”, aclara. Así las cosas, el móvil, o mejor dicho, su capacidad para establecer relaciones personales, “se ha convertido en un arma de control y en un mecanismo de maltrato”. “Si la violencia social es un tipo de maltrato, el móvil de una persona es un elemento perfecto de control. El maltratador encuentra ahí un elemento que antes no existía”, amplía Fernández.

La información facilitada a través de las redes es más sensible de lo que puede parecer a primera vista. Un 88,6% de los menores de entre 10 y 16 años hace fotografías con su terminal, un 48,2% las envía a otras personas y un 20,8% las publica en Internet. El resultado de compartir esta parte de la vida privada puede dar lugar a consecuencias indeseadas en forma de acoso o extorsión. Las mujeres, especialmente las jóvenes, han visto cómo al catálogo tradicional de manifestaciones de violencia de género se han sumado, en los últimos tiempos, nuevas formas relacionadas en el empleo de Internet y las nuevas tecnologías.

Prácticas tales como el robo de contraseñas, suplantaciones de personalidad, críticas y revelación de intimidades por parte de exparejas, sexting o presión directa o indirecta a través de terceros con el fin de obtener información sensible que permita mantener el acoso a la víctima.