hay vidas que son historia y que requieren de una novela haciendo cierto el dicho de que la realidad muchas veces supera la ficción. Cuando a María Josefa Lastagaray (Bilbao, 1948) le relataban en casa todas las hazañas que había logrado la hermana de su abuela materna, la gasteiztarra María de Maeztu (1881-1948), en sacrificio por la formación de la mujer, supo que no se podían quedar sólo en meras anécdotas familiares, máxime cuando su intensa vida como pionera del feminismo y de la pedagogía moderna quizás no haya sido suficientemente conocida, tal y como reconoce Lastagaray, nieta de Ángela, una de los cuatros hermanos que tuvo la gran pedagoga vasca e icono de la liberación de la mujer. Ello le quedó bien claro a raíz de la publicación de su tesis Los Maeztu (Los Maeztu: una familia de artistas e intelectuales), presentada en 2010 en la Universidad Autónoma de Madrid, con la que se doctoró en Historia del Arte y en la que descubrió que la biografía de su tía abuela se merecía más que un capítulo aparte, un hecho que en 2015, con motivo de la celebración del centenario de la fundación de la Residencia de Señoritas, de la que su tía abuela fue fundadora y directora, animó a Lastagaray a escribir el libro María de Maeztu Whitney. Una vida entre la pedagogía y el feminismo (Editorial La Ergástula).
La reconstrucción de su historia, contada a lo largo de 375 páginas, lleva al lector a conocer a una nueva María, que gracias a la documentación inédita, ha llegado a sorprender hasta a la propia autora del volumen, con un redescubrimiento de “toda su vida completa porque, aunque familia que somos, muchos trabajos que realizó no los conocía y los he encontrado en los archivos”, confiesa esta doctora en Historia del Arte, quien tras graduarse en Artes Aplicadas, diplomarse en Profesorado de Educación General Básica y licenciarse en Filosofía y Letras, ha ejercido como profesora en diversos centros. Una formación, de la que sin duda, hubiese estado orgullosa su tía abuela, ya que “los estudios que debía realizar” era una de las particulares lecciones que daba tanto a su única sobrina que vivía en Bilbao, como al resto de féminas del mundo. “La primera tarea a realizar es la de preparar a nuestras mujeres y claro está que yo confío como único y exclusivo medio en la educación, que le dará fuerza para descubrir nuevos mundos, no sospechados hasta ahora”, explicaba María, una mujer “de carácter y femenina al mismo tiempo, de palabra fácil, figura menuda, rubia, de ojos azules”, que abrió brecha en el frente de la instrucción femenina. “Recordando lo que se decía en mi familia, los pilares de su personalidad fueron corazón y cabeza”, matiza su sobrina nieta, quien pese a que no tiene ningún recuerdo personal, al nacer justo el mismo año que murió María, sí que sabe que su tía abuela era una persona “muy cercana en el trato, que se preocupaba de sus hermanos y madre continuamente”.
Y no sólo por sus familiares. Basta con ver las imágenes en blanco y negro de su funeral para darse cuenta de la conmoción en la sociedad que supuso la pérdida de esta mujer, querida y admirada por sus alumnos, quienes el 16 de enero de 1948 organizaron su última despedida en la iglesia madrileña de San Fermín de los Navarros. María fallecía el 7 de enero de ese mismo año, aunque para la llegada de sus restos mortales hubo que esperar hasta el 9 de febrero, fecha en la que tras un largo viaje desde Mar del Plata (Argentina), llegó su cadáver a Estella, lugar en el que se la enterró en su cementerio municipal, tras un recibimiento en el que no faltaron autoridades y loas en torno a su figura. “En el cincuentenario de la residencia, testimonio de gratitud. Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús de la Universidad de Madrid”, reza su epitafio en el mausoleo familiar, donde reposan también su hermano Gustavo y su madre. Volvía así de su exilio la hermana del célebre periodista y pensador Ramiro de Maeztu y la pedagoga que siempre añoró su trabajo vinculado a la República y que nunca llegó a recuperar tras el estallido de la Guerra Civil. Algo que era inaceptable para alguien como ella, una de las activistas que más han contribuido a trazar un camino real en la igualdad de géneros. “Soy feminista. Me avergonzaría de no serlo porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar como persona en la obra total de la cultura humana”, dijo María en 1925.
