vitoria - La música es una de las pocas cosas en la vida que tiene la habilidad de tocar la tecla adecuada de las persons para activar resortes emocionales. Una melodía es capaz de traernos recuerdos, levantar el ánimo o incluso recrear ambientes, como los de hacer pasar miedo en una sala de cine. Es el poder único que tienen las canciones y que el gasteiztarra Carlos Lecuona, saxofonista, de 76 años, junto con el acordeonista Javier Mendaza, de Santa Cruz de Campezo, de 83 años, emplean desde hace décadas de forma terapéutica en muchas de las residencias y centros para mayores del territorio a través del dúo Mendalecu. Así, a lo largo de todos estos años en sus actuaciones han podido comprobar cómo los abuelos después de que empezaran a sonar las primeras notas de canciones populares, como El viejo molino o incluso bilbainadas, como Desde Santurce a Bilbao o Las siete calles, se conviertan por unos momentos en unos chavales al arrancarse a bailar como lo hacían antaño, a tararear los temas tradicionales que sonaban en fiestas y verbenas y, cómo no, a aplaudirles.
Aunque, sin duda, de todas estas composiciones el dúo Mendalecu tiene grabada una a fuego en su memoria: Los Pintores de Vitoria. “Recuerdo a un anciano que estaba sentado en una silla, apenas sin poder moverse, y cabizbajo, que apenas hablaba, y como se sabía el tema, empezó a cantarlo hasta las diez de la noche”, cuenta aún emocionado por esa experiencia, Lecuona.
Todas las actuaciones de esta pareja musical son siempre gratuitas porque, como remarcan, las interpretan “por hacer el bien, porque nos gusta, pero sobre todo por la satisfacción de ver al abuelo que apenas se tiene en pie y con tu música se anima y eso te da moral”.
Por esa razón, el dúo Mendalecu, siempre está disponible: “desde donde nos llaman, vamos”, explican. Así lo han hecho, por ejemplo, recientemente desde la residencia Zadorra, de Abetxuko, para avisarles de que vayan a animar la tamborrada que han organizado con motivo de San Prudencio. Un centro éste al que ya están más que acostumbrados a ir, al llevar actuando hace aproximadamente seis años, desde que cerraron el antiguo geriátrico de Arana, donde habían tocado durante una década y donde conocieron a Ana, la persona encargada del tiempo libre que fue la que bautizó a este dúo tras fusionar el apellido de sus dos integrantes. “La residencia de Abetxuko es muy grande. Tiene unas cuatro plantas de manera que nos organizamos para tocar. Empezamos en la última planta, que es donde están los mayores que están peor de salud, y luego ya vamos a la segunda, la primera y la planta baja. Acabo desinflado”, dice entre risas este hombre.
jotas y chistes A la residencia de Elorriaga también van todas las semanas en invierno. “Una vez por semana siempre estamos ahí, los jueves o los viernes”, especifica.
Y luego hacen actuaciones especiales en fechas señaladas, como Reyes. “Tocamos villancicos, pero también otros temas típicos de la tuna como Clavelitos, cuando nos la piden, porque los mayores se emocionan mucho y la empiezan a cantar”.
Además, dada la buena voz de su compañero Mendaza, “que parece que se ha tragado un altavoz”, miembro de un coro de Vitoria, también en alguna ocasión se han animado con las jotas. “Antes, en la residencia de Ajuria, el cura don Esteban, que era muy majo, nos dejaba tocar en misa el Agur Jaunak, o el Haurtxo Polita y después, Javier cantaba jotas”, recuerda Lecuona, quien también es miembro de la fanfarria Ezberdinak, y quien tampoco olvida la botella de vino que les regalaban como muestra de agradecimiento después de sus interpretaciones.
También el buen sentido del humor forma parte del repertorio de éxito de este dúo, aunque más bien del de Lecuona. “Yo cuento chistes marranos, que para eso fuimos un año la Capital Verde Europea, en la residencia Lovi, de Elorriaga, porque les gustan mucho a las abuelas. Empiezan: ¡otro, otro! y también me piden que para el próximo día me traiga cinco nuevos más”, detalla con una sonrisa de lo más pícara. Pese a todo el bien que hacen con sus canciones, el dúo Mendalecu confiesa que en raras ocasiones se ha juntado a ensayar. “Apenas lo hacemos porque nos las sabemos todas de memoria, aunque a veces hemos ido al local que Ezberdinak tiene en Gazalbide”, confiesa. En el caso de Lecuona, aprendió a tocar el saxofón en el conservatorio de la calle Las Escuelas, donde acudía después de trabajar como ebanista en un taller de la Plaza de la Provincia, donde curiosamente tenía como compañero de faenas al poeta y compositor Alfredo Donnay.
Mendaza lleva, al menos, treinta años con el acordeón. Pero no se conocieron en ningún concierto. “Javier colaboraba en la asociación para discapacitados de mi hermana, como consecuencia de la polio que sufría ella. En las excursiones para acompañarles ya tocábamos el acordeón y el saxofón. Pero hasta que no ingresaron a mi suegra en una residencia no se nos ocurrió tocar en ellas”, precisa Lecuona.