vitoria - Doctora en Historia, a Virginia López de Maturana (Gasteiz, 1981) siempre le ha interesado la simbología y el relato del siglo XX, y de hecho realizó su tesis sobre el poder local durante el franquismo en la capital alavesa. Entre otros muchos trabajos, López de Maturana ha elaborado también un catálogo de símbolos y monumentos que supongan una exaltación de la Guerra Civil y la dictadura en Euskadi, en este caso de la mano del también historiador Aitor González de Langarica, y en la actualidad está “en mil cosas”, colaborando con la Fundación Sancho el Sabio y “profundizando” en todo lo relacionado con esta etapa histórica a nivel local. Es, por tanto, un buen momento para charlar sobre asuntos como los recientes homenajes a víctimas del franquismo o el plan de memoria puesto en marcha en Gasteiz. Una iniciativa que, aunque positiva para López de Maturana en la medida en que va a servir para rendir homenaje a muchos represaliados, se queda “coja” en aspectos como el que más debate ha generado en las últimas semanas en el Ayuntamiento, la contextualización o eliminación -todavía no se ha decidido la fórmula- de varias calles de la ciudad cuyos protagonistas, denuncia, “no se conocen”.
Este pasado fin de semana las instituciones recordaron en Azazeta a los 16 vecinos allí fusilados durante la Guerra Civil. ¿Hasta qué punto son necesarios estos actos?
-Reconocer a las víctimas de la Guerra Civil, de la dictadura y la represión franquista es absolutamente necesario. Lo de Azazeta fue un crimen. Esas 16 personas fueron sacadas de la prisión de Vitoria con una orden de libertad que les hicieron firmar, las esperaron fuera, las llevaron a Azazeta, vilmente, y las asesinaron. Por otra parte, también es cierto que además de estos 16 asesinados hubo otros 17 en Elosu unos meses antes, el 21 de octubre de 1936. La diferencia entre una dictadura y una democracia es que tenemos que reconocer a todas las víctimas, a las de un bando y a las del otro. Diferente es el caso de la represión franquista, por supuesto. Pero en el caso de las víctimas de la Guerra Civil, habría que reconocer a las de Azazeta y a las de Elosu. No es lo mismo el combate que la represión posterior o la represión en la retaguardia, que es lo que sufrieron ambas.
¿Las víctimas de Elosu nunca han sido reconocidas?
-Hay gente que dice que durante los 40 años de la dictadura ya fueron reconocidas, pero las personas asesinadas en Elosu no lo fueron nunca, ni entonces ni ahora. Un vecino del pueblo, Marcelino Urquiola, detuvo con un grupo de anarquistas por cuestiones personales a unos cuantos vecinos que después fueron asesinados. Como unos eran de ideología carlista y otros nacionalistas, nunca se les reconoció. Aparte, a los sublevados no les interesaba decir que no habían estado atentos a la retaguardia.
Tras muchos vaivenes, Gasteiz se ha puesto por fin manos a la obra con su propio plan de memoria histórica. ¿Qué destacaría, para bien y para mal, de todo este proceso?
-El reconocimiento de las víctimas, como el del otro día en Azazeta, me parece fenomenal. Estoy a favor de todo lo que suponga homenajearlas, es la línea que debemos seguir. Pero por otro lado, en lo que respecta a la eliminación de las calles, a mí me parece fundamental saber quién es cada personaje antes de intervenir. No basta con decir formó parte de, sino que hay que ver también qué hay detrás. Cómo fueron nombradas esas personas y en qué circunstancias. Y no es lo mismo el general Mola que José Lejarreta, al que se conoció como el alcalde de los Blusas. No se pueden quitar calles sin conocer a los personajes. En el Pleno donde se aprobó el dictamen se habló de generalidades, pero allí nadie dijo quién era cada personaje, cuando tienen muchísimos libros de historiadores locales sobre esta materia. Un día nos llamaron a Aitor -González de Langarica- y a mí porque habíamos hecho el catálogo de símbolos y nos dijeron que iban a contar con nosotros en este proceso, pero no nos volvieron a llamar hasta cuatro días antes del Pleno.
Por lo que dice, ¿cree que el proceso nace cojo?
-Es un proceso político en el que no se ha contado con historiadores. Y cojo sí, porque si no se sabe quiénes eran esos personajes...
En cualquier caso, el Instituto Valentín de Foronda sí va a colaborar en la elaboración de las placas que van a colocarse ahora.
-La colaboración es a posteriori, pero en el proceso de dos años en el que se ha estado hablando de este tema en el Ayuntamiento me consta que no ha participado ningún historiador, sólo los partidos políticos y los grupos de memoria histórica.
Con todo, no se trata sólo de intervenir en el callejero. ¿Le parecen adecuados los lugares de la memoria que se plantean, como Santa Isabel o la Cruz de Olarizu?