Pero la historia de María no se explica sin contar la de su padre, el ingeniero Manuel de Maeztu Rodríguez, un hacendado cubano de origen vasco, ni, sobre todo, sin la de su madre, Juana Whitney, una señorita inglesa educada en Niza. La pareja, acostumbrada a una posición económica holgada por las posesiones de don Manuel en Cuba, parece que viajó a España en 1873 con el deseo de conocer la tierra de los antepasados de él. De esta manera llegaron a Vitoria, donde residía un hermano de Manuel, Ramiro de Maeztu Rodríguez, y donde nacerán sus cinco hijos: Ramiro, el mayor, en 1874, y después, Ángela, Miguel, María y Gustavo, criados todos ellos en la capital alavesa, en el seno de un hogar en el que recibieron una educación moderna, cosmopolita y liberal. Todo ello en un ambiente de opulencia, con profesores particulares, de idiomas, de música, de esgrima, de dibujo, en el que no faltaron sirvientes, coches y caballos. “En la familia se hablaba el francés. Como los padres se conocieron en París educaron a sus hijos en ese idioma. La madre al ser inglesa predispuso a sus hijos hacia el inglés, idioma que lo hablaron sólo María y su hermano Ramiro. María también estudió alemán para cursar, durante un año de 1912 a 1913, estudios neokantianos en Marburgo (Alemania)”, matiza su sobrina nieta.
La temprana muerte del padre en Santa Clara (Cuba) en 1898, unida al fin de los negocios familiares en aquella isla caribeña, abrió una nueva etapa, marcada a partir de entonces en torno a la figura de la madre, Juana, una mujer fuerte y decidida que desde ese momento se hará cargo de la situación, como ejemplo de superación y carácter emprendedor. “La ruina familiar motivó el traslado a Bilbao, donde la madre Juana, creó la Academia Anglo-Francesa, que era un colegio donde María colaboró en un principio cuando se hizo maestra”, añade la autora del libro. Este centro para señoritas se abrió primero, en la calle Berastegi y luego en Obispo Orueta, en el magnífico edificio que hoy es el del Departamento de promoción Económica de la Diputación vizcaína. “La madre también era una mujer adelantada para el Bilbao en el que vivió, así como lo fue su hermana Ángela, que también ayudó en esa academia”, agrega Lastagaray.
María aprendió del ambiente intelectual que se respiraba en la familia que ella también debía seguir con sus estudios, en una época en la que la cultura era algo reservado esencialmente a los hombres. En 1900 las cifras hablan por sí solas. Un 71,4% de las mujeres eran analfabetas, mientras que en los hombres era el 55,8%. Pero ella formaba parte de esa excepción que comenzó a luchar por algo distinto. Una vez cursada la primera enseñanza y motivada tal vez por la dedicación de su madre a su academia bilbaína, se inclinó a los estudios de Magisterio. Los realizó en la Escuela Normal de Maestras de Vitoria, con nota final de sobresaliente, de manera que en 1898 ya era maestra de primera enseñanza. Y es en estos años cuando María debió de ayudar a su madre en la academia, al igual que su hermana Ángela.
En 1902 María consiguió una plaza por oposición en Santander pero pronto pedirá el traslado a Bilbao. Allí, en una pequeña escuela del distrito de Las Cortes, en “el barrio más pobre”, como decía su querido hermano Ramiro, ejerció su primera profesión de maestra, donde comenzó a practicar sus ideas educativas innovadoras con sus pequeñas alumnas: clases al aire libre, no memorización, fuera castigos, colonias y una preocupación estética-higienista nada habitual en la España de la época.
