la huida desesperada de miles de ciudadanos sirios, iraquíes, eritreos o de otros países en conflicto mucho más remotos como Pakistán o Afganistán motivó que refugiado fuese elegida la palabra del año 2015 por la Fundación del Español Urgente (Fundéu). No se trata, sin embargo, de un término nuevo, tampoco que esconda una realidad novedosa, y no hay que echar la vista demasiados años atrás para comprobarlo. Ahí están, por ejemplo, la cruenta Guerra de los Balcanes, durante la que el Estado acogió a cerca de 2.500 refugiados bosnios entre 1992 y 1994, o el precedente más cercano, la crisis de los cayucos de 2006, que propició la llegada de más de 30.000 personas hasta las costas canarias. Tragedias humanitarias a las que ha acompañado un flujo menos intenso aunque constante de desplazados por todo tipo de circunstancias y que Gasteiz y Álava han vivido en primera persona.

Desde hace más o menos tiempo, la capital es la tierra de acogida, entre otros muchos nuevos vecinos, de Mireya Perea, colombiana; Yahia Koddo, sirio; Amela Mocevic, bosnia; y Sekou Jabateh, liberiano, que han querido compartir sus experiencias vitales con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA y analizar la gravísima crisis actual, a la que se añade además la sinrazón provocada por la vergonzosa actitud de las instituciones europeas. “Ya no digo que sea injusto, sino que es irracional. Si no encontramos una solución a la raíz de la crisis no podremos acabar con ella”, advierte Koddo, oriundo de la localidad siria de Idleb, muy cercana a Alepo, que se encuentra bajo el control de la oposición moderada al régimen de Bashar al-Ásad.

Koddo se instaló en Gasteiz hace ya más de cuatro años, cuando en Siria comenzaba la revolución que después desembocaría en guerra civil. Vivió de cerca, en Damasco, aquellas primeras manifestaciones duramente reprimidas por el gobierno, y aunque apoyaba -y apoya- el cambio político, el joven no salió de su país por este motivo, sino para proseguir con su formación académica. Había concluido sus estudios de Filología Francesa y una beca le dio la oportunidad de doctorarse en el campus alavés de la UPV.

Su situación actual sí que es de solicitante de asilo, ante la insostenible situación que atraviesa Siria. “Va todo muy lento con la excusa de que hay muchas solicitudes. Tarda bastante tiempo, normalmente más de un año”, lamenta el joven. Desde que llegó a Gasteiz no ha podido regresar a su país, tampoco para despedir a su madre y a dos de sus hermanos, a los que perdió en distintas acciones del ejército de Al-Ásad. El pequeño, menor de edad, murió entre rejas. “El estado de ánimo depende de Siria”, argumenta en este sentido Koddo, que aun y todo confía en presentar su tesis sobre “interculturalidad e identidades múltiples” en el plazo de dos años. Mientras tanto, confía en que la tregua que acaba de entrar en vigor en Siria se perpetúe, “que paren las bombas” y pueda fraguarse una solución política al conflicto, y posteriormente “echar al Daesh” de sus posiciones.

En un futuro, cuando la situación se estabilice, el joven sueña con regresar a su país “para ayudar al pueblo” y “ser un puente” entre su cultura árabe y la occidental, para luchar por una “convivencia civilizada” y “acabar con los muchos prejuicios que hay entre ambos lados”.

Aunque llegó a Gasteiz en el año 2010 escapando de la violencia sectaria y la muerte, de las torturas sufridas como esclavo y de un pasado más lejano como niño soldado en las dos guerras civiles de Liberia, Sekou Jabateh sigue esperando todavía a día de hoy para terminar de regularizar totalmente su estatus de refugiado. Precisamente este pasado martes, casi ocho años después desde que llegase a España en un barco de mercancías desde su país, firmó el documento en el que se acredita esa condición y su derecho al asilo. Sí, ocho interminables años después. “El Gobierno me ha maltratado. Tengo amigos que han salido de Liberia tres años después que yo y que ya están en Canadá o Estados Unidos con el pasaporte y toda su familia. Yo ni siquiera pido un pasaporte, sólo quiero poder vivir tranquilo aquí con mi familia, trabajar y no tener que depender de las ayudas”, lamenta Jabateh. Porque el simple hecho de no haber podido concluir todavía todos los trámites le impide acceder con normalidad al mercado de trabajo, poder traerse también a Vitoria a su hijo mayor o a su madre o moverse con cierta calma. “No he vivido nunca con la cabeza tranquila”, asegura.

