vitoria - Las acogidas familiares nunca empiezan con una historia agradable, pero gracias a la generosidad de los voluntarios pueden tener un final feliz. Hablamos de niños, niñas y adolescentes menores de edad que, por circunstancias de la vida, quedan en desamparo. La Ley obliga a que, en lugar de ir a parar a un centro gestionado por la institución pertinente, recalen en familias que los integren en su realidad, los tomen de la mano y les ayuden a volver al camino. Sin embargo, la necesidad crece y es necesario sumar más personas a los programas de acogida que gestiona el Instituto Foral de Bienestar Social, dependiente de la Diputación alavesa. Generalmente estas familias no se conocen entre sí, pero ayer tuvieron la oportunidad de reunirse, disfrutar de una magnífica tarde y compartir experiencias en la fiesta que se organizó para ellas en el Parque de Gamarra.
Eva Hernández, del Programa de Apoyo al Acogimiento Familiar de Álava, explicaba que la celebración perseguía un doble objetivo. Por un lado ofrecer a los participantes una buena dosis de alegría y, por otro, hacer visible la necesidad añadir voluntarios a la acogida. “En este momento hay 87 familias que atienden a 120 menores, pero no es suficiente -señalaba-. Tenemos a 14 niños y niñas esperando una familia de acogida”. “Niños y niñas con una necesidad urgente”, apostillaba su compañero Óscar Martínez.
El caso de Ainitze ilustra a la perfección lo que representa este programa y la ayuda que brinda a los pequeños. Tiene dos hijos biológicos y, hace ya algún tiempo, ella y su marido comenzaron a darle vueltas a la idea de convertirse en familia de acogida. Finalmente decidieron “hacer crecer la familia de otra manera” apoyando a los más vulnerables, a los niños de los hogares. “Esto no tiene nada que ver con una adopción”, recalcaba mientras miraba a la pequeña de tres años que desde hace dos ocupa un hueco en su casa y en su vida.
A diferencia de la adopción, los menores acogidos siguen en contacto con sus padres biológicos. “La familia acogedora ha de tener claro que va a ser parte coeducativa junto con la biológica. Lo mismo que tus otros hijos tienen una actividad extraescolar, en nuestro caso la niña tiene visita con su mamá”, puntualizaba. “Estas visitas son positivas. Ella sale contenta y las demanda”. El balance de estos años es “muy positivo” y anima a otros a apuntarse al programa. “Este es un puente que algún día ella cruzará para tomar su camino”, explicaba.
Roberto tiene una década de experiencia como acogedor a sus espaldas. Ahora mismo comparte su hogar con un chaval de 14 años, aunque por su domicilio han pasado muchos otros niños, procedentes de programas forales y municipales. Acogimientos largos, de años, y cortos, como cuando una mujer de origen africano tuvo que regresar a su país por un fallecimiento familiar y él se ocupó de cuidar a su hija pequeña durante dos meses. “Lo que más te motiva es ver cómo los niños avanzan día a día. Cada uno de ellos es un caso diferente y llega con sus propios problemas. Tú tratas de ayudarles y observas su progresión Ves que mejoran poco a poco y eso es un subidón. En todos ellos dejas una impronta. Con el niño con el que más sufrimos, sé que la huella que dejamos en él fue que le enseñamos a querer”, recordaba.
Otro de los participantes en la fiesta de ayer era un joven de 15 años que relataba su experiencia como acogido en la modalidad de familia extensa. Ante la imposibilidad de su madre de hacerse cargo de él y su hermano, fue su tía la que dio el paso adelante. “Yo no fui consciente de lo que ocurría hasta que tuve siete años”, indicaba. Gracias al programa pudo disfrutar de una vida estable y, como indicaba, al final “todo ha salido bien”.