Vitoria - La de Santa Águeda es una de esas fiestas que hunden sus orígenes en la tradición rural, una celebración modesta, sin festivos de por medio, sin grandes fastos, en una de las épocas más desapacibles del año, y quizá por eso también es una de las citas más entrañables del calendario. De hecho, goza de una extraordinaria salud, principalmente la víspera, cuando se rememoran aquellas visitas de los mozos a los caseríos, makila en mano, en busca de alimentos.
Ahora son sobre todo los colegios los que se encargan de mantener viva la llama de esa fiesta donde la religión se entremezcla con la fraternidad entre los jóvenes, los cantos tradicionales y la superstición precristiana. En Gasteiz, ayer, víspera de Santa Águeda, centenares de niñas y niños sacaron del armario el traje de kaxero y de neska, bien planchado tras el desfile del Olentzero. Durante semanas han ensayado sus cánticos con las makilas, unas más modestas o de fortuna, otras hábilmente trenzadas, todo para que ayer las canciones sonarán bajo un ritmo perfecto.
No en todos los casos salió así, habida cuenta de que esta tradición prácticamente se les inculca a los niños desde los tres años y, por mucha voluntad que pongan, a esas edades cada uno va por su lado, para regocijo de los madres y padres que tuvieron la ocasión de asistir al espectáculo. Además, ya con la tarde más que avanzada, la Academia Municipal de Folklore celebró una kalejira por las calles San Antonio, San Prudencio, Fueros, Independencia, por la plaza de los Celedones de Oro, por Postas, Virgen Blanca, Dato, plaza del Arca y San Prudencio.
Esa música, las makilas, es lo que ha llegado a la sociedad urbanita de hoy en día de Santa Águeda, pero la fiesta tenía y tiene otros aspectos interesantes. Por ejemplo, el carácter conjurante. Antiguamente , en la víspera de Santa Águeda, los labradores daban fuego a pellejos y botas viejas y los llevaban corriendo hasta los sembrados para protegerlos del fuego y de las plagas perniciosas. Los mozos, por su parte, tocaban las campanas durante toda la noche para espantar al espíritu del mal.
En los mozos del pueblo los que realizaban la ronda por los caseríos, pidiendo alimentos para organizar una merienda, dedicarlos a algún fin solidario o incluso con fines lucrativos. Se cree que los bastones ayudaban a moverse en la oscuridad entre caserío y caserío.