No hay refranes que retraten un invierno como el que acaba de marcharse. Sería más acertado sisar uno sobre la primavera y reemplazar el nombre. Ya fuera por el fenómeno del Niño, que dicen unos, o por el cambio climático, como señalan otros, el caso es que la estación que acabamos de dejar ha andado tan loca en Álava -en casi todas partes, en realidad- que ha puesto en jaque las estadísticas de las últimas tres décadas. Ha hecho más calor de lo normal y ha llovido más y menos de lo normal debido a un diciembre extremadamente seco, un enero que no supo qué era una bufanda y un febrero húmedo a rabiar que continuó vaciando cubos de agua durante los primeros días de marzo.
Ya el otoño había sido bastante cálido y con pocos chaparrones, sin destacados fenómenos meteorológicos adversos. Por eso todo el mundo pensó que llegaría el invierno y se agarraría los machos. Pero no. El llamado veroño continuó dando coletazos en diciembre y sólo hubo una bajada de temperaturas poco antes de la Nochevieja. Las altas presiones y el viento sur se convirtieron en los protagonistas principales de un mes llamativo en el que los avisos no fueron por nevadas, ni por olas de frío, sino por riesgos de incendios forestales, intensos vientos y escasez de precipitaciones. Con la excepción de Rioja Alavesa, que por su clima mediterráneo suele disfrutar de más Sol, desde al menos mediados del siglo pasado no se habían dado registros tan bajos de lluvias a lo largo del territorio.
Los informes de Euskalmet no pueden ser más elocuentes. En la estación meteorológica de Abetxuko se contabilizó un acumulado de 10 milímetros, una cantidad de lo más irrisoria en comparación con cualquier año anterior. Sin viajar demasiado lejos en el tiempo, en diciembre de 2006 se registraron 48,8 milímetros; en 2007 fueron 26,2; en 2008, 104,5; en 2009, 52,8; en 2010, 73,7; en 2011, 70; en 2012, 30,3; en 2013, 36,4; y en el humedísimo 2014, 119,7. Sólo hubo precipitaciones los días 8, 9, 28 y 29. Igualmente llamativos fueron los datos recogidos por la instalación de Páganos. Llovió tres jornadas y 4,2 milímetros en total, cuando en 2006 fueron 18,8, en 2007 12, en 2008 74,4, en 2009 105,5, en 2010 34, en 2011 21,7, en 2012 26,3, en 2013 31,2 y en 2014 71,6. Y todo eso lo notaron los embalses, al 60% de su capacidad, el bajo caudal de los ríos, la agricultura y la ganadería.
La escasez de agua puede ser tan mala como los diluvios cuando no tocan. Y también el calor tiene su cara y cruz. Las temperaturas medias de diciembre resultaron extraordinariamente cálidas en el litoral, de camiseta de manga corta y paseos por la orilla del mar, pero también en buena parte de nuestro territorio, sin llegar a esos extremos, fueron más cálidas de lo habitual. La estación de Abetxuko registró una media de 6,5 grados -cuando desde el año 2006 hasta 2014 había fluctuado entre 3,2 y 6,2-, con sólo nueve días de heladas. En Rioja Alavesa fueron cinco, pero no se notaron grandes diferencias respecto a pasados ejercicios en el termómetro porque las nieblas se pusieron cabezonas en el eje del Ebro, sobre todo entre los días 10 y 15. Al no terminar de levantarse, mantuvieron frío el ambiente con medias de 5 grados.
Y a todo esto, el viento, como el lobo del cuento, sopló y sopló buena parte del mes, con la componente sur como protagonista. Y siguió haciéndolo los primeros días de enero, hasta convertirse en aviso amarillo entre los días 8 y 11, cuando llegaron a registrarse rachas de 140 kilómetros por hora en zonas expuestas, de más de 110 en la capital. En cuanto a precipitaciones, el primer mes del año fue bastante corriente. Hubo 21 días de lluvia en la capital, 18 en Rioja Alavesa, pero con cantidades que sólo en contadas ocasiones llegaron a ser muy abundantes. La estación meteorológica de Abetxuko registró 72,5 milímetros, muy por encima de los 25,8 del año 2008 pero también muy por debajo de los 134,3 de 2015. En Páganos se contabilizaron 60 milímetros, cuando -haciendo la misma comparación que con Vitoria-, en 2008 cayeron 17,6 y en 2015 un total de 54,1 milímetros.
La cota de nieve bajó un única día a 500 metros, el 15, síntoma de que en general las temperaturas rompieron estadísticas. En la Llanada la media fue de 6,8 grados, aproximadamente 2 por encima del promedio normal, anomalía que convirtió enero de 2016 en el más caluroso que llevamos de siglo, junto con el de 2014. La máxima absoluta registrada en Abetxuko fue de 16,8 grados. En Páganos, de 17,1. Sólo hubo nueve noches con heladas en Vitoria y tres en Rioja Alavesa. Pero fueron débiles y se concentraron todas a mediados de mes, por lo que la sensación invernal duró poco. Y así es cómo aterrizó febrero y, sin llegar a descender demasiado el mercurio, comenzó a llover con tanta fuerza que la bondadosa climatológica que había tenido lugar hasta ese momento quedó diluida en el olvido.
Sin llegar a vomitar el diluvio universal de la costa cantábrica, febrero puso fin a lo bestia al déficit hídrico de Álava arrastrado desde otoño. En la Llanada las precipitaciones no alcanzaron el nivel histórico del ejercicio anterior pero llovió con ganas. La estación de Abetxuko registró 161,5 milímetros, por debajo de los 187 de 2015 aunque mucho más que en la última década. Donde sí que se pulverizaron todos los récords fue en el sur de la provincia. Páganos contabilizó un acumulado de 124,8 milímetros frente a los 87,7 del ejercicio anterior, que ya habían sido bastantes. Agua y más agua que sólo unas pocas veces se petrificó. La cota de nieve descendió de los mil metros cuatro noches.
Por eso, en general, no hizo excesivo frío. Febrero fue un mes de temperaturas normales, tendiendo a cálidas en Rioja Alavesa. La media registrada en Abetxuko se situó en 5,9 grados, con una máxima absoluta de 17,1. En Páganos alcanzó los 6,7 y el día de más calor se llegó a 16,2. Sólo heló nueve veces en la capital, seis en Rioja Alavesa. Y fue de cara a final de mes, con la llegada de una masa de aire polar marítimo procedente del sur de Groenlandia, cuando más húmedo y frío se puso el ambiente.
Sensación que se estiró como un chicle durante las dos primeras semanas de marzo, marcadas por precipitaciones en forma de nieve en la Llanada, agua en el resto, un pantano a rebosar, compuertas abiertas, evacuación a toda velocidad y ríos desbordados. Hubo que esperar a la tercera para que empezara a llegar la calma. Y así, con un final de invierno muy gris que no terminó de meterse del todo en el congelador, ha tomado el testigo una primavera algo más templada y, por ahora, mucho más soleada. Cuánto durará la alegría, eso es otra cuestión. En Álava, todo es posible.