Fue una noche larga, surrealista, divertida, lluviosa y sedienta, de reencuentros y lagunas. Y cuando el sol se desperezó, indios, piratas, marypoppins, tigres, súper héroes, darth vaders y demás personajes con déficit de complementos, maquillaje difuminado, problemas de coordinación, estómago revuelto o mucha hambre empezaron a entremezclarse con mariquitas, príncipes y princesas, vaqueros y un sinfín de fauna que había preferido no trasnochar -familias, sobre todo, de las que coordinan atuendo- para disfrutar de la última salida de las comparsas del Carnaval vitoriano hasta 2017.

Las más de 6.000 personas que un año más han hecho posibles los desfiles se entregaron con ganas, felices por que el cielo volviera a respetarles el momento, ante un público que supo aplaudir ese trabajo de meses que se evapora en un fin de semana. Tras el recorrido, no obstante, se notó que el Carnaval había iniciado la cuenta atrás. Las calles se fueron vaciando de disfraces hasta que la oscuridad engulló los últimos restos de la juerga. Eso sí, será mañana cuando la ciudad inicie oficialmente el viaje hacia el túnel de la Cuaresma. A las ocho de la tarde, entre medias de la verbena de Haltzama, los vitorianos sacarán las teas para chamuscar la sardina.