Pero María necesitaba aprender más. Como afirmó en varias ocasiones para ejercer el magisterio, era menester una formación más amplia que la de la escuela normal. En concreto, afirmaba: “La letra con sangre entra, siempre que se entienda que se trate de la del maestro. El eje de la educación no puede ser cualquiera”. Ello la impulsó en 1907 a obtener en Vitoria el grado de Bachiller con la calificación de sobresaliente y premio extraordinario a la sección de letras. Fue entonces cuando se matriculó como alumna no oficial en la Facultad de Filosofía y Letras de Salamanca, donde fue alumna del entonces rector de la universidad, Miguel de Unamuno, con el que siempre mantendría una excelente relación. En 1909 pidió traslado de expediente a Madrid y ese mismo año ingresó en la primera promoción de la recién creada Escuela Superior de Magisterio, de la que era profesor José Ortega y Gasset. En esos primeros años madrileños la joven vitoriana recibió la influencia de algunos institucionistas, como Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), creador y director de la Institución Libre de Enseñanza en 1876, un movimiento intelectual que guió la labor educativa de María, al plantear una enseñanza activa, libre de castigos y de memorizar textos.
Ya en 1907 María era una de las primeras solicitantes de pensión para ampliar estudios fuera de España, en un momento en el que en el exterior se estaban llevando a cabo muchas renovaciones de enseñanza. Estos viajes internacionales nunca los abandonó, al asistir a todos los foros y conferencias donde fue reclamada.
Su obra En 1915 comenzó a funcionar en Madrid la Residencia de Señoritas, un proyecto de la Junta que intentaba trasladar a España los ambientes culturales de los colleges ingleses, y por el que María, como directora de la misma hasta 1936, será siempre recordada. “En 1915 empezó con cinco únicas alumnas en la Residencia de Señoritas que querían estudiar para luego trabajar, y seis años después ya eran ciento treinta”, detalla la escritora. Cuando pasaba por Madrid alguna personalidad de relieve María invitaba a dar conferencias a la residencia, tal fue el caso de Marie Curie, y de figuras españolas como Federico García Lorca y José Ortega y Gasset. Se trataba de una idea nueva sin precedentes en la enseñanza pública española que se convirtió en una plataforma esencial para la mejora de las perspectivas profesionales, intelectuales, culturales y sociales de las féminas. “Era una mujer inteligente y muy trabajadora, empeñada en mejorar la educación desde los cursos elementales de Primaria y, como digo, hacer que la mujer estudie y ocupe puestos de responsabilidad en la sociedad”, recalca su sobrina nieta. De ahí su empeño en impulsar la Residencia de Señoritas. “Digo esto -aclara Lastagaray- porque, como también era muy ocurrente, decía en confianza a su secretaria Eulalia Lapresta a principio de los años veinte respecto a su obra (así llamaba al trabajo de directora de la residencia): “No podemos descansar, sobre todo cuando hemos emprendido la lucha de mover la Puerta de Alcalá”.
De hecho, en su lucha por la dignificación de la mujer, María también asumió la dirección de Primaria del Instituto-Escuela en 1918, compaginándola con su trabajo al frente de la Residencia de Señoritas. Y, en línea con su militancia feminista, fundó en 1926 la primera asociación de mujeres de España, el Club Lyceum Femenino, con el principal objetivo de defender los intereses morales y materiales de la mujer, que causó gran polémica en su época al llamar a sus integrantes “féminas excéntricas y desequilibradas”. “Crearon ese club de inmediato éxito y aunque una minoría les criticaba estuvieron muy orgullosas de crearlo sin miedos a las represalias, que no fueron tantas”, subraya su sobrina nieta.
Sin embargo, aquellos movimientos renovadores desaparecieron de pronto por la contienda civil, que se llevó consigo para siempre tanto el trabajo de María de Maeztu en España como a su querido hermano Ramiro, a quien las milicias republicanas fusilaron un 29 de octubre de 1936. María no quería quedarse en una tierra en la que no le dejaban ser lo que ella quería y por eso puso rumbo a Buenos Aires, en homenaje a su hermano Ramiro, como reflejo de las convicciones ideológicas que defendía en la obra de él, En defensa de la Hispanidad. “Entendí que mi puesto no estaba allí (en alusión a las ofertas que María recibió de EEUU), sino en nuestra América, en la América hispana, a la que debía llevar el mensaje que un día mi hermano Ramiro había puestos en mis manos”, escribía la vitoriana en 1945. En esa parte del charco, en concreto, a partir de 1937, María retomará parte de sus actividades como docente y conferenciante.