la energía eléctrica, esa presencia invisible que fluye por los domicilios, no se echa realmente en falta hasta que deja de estar ahí. En Errekaleor saben bien lo que significa vivir sin electricidad desde el pasado 18 de mayo. No sólo se trata de que cuando cae la noche se haga difícil ver algo, tanto en el interior de las casas como en la calle, sino de todos aquellos detalles cotidianos que nos acompañan. Gestos como abrir la nevera o cargar el teléfono móvil, y que de repente dejan de ser posibles. Los miembros de Errekaleor Bizirik han aguantado “bien” el primer embate de la ausencia de suministro. De hecho han aprovechado para hacer más vida en comunidad, fuera de las viviendas, pero saben que las cuentas atrás corren en su contra y que después de la primavera y el verano llegan el otoño y el invierno. El montaje de placas solares en los tejados de los bloques ya ha dado comienzo, pero hasta que se completen las instalaciones y Errekaleor se convierta en una isla autoabastecida, sus habitantes se arreglan para encarar el día a día. Acompañamos a los residentes en tres pisos de Errekaleor para conocer cómo se manejan en el día a día.
Son las diez de la mañana y Errekaleor despierta. En la plaza, frente al centro social, un grupo de jóvenes desayuna kiwis, leche y cereales. Reina la tranquilidad hasta que una furgoneta blanca irrumpe en el recinto y comienza a descargar cajas de vasos reutilizables para las fiestas. Rápidamente se organiza la recogida, mientras varias personas trasladan recipientes con pequeñas plantas, listas para ser plantadas en las huertas anexas a los bloques.
Mientras la gente, en su mayor parte jóvenes estudiantes universitarios, va llegando a pie o en bicicleta al lugar, nos encontramos con Lourdes Iturriaga, de 76 años, y su hijo Iñaki Delgado, de 43. Cuentan su historia, la que les llevó a Errekaleor en el año 2015. “En aquel momento estaba trabajando en Arratia y me quedé en paro. Estábamos en un piso de alquiler y teníamos que buscar una alternativa urgente o nos quedábamos en la calle. Justo me salió un trabajo muy eventual en Gasteiz y conocí a la gente del barrio. Pasé por Ongi Etorri, pregunté si había una casa disponible y me dijeron que sí. La preparé y nos vinimos a vivir”, repasa mentalmente.
Asegura que el primer paso que le condujo al barrio fue “por necesidad”, pero subraya que luego se quedó “por convicción”. “Me gusta este estilo de vida”, explica. Sostiene que en Errekaleor se ha producido un antes y un después del 18 de mayo, momento en el que se produjo el corte de luz. Pero matiza que el cambio fue positivo para la comunidad. “Estamos mucho más unidos como barrio. Para todo lo demás, nos vamos arreglando”, comenta.
Vivir sin luz no resulta tan duro, al menos para Iñaki. “Por desgracia he estado más veces viviendo sin luz -apunta-, así que estoy acostumbrado. Y mi ama también”. La silla eléctrica que permite a su madre desplazarse por el barrio pese a sus problemas de movilidad es, posiblemente, el mayor contratiempo. Sin embargo, gracias al empleo de uno de los generadores que se les ha donado, se apañan bien para cargarla.
La propia Lourdes explica la situación desde un punto de vista más pragmático. Con 638 euros que yo ganaba, los hijos en paro, un alquiler de 450, la luz, el agua... Me tuve que marchar. No pude hacer otra cosa. Eso sí, me fui sin deber nada a nadie”, aclara. “Vine aquí, y aquí estoy muy bien. Se está de maravilla, hay una juventud que vale millones, son encantadores. Te haces a estar aquí muy rápido. Les quiero muchísimo”, responde cuando se le pregunta por la adaptación a Errekaleor.
Frente a los informes que descartan que una persona con problemas de movilidad pueda residir en este barrio “inaccesible”, ella sostiene que se arregla muy bien. Se mueve con la silla eléctrica por todas partes y cuando llega a casa se ayuda de una cachaba y de la barandilla para subir el tramo de escaleras que separa la calle de la puerta de su domicilio.
Madre e hijo viven sin luz y sin miedo a un posible desalojo. Cuando escuchan que el gobierno municipal va a vaciar el barrio y ordenar el derribo de las casas, su mirada permanece serena. “Bueno, que vengan. Aquí les esperamos”, replica Iñaki con media sonrisa.
Jon Idiazabal es de Vitoria, tiene 26 años y un rostro permanentemente risueño. Recaló en el barrio hace exactamente un año después de renegar del sistema. “Salí de casa de los aitas y lo que me encontré fueron unos alquileres altísimos y unos trabajos en condiciones muy malas, por lo que entendí que aquello no era nada de lo que yo quería. Vi que Errekaleor me ofrecía la oportunidad de vivir de otra manera, de trabajar la tierra y de vivir en comunidad. Me gustó el proyecto y decidí que no podía dejarlo pasar”, resume. Cuando llegó al barrio le asignaron un bajo y en estos momentos se halla en pleno proceso de adecuación. Ahora mismo comparte vivienda con otra persona que está rehabilitando la que le ha correspondido, anexa a la suya.