Jabateth, que ahora reside con su mujer y sus dos hijas pequeñas en Sansomendi, subsiste gracias a la ayuda económica del Gobierno Vasco y apenas ha tenido oportunidades laborales desde que llegó a Gasteiz. Muestra fotos del infierno vivido durante años de conflicto en Liberia, en los que tuvo que presenciar entre otras atrocidades el asesinato de su padre o de amigos cercanos, y descubre sus piernas todavía marcadas por los golpes. Nada de eso sirvió para que su situación se regularizara antes. “No he tenido infancia y no entiendo cómo he tenido que esperar hasta hoy para tener este documento, cuando es mi derecho y estamos en el siglo XXI”, insiste

La concesión del derecho al asilo suele estar marcada por esa desesperante lentitud, aunque no todas las personas tienen la misma suerte. Se trata de una situación similar a la que se vive en las actuales puertas de entrada a Europa, donde las fronteras se abren y cierran aleatoriamente y los ciudadanos sirios e iraquíes, al menos hasta la fecha, han tenido más posibilidades que los de otros países también en conflicto, como los afganos, de continuar su travesía y lograr el estatuto de refugiados.

casi dos décadas refugiada “Lo que está pasando es una vergüenza mundial. Hemos vuelto a la Segunda Guerra Mundial. Vemos películas de Hitler, como La Vida es Bella, y nada ha cambiado. Ahora lo vemos en las noticias y la televisión, a ojos de medio mundo”. Habla Mireya Perea, activista y refugiada colombiana, que salió forzosamente de su país de origen junto a su marido con destino Gasteiz en el año 1998. Su delito, defender los derechos laborales de sus colegas profesores en el departamento de Santander, su vieja casa, y luchar contra la corrupción.

Esto les valió para ser amenazados de muerte y sufrir un atentado a cargo de hombres armados, paramilitares, que entraron en su propia casa. Por fortuna, pudieron escapar con vida con la ayuda de una brigada de paz internacional y huir de Colombia bajo el paraguas de un programa de Amnistía Internacional para la protección de defensores de Derechos Humanos en países en conflicto. A Perea, su pareja y sus tres hijos esa suerte sí que les acompañó, ya que lograron “rápidamente” el estatus de refugiados gracias a la ayuda de la Diputación alavesa y el Ayuntamiento entonces dirigido por José Ángel Cuerda, que financiaron el programa. “Fue un caso muy emblemático”, recuerda Perea. Un final feliz a su historia que no le impide reconocer que “España es uno de los países más duros con el asilo”, como se está viendo ahora y se ha visto también en el pasado reciente.

La última gran crisis de desplazados del siglo XX tuvo a la actual Bosnia Herzegobina como escenario, tras la desintegración de Yugoslavia. Amela Mocevic era sólo una niña de once años cuando, allá por 1992, se vio obligada a escapar de casa con su familia en una arriesgada travesía que la llevó desde su localidad natal de Gora?de a Euskadi, con dos cortas escalas en Serbia y en un atestado campo de refugiados de Macedonia. “Hacía cuarto de Primaria y no pude terminar. Era una niña... He tratado de borrar los recuerdos, porque no es fácil. Tuvimos mucha suerte”, rememora.

Los cinco, su madre, sus dos hermanas y su hermano de sólo dos años, lograron huir, mientras que su padre se quedó luchando en el frente. En esta ocasión la respuesta institucional fue de nuevo adecuada y pudieron iniciar una vida “muy feliz” en Vitoria, donde todavía reside. Con el tiempo, su padre pudo reagruparse con la familia en la capital alavesa, y aunque una de sus hermanas tuvo que regresar a Bosnia por la falta de oportunidades laborales, el resto continúa viviendo aquí.

Mocevic, que no encuentra “palabras” para agradecer cómo fue acogida su familia, no puede evitar entristecerse al poner la televisión y ver la situación que atraviesan los refugiados que ahora tratan de llegar a Europa. Se siente identificada. “Me da mucha pena, porque te vienen muchos recuerdos. Las mujeres, los niños... Ahora están desamparados y no tienen la culpa de nada”, lamenta Mocevic.

Una sensación que también invade a Jabateh. “Me da muchísima pena. La comunidad internacional debe solucionar esto. No puede ayudar a unos y castigar a los demás. Que haya justicia”, reclama. A diferencia de Koddo o de Mocevic, que regresa todos los veranos a Bosnia acompañada por sus dos hijos, volver a Liberia no es una opción para este vecino de Sansomendi, por la enorme peligrosidad que eso entrañaría. Perea, que también ha vuelto a Colombia en dos ocasiones pero tomando muchas precauciones, también tiene escrito su futuro aquí.

La acogida ha sido buena en todos los casos, la de una ciudad solidaria y abierta con el diferente, una realidad que colisiona con los intereses y las decisiones de las instituciones. Instituciones y gobiernos que, como recuerda Koddo, han sido los grandes responsables, entre otras muchas, de la guerra que desangra su país. “No nos podemos quedar en nuestras casitas tranquilos viendo cómo la gente se muere de hambre y de frío en esas fronteras”, remacha Perea.