Siendo las más necesitadas, fueron las últimas en instalarse. Y una vez colocadas, comenzaron los problemas. Dos años en funcionamiento. Dos de averías constantes. “No hay día en que no falle alguno de los cuatro tramos”, afirma, insistiendo en “no hay día”, Fernando Pascual. Es vecino del Casco Viejo. Y jubilado. El usuario tipo al que se destinó la obra del cantón del Seminario. “Para ir al ambulatorio, a la Catedral, a hacer algún recado... Las usamos mucho. Bueno, o lo intentamos”. Hoy, once de la mañana, una de las plataformas de bajada está parada. Ni rastro de los técnicos de Schindler, la empresa de mantenimiento, “aunque seguro que están al caer”. Es ya más fácil ver operarios trabajando en el restablecimiento de la infraestructura que la infraestructura en buen estado. Llegan, arreglan y, antes de dar la vuelta a la esquina, puede que estén recibiendo una llamada para volver. Así que el Ayuntamiento ha decidido encargar al fin un informe técnico que clarifique qué es lo que sucede. Si las roturas tienen que ver con actos vandálicos o si además podrían deberse a defectos de fabricación, de instalación, mecánicos o por uso. Que la gente mayor se está cansando de tirar de riñón y empieza a sacar el genio.

La silueta aún regia de Fernando se pierde en lo alto del cantón, a la vez que se acerca, bastante más torcida, la de Pedro Gueme. El abuelo llega al cruce con Zapatería, tantea con el pie en la rampa de bajada y constata que está parada. Apoya la mano derecha en la barandilla, afianza la izquierda en la muleta y sigue caminando, pendiente abajo, con cuidado extremo. Sólo le faltaba hacerse una avería más. “Con las de las rampas ya tenemos suficiente”, ironiza. Y eso que el asunto no le hace ni pizca de gracia. Como todos los usuarios, constata que los fallos “son demasiado frecuentes”. Cada vez que llega al cantón para “ir al centro de salud o al txoko”, se encuentra con que “alguna no va”. Y siempre se pregunta cómo puede ser posible un funcionamiento tan deficiente, cuando en sus viajes por el mundo nunca ha visto escaleras con tantos desperfectos. “Una vez estuvieron fuera de servicio hasta ocho días, aun viniendo los técnicos”, asegura.

“Es un auténtico desastre”, sentencia Benigna Rojo. Ella ya está harta de toparse con las vallas amarillas vetando el acceso a la rampa rota de turno. “La mayor parte de las veces acabo subiendo al médico andando”, asegura, “y eso cuando no están paradas las de bajada, que también son importantes para las personas con problemas de movilidad”. Ella confía en que el informe técnico “sirva para algo”, porque durante estos dos años se han desgranado los variados problemas que sufre la estructura “y todavía seguimos igual”. Al principio se atribuyeron buena parte de los incidentes a actos vandálicos, pero tras la colocación de cámaras de vigilancia tanto en esta zona como en las otras dos del Casco Viejo continuaron los contratiempos. “Pero eso puede ser porque no se supervisan las imágenes ni se sancionan los malos comportamientos, cuanto todos sabemos que los hay”, dice Piedad Muro, usuaria diaria de todas y cada una de las alfombras rodantes de la colina.

Se refiere sobre todo a la afición de ciertas personas a apretar el botón de emergencia por puro divertimento. “Sin ir más lejos, niños. Puedes ver a los padres tomándose unos cacharros en la calle Cuchillería y los hijos, que no paran, venga apretar donde no deben hasta que bloquean las rampas del todo. Y no les dicen nada”, reprocha la jubilada. Ella está convencida de que si el Ayuntamiento “se comportara como debe, porque el mantenimiento de las escaleras lo pagamos entre todos, es dinero público”, habría sanciones “y la gente escarmentaría”. Piedad es de la vieja escuela. Por eso, no le entra en la cabeza seguir viendo escenas como la descrita. “La gente no respeta, cuando esta obra es algo fantástico para todo el mundo. Yo llevo desde los cuatro años viviendo en el Casco, durante décadas subiendo las bolsas del economato a cuestas, así que me parece una gran pena que instalen un servicio tan bueno, y que además queda bonito, y estemos con problemas cada dos por tres”, señala.

El jubilado Jesús Pinedo también es de los que cree que el gamberrismo “no controlado” tiene mucho que ver con las averías. “He llegado a ver cristales en las juntas. Como hay gente buena, también hay gente mala”, subraya. Ahora bien, no descarta que además puedan existir “problemas de la propia obra, de la instalación o del uso, porque estas cosas eléctricas son sensibles”. Y así es como piensa Fernando camino al ambulatorio. Que “tiene que haber algo más”, dice, porque cada vez que los técnicos llegan al cantón del Seminario “levantan las piezas que están en los extremos de cada rampa, sacan los motores....”. Y a él le da la sensación de que si “montan una grande” en cada visita tiene que ser porque “el problema es más gordo que un bloqueo puntual o un determinado acto vandálico”.

El informe técnico dirá. Así lo ha decidido el equipo de gobierno municipal. Cuando estaba en la oposición ya mostró su preocupación por las repetitivas paralizaciones y las reiteradas intervenciones y, ahora que está al mando, le toca actuar.