amurrio - Tiene 53 años, peina canas y por sus rodillas pasan cada Nochebuena, desde hace más de tres décadas, más de 800 niños y niñas de Amurrio que le entregan sus deseos en forma de carta. Su ama Carmen le bautizó con el nombre de Manuel Plaza Bedmar, pero desde el día en que aceptó, con apenas 22 años, encarnar por primera vez a ese afable carbonero que baja del monte cada Navidad para traer regalos y repartir ilusión, se convirtió para todos sus convecinos en Olentzero Manolo. Un título que lleva no sólo con orgullo sino como si fuera una especie de compromiso sagrado para el que no le ha frenado ni el hecho de estar escayolado, y que le ha llevado a sacrificar anualmente parte de sus vacaciones, e incluso pedir el alta médica antes de lo que dicta la lógica y la opinión experta, porque, “lo siento mucho doctor, pero no puedo quedarme; Olentzero tiene que bajar del monte”.

Así, no es de extrañar que su pueblo le haya querido agradecer esos 31 años de reparto de ilusiones con la entrega de la insignia Guk de Oro, que le convirtió el sábado en el amurrioarra del año y, por consiguiente, en el pregonero de las fiestas patronales del próximo mes de agosto, tomando así el relevo a las cuadrillas festivas Trot-Art, Euskotarrak, Dantza Lagunak, Herriarenak y El Boli.

El galardón fue entregado en un más que abarrotado Amurrio Antzokia, mediante una gala que se abrió con la actuación de la orquesta y el coro txiki de la escuela municipal de música (pregonera festiva en 2010), dirigidos por el profesor Felipe Ainz, y a la que siguió la intervención de la alcaldesa, Josune Irabien, quien le dio las gracias en nombre de toda la población “por contagiarnos de ilusión a todos y mantener esta tradición”. La regidora también le definió como “ser excepcional que no deja a nadie indiferente, paciente, trabajador, desinteresado y discreto”, y le hizo entrega de su carta con un deseo muy especial: “Sigue siendo nuestro Olentzero”.

El momento emotivo llegó después, cuando en la pantalla de cine del teatro municipal se proyectó un audiovisual en el que el propio Manolo, con imágenes de su labor de fondo, fue narrando lo que han sido para él estos años como Olentzero. “Estoy aquí de casualidad. La culpa la tuvo Kiski. Un profesor de AEK que entró en el aula donde estudiaba euskera junto a otras doce chicas, buscando a alguien que diera el perfil para meterse en la piel del carbonero, por el físico y por euskaldun, y aquí sigo; aunque atrás quedó ya salir en manga corta y con pelo negro. Hemos envejecido y ganado experiencia juntos, hasta el punto de que no se dónde acaba el personaje y empieza la persona: soy Olentzero todo el año”, explicó.

Manolo saca su fuerza para seguir de los propios niños y niñas. “Digo que lo voy a dejar, pero en septiembre cuando me empiezo a dejar la barba y el pelo, me transformo, miro hacia atrás y veo que me seguís y tiro. Esas caras de ilusión y esas manos temblorosas al darme una carta no tienen precio, y también en gente mayor, ¿eh? Tendríais que ver las caras que ponéis cuando acompañáis a vuestros hijos o nietos a visitarme”, espetó.

Y es que por su dilatada experiencia, Olentzero Manolo sabe que “ni la ilusión tiene edad ni hay niño malo, puede que travieso”. La clave de su buena mano con los txikis la tiene cristalina: “tratarles como si fueran mi propia hija, y hablarles muy bajito y con paciencia, mucha”. De hecho, fue el nacimiento de Jone (su primogénita) la que hizo pensar a muchos que iba a colgar su “desgastada pipa siempre apagada”, tal y como reza un texto que le describe, escrito por Sonia Bermúdez, y que defendió ante el micrófono Andere Larrinaga. Sin embargo, Manolo -gracias al apoyo absoluto de “mi compinche” (su mujer Kathya)- supo compaginar su papel de aita y marido en estas fechas tan señaladas con el de Olentzero, y hoy es el día en el que hasta la propia Jone se siente muy orgullosa de su padre y se ha convertido -junto con los integrantes de la asociación cultural Ohiturak- en otra ayudante más del carbonero.

Y es que Manolo dejó muy claro que aunque es “el cabeza visible”, con él “hay un montón de gente organizando todo, y a ellos les dedico este galardón del que no estoy, sino que estamos, muy orgullosos”, subrayó. De ello dieron fe las muchas personas que quisieron sumarse a este reconocimiento subiendo al escenario: su mujer, su hija, su sobrina, compañeros de Ohiturak, la joven Goya que le calificó de “único e irrepetible”, un grupo de txistularis y una dantzari que bailó un emocionante aurresku, unas letras desde Argentina del dantzari local Aitor Álava, “con quien has compartido tantas nocheviejas en esa cabaña del monte, junto a tu perro fiel Andi”, y hasta un grupo de niños y niñas que le regalaron dibujos, mientras -como cada víspera de Navidad- iban pasando por sus rodillas.