LABASTIDA - Después de tres años de trabajo mano a mano con Neiker, el viejo viñedo de Cuba Negra, de Labastida, perteneciente a la Bodega Tierra, ha dado sus vástagos para recuperar en su totalidad el viñedo plantado en 1910 y además para crear un ‘campo madre’ que suministre estas plantas auténticamente de Rioja Alavesa.

Carlos Fernández Gómez, copropietario de Tierra junto a su hermano, acaba de llegar del Salón Gourmets de Madrid y de nuevo está viajando otra vez, en este caso a Estados Unidos. Representan la tercera generación de vitivinicultores y antes de acometer su proyecto personal, Carlos Fernández recuerda que su abuelo fue uno de los fundadores de la cooperativa Solagüen, aunque en 1991 su padre decidió salirse de la cooperativa y empezar a hacer vinos. Años después, alrededor del año 2000, fueron los hermanos quienes se hicieron con las riendas de la empresa y se dedicaron a desarrollar su proyecto, en el que cuentan con 16 vinos en el mercado, todos ellos de Labastida, con diferenciación de parcelas y variedades de uva, a pesar del trabajo que supone “nos lo pasamos todavía muy bien haciendo vino”, reconoce.

revivir una gran parcela Cuba Negra es una parcela que está a mitad de camino entre Labastida y el río Ebro. “Es una parcela con una mayoría de viñedo tempranillo, algo de viura, garnacha tinta y una malvasía excepcional. El problema de esta viña es que en su día había muchos árboles y un día dijo el padre que los iba a cortar”. A causa de la tala hubo mucha enfermedad por la podredumbre blanca de las raíces y hace tres años se preguntaron los hermanos qué podían hacer con ese terreno. “No lo queríamos perder. Aquí metemos las palas con demasiada prisa”, apostilla con cierto aire de crítica Fernández.

Por ello, contactaron con Neiker “a quienes planteamos una línea de trabajo para hacer una recuperación masal, no clonal. Así que hace tres años comenzamos a recoger muestras, a seleccionar visualmente las plantas que más nos gustaban”. Fue una tarea ingente, ya que son 13.000 metros cuadrados y seleccionaron 300 cepas de las distintas variedades que les llamaron la atención. A continuación se comenzaron a analizar en busca de enfermedades y las variedades se quedaron en tan solo 82 cepas, de las que 60 eran de tempranillo y el resto era de las otras variedades, como fueron las de viura, garnacha tinta y malvasía.

Con ese material seleccionado hicieron una selección de toda la madera. “Pesamos su grano, contamos las uvas, seleccionamos madera para enviar al vivero, contamos número de racimos, anchuras, hicimos vinificación de cada cepa para saber la analítica que daba cada una y se hizo una geolocalización de cada una en la parcela. Ahora mismo iríamos a la parcela y buscaríamos la cepa que da tal grado de acidez o las condiciones específicas de cada una de ellas”.

La madera seleccionada se envío a Viveros Villanueva “y, estas cosas, cuando no quieres que salgan tan bien hubo un ‘agarre’ de un 99 por ciento. Así que de un año para otro nos hemos juntado con 5.000 plantas”, cuanta con ilusión el bodeguero. Con ese material, la pasada semana comenzaron la reconstrucción del viñedo de Cuba Negra. El proceso consiste en ir a la parcela, localizar la cepa concreta que interesa propagar y las que se encuentran a su alrededor que no están bien o las faltas que hay alrededor, y se renuevan con los pies nuevos.

iniciativa pionera Las primeras impresiones que han sacado es que “la madera que lleva aquí más tiempo se adapta mucho mejor y brota mucho mejor y por eso no es lo mismo traer una planta de Valencia o en Navarra. Agarran mejor las de la zona”. Pero la historia no se queda en renovar tan solo un viñedo que estuvo a punto de desaparecer. En estos momentos “estamos en el proceso de poner en marcha un ‘campo madre’, junto al Gobierno Vasco y las instituciones europeas, para que cualquier agricultor pueda venir a por la madera que necesite el día de mañana”. Explica que Bodegas Tierra “ha invertido 67.000 euros en los 13.000 metros cuadrados y aunque muchos nos han dicho que era una locura, que era mejor plantar de otros viveros y dejarse de líos, hemos puesto mucha ilusión. De esta viña, que tiene ahora 107 años, sacamos un vino El Belisario porque a este viñedo le tenemos mucho cariño. Fue del bisabuelo, que la vendió. Luego la compró un hermano de mi abuelo y muchos años la estuvo trabajando mi padre hasta que la compró en 1990. Ahora la vendimiamos por fases: un día la garnacha, otro la malvasía, otro día el tempranillo joven, otro el viejo. Nos ayuda una cuadrilla que viene de Jaén y dicen que es la viña más grande que tenemos”

Mientras, continúan trabajando en el ‘campo madre’. Hay un paraje en Labastida, que curiosamente se llama Viñas Viejas, aunque no hay ninguna viña en él, donde van a realizar un trabajo conjunto con el Ayuntamiento de Labastida, ABRA, Neiker y Gobierno vasco. Consiste en construir como tres cubos dentro de la misma parcela, donde se repite la misma cepa tres veces, con seis cepas por cada cepa para reconstruirla y hacer un seguimiento. “Es un trabajo de al menos 8 años y supone hacer un viñedo a la carta, aunque no sabemos cómo reaccionará finalmente. Las parcelas tienen una hectárea, pero no se completará de cepas porque hay que respetar distancias, orientaciones, pasos”.

En los próximos meses, si las heladas no lo dañan, se verán los resultados. De momento “somos los únicos, que sepamos, en la Denominación en realizar este tipo de experimentos. Algo se hace en La Grajera, pero es clonal”, concluye el innovador bodeguero de Labastida.