-Sí, sí, estoy completamente de acuerdo con ellos y también con que se contextualice lo que sucedió allí. La historia de la Cruz de Olarizu la he contado varias veces. En un principio era un símbolo religioso, pero el régimen lo transformó en político. Y eso hay que explicarlo para que no vuelva a suceder. Lo que hizo el entonces gobernador civil de Vitoria y jefe provincial del Movimiento, Martín Ballestero, fue apropiarse de ese símbolo construido tras una santa misión, dejar a las autoridades religiosas aparte y decir que ahí tenía que haber una placa en la que pusiese el nombre de varios sacerdotes asesinados durante la Guerra Civil. Los que a él le parecían. Lo que hizo fue fagocitar el símbolo transformándolo en político.
¿La simbología franquista no debería suprimirse en ningún caso? Usted es partidaria de conservar los monumentos que tengan un valor histórico.
-Por supuesto que debería suprimirse. Nunca debería haber una calle a Franco, a Primo de Rivera, una cruz de los caídos o una estatua ecuestre de tal general... Eso es realmente exaltación del franquismo, que es lo que por otro lado se quitó mayoritariamente a finales de los 70 y principios de los 80 con los primeros ayuntamientos democráticos. Pero la historia no hay que esconderla. Te pongo el caso de Walter Veltroni, que es un político italiano de izquierdas, que empezó en el Partido Comunista y fue alcalde de Roma durante varios años y tiene una historia interesante. Veltroni destapó y restauró uno de los balcones del Palacio Venecia desde donde daba los discursos Mussolini. Ahora está a la vista. Decía que el fascismo no es un paréntesis en la historia, sino que es una parte de la historia que tenemos que estudiar y asumir. Es un señor de izquierdas que dijo que el fascismo debía dejar de ser un tabú. Quitó el fascio littorio con el que solía salir Mussolini al lado, que sí que era una exaltación del fascismo, pero ni tiraron ni escondieron el balcón. También decía que la historia no está hecha de destrucción de objetos. No pensemos que las pirámides de Egipto las hicieron arquitectos que cobraban unos sueldos magníficos. Las hicieron esclavos y en regímenes absolutamente horrorosos. ¿Vamos a tirarlas? No. Pero una calle a Franco o al general Mola no las dejaría jamás, porque eso es lo que significa exaltación del franquismo.
Volviendo al tema de las calles, aunque no está del todo decidido, parece que finalmente se va a optar por la contextualización.
-Sí, y es lo que yo defiendo. Está también el caso de Bueno Monreal, que fue Obispo de Vitoria entre 1950 y 1954 y tiene esa calle porque sus vecinos pidieron ponerla porque él fomentó las casas baratas de obreros que hay allí. Por otro lado, gracias a él volvió del exilio José Miguel de Barandiaran, criticó la violencia con la que Martín Ballestero había tratado a los participantes de la huelga de 1951 e incluso se presentó en el despacho de Franco en el año 1964, cuando era arzobispo de Sevilla, para pedirle personalmente que diera paso a una democracia. Siempre hay que estudiar a cada personaje en su contexto.
Con todas sus dudas, el dictamen ya está redactado y ahora sólo falta que las actuaciones pasen al terreno. ¿Qué espera a partir de ahora?
-El dictamen habla de contextualizar en la mayoría de los casos, así que lo que espero es que los símbolos se contextualicen y tengan en cuenta a los historiadores. No dejar las cosas sin más, ni tirarlas o eliminarlas. Explicarlas. Es lo mismo que se ha hecho con los 16 de Azazeta. En el caso de las placas del ministerio de Vivienda, que no tienen ningún valor histórico, sí podrían retirarse y dejarse en un museo o archivo ahora que están reformando la mayoría de las viviendas, y no pasaría nada. Pero la Cruz de Olarizu no la vas a llevar a un museo. Lo suyo es dejar cada cosa en su contexto, y contextualizar. Valga la redundancia.
¿Qué haría con el escudo de la Catedral Nueva que ahora está tapado?
-Es el mismo caso que el del balcón de Veltroni. No tiene sentido taparlo. Lo que tiene sentido es decir que esa Catedral la inauguró Franco en las circunstancias en las que lo hizo y que la gente lo vea, para que los jóvenes no vayan después a la universidad sin saber lo que pasó en julio del 36. ¿Quemarías esas fotos? No. Hay que aprovechar ese escudo para explicar en una plaquita, contextualizar, qué hacía un dictador inaugurando una catedral y encima bajo palio.
A su juicio, ¿qué sería necesario para que las nuevas generaciones entiendan mejor la historia?
-Explicarla. Pero explicarla de un modo científico, académico, con datos serios y estudiados. Lo que hay que fomentar es que la gente conozca para que cuando se hacen homenajes sepa qué pasó por ejemplo en Azazeta. Ojalá que a partir de ahora todos los años recordemos a estas 16 personas, en el 85, en el 88, en el 90 aniversario y los siguientes.