El concepto de vivienda en Errekaleor es sustancialmente distinto del aplicable en el resto de la ciudad y de buena parte del mundo occidental. Aquí la propiedad no existe, por lo que la movilidad interna, entendida como cambio de casa, está a la orden del día. Los pisos se adjudican en función de las necesidades de cada individuo, de si cuenta o no con recursos para acometer obras, de sus capacidades, de su fuerza, de su estado físico... Nada es de nadie. Todo es de todos.
La jornada de Jon arranca pronto por la mañana. Un desayuno ligero y a la calle, porque, como asegura, “aquí siempre hay algo que hacer”. Están las huertas, las pequeñas obras de mejora, reparación o mantenimiento en cualquier punto del barrio y las labores comunitarias. “No nos aburrimos, siempre hay algo para hacer”. Ahora que no hay energía eléctrica, el desayuno, como el resto de las comidas se realiza en las zonas comunes. El resto del tiempo se invierte en trabajar.
El sol luce, la temperatura en la plaza es agradable y una joven interpreta Aitormena a la guitarra. Otros cantan. Una escena tranquila, pero ¿qué ocurrirá cuando llegue el frío? “Es una buena pregunta. Con la electricidad que tenemos actualmente no podemos conectar radiadores, así que tenemos que buscar soluciones para adaptarnos, como estufas de leña o salamandras”, reconoce Jon. Sin embargo, explica que la instalación de placas solares en los tejados ha comenzado y que cuando llegue el invierno estarán preparados para resistir. ¿Y de dónde sale el dinero para costear las placas y su instalación? “Hay algunos elementos que compramos con el dinero que vamos obteniendo, pero hay muchas empresas, tiendas, conocidos y amigos que nos ofrecen cosas. La gente se está volcando”, explica.
Itxaso Viñe tiene 34 años y reside en Errekaleor desde junio de 2015. Realizó un breve paréntesis, pero acaba de regresar al barrio y vive con su pareja, Marcelo Vidal. Está embarazada de cinco meses y todo indica que su hijo se sumará en breve al censo del barrio.
El día en el que apareció la Ertzaintza y se produjo el corte de energía a instancias de la delegación de Industria, ella se encontraba en una de las casas. “Sabíamos que iba a venir la Policía y que iba a haber bastante tensión en la calle. Vivimos aquello con muchos nervios y rabia por la brutalidad que se produjo, pero también con alegría por las muestras de solidaridad de la gente que se acercó a apoyarnos y por la capacidad de resistencia de la gente que estaba defendiendo el transformador”, recuerda.
Salir a la calle cuando oscurece y no hay nada encendido en muchos metros a la redonda puede llegar a ser un auténtico problema. “Nos arreglamos con (luces) frontales y con linternas”, detalla. De cara a las fiestas que vive el barrio en estos días, echan mano de los generadores de mayor potencia para cubrir las necesidades en el exterior. Algunas de las actividades del programa festivo se están realizando con velas de forma simbólica. Los controles de seguridad se llevan a cabo con los propios vecinos, organizados por turnos.
Itxaso detalla que la cocina en la que se organizan todas las comidas comunitarias es de gas. “Hasta ahora se utilizaba para comidas populares en días concretos. También se ha creado un grupo de cuidados que se encarga de conseguir alimentos procedentes de las tiendas que los donan, la preparación de las comidas y la limpieza. Todo esto, comer todos juntos en la plaza, nos está dando más cohesión”, afirma.
La conservación de los alimentos no es tarea fácil, ya que los frigoríficos han sucumbido al corte de luz. Por ello, prácticamente todo lo que se obtiene se consume en el mismo día. Sin embargo, Paul, uno de los vecinos de Errekaleor originario de Seattle, ha ideado un original sistema con cubos, agua y piedras que ayuda a preservar la frescura de la comida durante algunas jornadas. Una vez más, el ingenio suple la necesidad.
Algunos detalles un tanto más superfluos, como ver la televisión, casi han desaparecido por completo del barrio. Lourdes, que por su edad y por la necesidad de recargar las baterías de su silla eléctrica dispone de un generador, reconoce verla un ratito por las tardes “para entretenerme un ratito”. El resto del día prefiere pasear por Errekaleor y mezclarse con su gente. En cualquier caso, Itxaso puntualiza que antes del apagón “tampoco había muchas televisiones en el barrio”.
Otras tareas, como cargar el móvil o enchufar el portátil, se han visto modificadas. Los vecinos aprovechan las salidas al exterior para cargar baterías externas en todo tipo de locales, desde bares y cafeterías hasta bibliotecas públicas. El ADSL también ha comenzado a funcionar, en modo de pruebas, gracias a un panel solar.