Vitoria - Fiesta y recogimiento. Un binomio de lo más opuesto, tanto como el día y la noche, pero que se hace realidad en escasas doce horas en la capital alavesa. Son las que, en concreto, transcurren desde la medianoche del 31 de octubre hasta que el astro rey decide que es el día de Todos los Santos. Un breve periodo de tiempo en el que se pasa del festejo de la noche que trae Halloween, del salir de juerga con disfraces de brujas, fantasmas o zombis, a mostrar en cuanto salgan los primeros rayos de luz el máximo de los respetos a los difuntos llevando flores a los diversos camposantos.
Una pareja de lo más contradictoria que, sin embargo, con el paso de los años ha encontrado acomodo en el territorio histórico. De hecho, ya nadie se lleva las manos a la cabeza cuando aparecen los más pequeños disfrazados camino de sus colegios. Porque lo hacen con una sonrisa, que incluso contagia al que la ve, al contemplarles así de divertidos llevando con ellos calabazas a modo de bolso que les sirva para guardar los caramelos que piden por las casas, al grito de “truco o trato”. El caso es que estos lares reiteran eso que tantas veces se ha visto en las películas norteamericanas y que allí es una tradición importada de un festival celta llamado Samhaim para celebrar el fin del verano y del periodo de cosechas para inaugurar el tramo más oscuro del año y la llegada del mal tiempo, que coincide hasta con el cambio de hora de este pasado fin de semana.
Hay voces que, incluso, explican que el día reservado para visionar películas de terror y en el que predominan los colores negro, naranja o morado, tiene un trasfondo cristiano. No en vano, estudiosos han llegado a relacionar el término Halloween con la expresión All Hallow´s Eve o, lo que es lo mismo, la noche de todos los santos. Unas horas mágicas que ya se ha convertido también en toda una tradición.
Porque, definitivamente, un buen número de gasteiztarras han abrazado eso de disfrazarse de todos esos seres oscuros que se supone que solamente tienen la puerta abierta hasta este mundo durante la noche del 31 de octubre. Fiesteros, niños y comerciantes, desde luego, ya le han dado la bienvenida a esta tradición traída de los EEUU. Falta por ver si a los jóvenes les quedarán ganas al día siguiente de ir al cementerio a evocar a los familiares que ya no están entre los vivos y a mostrar respeto a los difuntos, como dicta la tradición católica.
Aunque, hay tradiciones que amenazan con desaparecer ante la pujanza de nuevas realidades. No en vano, basta con dar un paseo por alguno de los cementerios para darse cuenta de cómo cada vez son más las personas que deciden incinerarse en vez de optar por reposar en una necrópolis. En fin, todo será cuestión de tradiciones.