De joven, Josu Alberdi lució melena y se codeó con Bertín Osborne en el Festival de Benicássim. En los 90, descubrió las tijeras, las cuñas publicitarias y el mundo del protocolo. Y fue ese hombre hecho a sí mismo de aspecto impecable, bronceado perpetuo, voz radiofónica y especialista en organización de eventos privados quien, a un suspiro del cambio de siglo, entró en el Ayuntamiento de Vitoria para incorporar en una institución que no sabía por dónde le daba el aire toda una serie de normas de cortesía y formalidad que ya nadie discute. Desde entonces, han pasado casi diecisiete años. Una larga e intensa etapa laboral con reconocimientos de por medio a la que ayer, a cuatro días de cumplir 66 otoños, tuvo que decir adiós. “Me voy un poco triste porque me hubiera gustado terminar la legislatura, pero también con el respeto debido”, apunta, mientras mira con pesar a la fachada de su otrora casa, la Consistorial.

La decisión de Gorka Urtaran de reestructurar el Departamento de Comunicación y Protocolo con una nueva distribución de tareas y la promoción de un trabajador de plantilla, sumada a la edad del que ha sido durante tanto tiempo su emblemático director, ha precipitado la despedida de Alberdi. “El alcalde consideraba que debía aplicar la Ley Básica de Empleado Público para, según dijo, no hacer agravios comparativos. Por tanto, me ha cesado, aunque yo he sido siempre un cargo de confianza, no un funcionario...”, puntualiza. No oculta su lamento, aunque lo vista de exquisita educación. Tampoco las ganas de seguir trabajando. Puede que hace ya una década que el médico le prohibiera practicar la que fuera una de sus pasiones, la navegación a vela, pero para el protocolo y la comunicación continúa estando en forma. Por eso, ya tiene dos opciones en mente: dedicarse a la docencia en esta materia y regresar a la grabación de mensajes publicitarios. “Hay algunas propuestas sobre la mesa”, reconoce.

Las circunstancias han obligado al incombustible Alberdi a dibujarse un nuevo futuro, lo mismo que le empujan estos días a echar la vista atrás. Es inevitable. Son muchos recuerdos. Y uno de los más curiosos tiene que ver con el desencadenante de su desembarco en ningún momento buscado en el Consistorio. “Era 1999. Yo tenía una empresa de organización de eventos y se me ocurrió un proyecto para poner serenos en la ciudad con una imagen de un búho. El caso es que se lo quise presentar al alcalde, entonces Alfonso Alonso. Me recibió en su despacho, muy amablemente... Y enseguida me di cuenta de que no me estaba haciendo ni caso. De hecho, al terminar, me dijo que lo que quería era comer un día conmigo. Y bueno, acepté. Quedamos y me explicó que lo que le interesaba de mí es que dirigiera el gabinete de Comunicación y, especialmente, Protocolo, materia en la que estaba todo por hacer”, relata.

Le costó dar el sí y puso condiciones. “Le dijo a Alfonso que me dejara probar seis meses, porque no lo veía nada claro”, afirma. Y al final fueron diecisiete años que no cambiaría por nada. “En los inicios la labor fue complicadita. Hubo que estructurar un reglamento de protocolo, se pasaron comunicaciones a todos los concejales para que supieran por qué normas debían regirse los actos, cómo debía ser la representación, cuándo era obligatoria la asistencia, cómo la colocación... Pero lo mejor de todo es que la aceptación fue magnífica por parte de todos los grupos”, asegura. Prueba de ello es que continuó al frente con Patxi Lazcoz, después con Javier Maroto y durante año y medio con Gorka Urtaran. Y nunca se ha oído de ningún político ni una palabra mala.

A fin de cuentas, el protocolo es imprescindible. “Mucha gente tiene un concepto muy versallesco y cree que se trata de un gasto innecesario. Evidentemente puede serlo si se le dedican cantidades desmesuradas. Pero el protocolo no es eso, es algo más práctico y una herramienta fundamental de la comunicación. Son reglas que organizan los actos para hacerlos lo más agradables posibles dando una buena imagen del Ayuntamiento, que incorporan mínimos gestos de educación y ayudan a la interrelación. ¿Por qué no, por tanto, un vino y un pintxo tras un acto de recepción? Eso yo lo veo necesario”, afirma. También, no obstante, es de los que cree que hay que renovar la ley vigente, porque se dan situaciones “incoherentes”, como que “un delegado de Gobierno vaya por delante de un cargo que ha sido elegido por la gente”.

A Alberdi le gusta que las cosas se hagan con respeto y mimo. Sin más. Y por eso no se le caen los anillos si una noche se encuentra limpiando una bandera de Gasteiz de quince metros cuadrados de superficie. “Puede que ésa haya sido mi anécdota más cómica. Al día siguiente había una visita del presidente Aznar en Miñano y en la entrada sólo estaba la de Euskadi. Tuve que conseguir una de España y quitarle a la de Vitoria un montón de manchas de cubatas, secarla y tenerla al día siguiente a las ocho de la mañana, impecable, en el parque tecnológico”, evoca. Gajes de un oficio que para este gentleman siempre será pasión.