la asociación Clara Campoamor dio sus primeros pasos cuando se precipitó el fin del franquismo, una época negra en materia de derechos humanos y en la que la mujer, tras los avances logrados durante la Segunda República, fue relegada a un papel de mera comparsa. Casi siempre tutelada por el hombre, sumisa, sin derechos ni capacidad para opinar. Corría el año 1981 cuando un grupo de mujeres del movimiento feminista vasco fundó este colectivo, que tomó el nombre de la principal figura del feminismo estatal en la República e impulsora del sufragio femenino, ante la necesidad imperante de recuperar y defender sus derechos, pisoteados en todos los ámbitos, y para acabar con su indefensión frente a los delitos sexuales y las agresiones contra su vida, su integridad y su dignidad. El trabajo, eso sí, venía de atrás, desde la clandestinidad que imponía la dictadura.

“La situación era deprimente entonces. Por poner sólo un ejemplo, las mujeres no podían salir a la calle sin medias aunque no tuviesen dinero para comprarlas, porque costaban muchísimo dinero. Y si no llevaban, se las detenía”, recuerda ahora Blanca Estrella Ruiz, presidenta de Clara Campoamor, que sigue al frente de la asociación desde el primer día.

Fueron años de incomprensión, de trabas institucionales y de lucha sin descanso hasta que el colectivo fue por fin legalizado en 1985. “Pero no estábamos quietas”, asegura Ruiz, que celebró el primer gran triunfo de Clara Campoamor dos años antes, cuando el Ministerio de Justicia ya en manos del PSOE dictaminó por fin que las agresiones machistas pasarían de ser delito privado a público y que el perdón de la víctima ya no implicaría dejar sin efecto y archivar ese delito. Un tiempo en el que circunstancias vitales ahora tan normalizadas como el divorcio todavía eran tabú y durante el que el trabajo comenzó a multiplicarse.

Pronto llegó la redacción del I Plan de Igualdad de Oportunidades de las Mujeres, en cuya redacción participó Ruiz como presidenta, o el impulso de una ley de ámbito europeo contra la violencia de género, en la que Clara Campoamor ejerció un papel protagonista ante la ONU. “En este país no ha habido una ley en favor de los derechos de la mujer detrás de la que no hayamos estado”, asegura orgullosa Ruiz. Sus victorias más recientes han sido la reforma de la Ley Integral contra la Violencia de Género, que por fin reconoce también a los menores como víctimas de esta lacra, y la promulgación de la nueva Ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia, que tiene aparejado un Registro de Delincuentes Sexuales que Clara Campoamor viene reclamando desde el año 1991, según recuerda Blanca Estrella Ruiz. “Tenemos que mirar a la clase política con la cabeza muy alta, porque hemos logrado muchas cosas y nos ha faltado mucha ayuda”, destaca en este sentido la presidenta.

Claro que 35 años son muchos y la labor de la asociación ha tenido un reflejo importante en múltiples esferas. Aunque sobre todo se ha hecho conocida por su intervención en procesos judiciales como acusación popular, el último el de la niña Alicia brutalmente asesinada en enero en Gasteiz, su equipo presta atención y asesoramiento psicológico, social, educativo, familiar y jurídico a víctimas de la violencia de género en cualquiera de sus formas o de agresiones sexuales. También, a las mujeres que atraviesan por procesos de separación, impago de pensiones o custodia de menores.

“empezar desde el principio” Su otro gran campo de actividad es el de la difusión de la defensa de los derechos de la mujer y la infancia mediante programas preventivos, formativos y educativos, con una especial incidencia en los centros escolares. Talleres y charlas, fundamentalmente, que buscan “empezar desde el principio”, inculcando buenos valores a los más jóvenes, sin cuyo compromiso nunca podrá construirse una sociedad plenamente igualitaria en el futuro.

“Tenemos una falsa sensación de igualdad que nos está haciendo retroceder muchísimo. El machismo ha ido evolucionando. Ya no es el machismo rancio de antes, sino que se ha transformado para que todo siga absolutamente igual”, advierte, por su parte, Elena Sagaseta, trabajadora social de Clara Campoamor en Gasteiz, una de las once profesionales del equipo multidisciplinar que integra la delegación alavesa. Una idea en la que también incide José Miguel Fernández, Fote, abogado y delegado de la asociación en Euskadi: “El machismo hoy en día acaba de evolucionar. Se ha visto atacado y ha sacado los tanques a la calle”. Sagaseta, entretanto, se encarga de la atención directa a las víctimas de la violencia, aunque también es una de las impulsoras de los habituales programas de prevención.

La gestión de los programas de pisos de acogida para víctimas y del Centro de Acogida Inmediata en colaboración con el Ayuntamiento de Gasteiz es una de las labores más importantes que desarrolla el colectivo alavés, siempre desde la perspectiva de que a la mujer maltratada también acompaña un entorno familiar cercano que antes era visto “como un simple apéndice”. “Debe desaparecer esa diferencia entre víctimas directas e indirectas”, remarca la profesional en ese sentido.

El volumen de trabajo crece, pero a juicio de Sagaseta no se debe a que haya más casos sino a “una mayor identificación de lo que está pasando, o al menos una inquietud diferente”. Algunos de los casos atendidos corresponden a primeras relaciones, adolescentes de 13 ó 14 años que ya han atravesado un episodio de violencia machista, lo que da buenas pistas sobre el trabajo que aún debe realizarse sobre este grupo de población, que además tiene en las nuevas tecnologías un peligroso instrumento de maltrato y desigualdad.

Aun poniendo en valor los avances logrados estos años, Sagaseta advierte de que el camino por delante hacia la plena igualdad todavía es muy largo. “No podemos seguir poniendo tiritas y quedarnos tan a gusto. Hemos avanzado, pero queda mucho por hacer. Y algo pasa para que sigamos igual. O llegamos tarde, o no hablamos el mismo idioma. No tenemos la implicación de toda la sociedad”, lamenta la trabajadora social. La falsa percepción de que hay un alto volumen de denuncias falsas o la proliferación de los llamados micromachismos preocupan a Sagaseta, que incide en el objetivo final de su equipo: “Lo que nos importa es que la mujer tenga una oportunidad y viva libre de esa violencia”, zanja.

espíritu. La asociación ha hecho suyo el legado de Clara Campoamor, figura del feminismo en la II República.

fundación. Impulsada por mujeres del colectivo feminista vasco, tardó cuatro años en ser legalizada.