Cuando la situación económica se vuelve insoportable, siempre sucede lo mismo. El mundo bombardea con frases motivadoras para mantenerse a flote. La más recurrente, y puede que también la más odiosa, es la que dice que “la crisis es tiempo de oportunidad”. También está aquella otra que advierte de que “uno no puede esperar a que las cosas pasen por sí solas”. Y con ésa sí que comulga al cien por cien Diego Martínez de San Vicente, un librero de San Martín que arrastró a doce comercios de la zona a organizar una iniciativa navideña el año pasado y que ha conseguido que para esta nueva campaña sean treinta y nueve. Recurriendo a la estrategia de una decoración única, el sorteo de artículos súper atractivos y la donación del dinero que se recaude a una asociación sin ánimo de lucro, lo que quieren es visibilizar algo que aun siendo obvio no se termina de asimilar. Que el barrio dispone de una oferta de servicios brutal. Que hay carnicerías y pescaderías, fruterías y bares, clínicas veterinarias y peluquerías, especialistas en eficiencia energética y en fisioterapia, papelerías y mercerías, academias de idiomas y modistas. Que se puede comprar, beber, comer, disfrutar, sin tener que ir al centro. Con un trato cercano, de confianza, de tú a tú, de “hola Manolo, qué tal va la pierna hoy”, con calidad.

Y es cierto que San Martín no pasa por momentos tan dolorosos como otros barrios de la ciudad. Hay equipamientos sanitarios, educativos y ahora también administrativos, gracias al traslado de las oficinas municipales de San Martín. Eso significa trajín. Y el trajín llama al consumo. También el hecho de que la mayoría de los vecinos supere los cincuenta años ayuda a que el sector siga respirando, a que no se duerman las calles, porque son personas acostumbradas a consumir en el comercio de proximidad. Pero el centro siempre será el centro y el hábito de acudir a las grandes superficies ha ido ganando peso por el triunfo de la comodidad sobre la calidad. “Por eso pensé que había que hacer algo. Para que la gente vea que sin salir del barrio, dando cuatro pasos, lo tiene todo. Que no tiene por qué irse a una cadena de supermercados a llenar el carro ni a Sancho el Sabio a tomarse un vino. Y para que se dé cuenta de que comprar aquí es bueno para todos. Es vida”, defiende Diego, heredero de la librería Arlekin.

El mensaje de reivindicación tomará forma a partir del día 9. Esa mañana, después de levantar las persianas de sus comercios, los treinta y nueve participantes desplegarán a la entrada una alfombra verde. La más grande va a ser la de Munain, la floristería que hace esquina entre la Avenida Gasteiz y la plaza Gerardo Armesto. La ha solicitado de 25,4 metros. Todo lo largo que es el escaparate. Ahí es nada. También pondrán árboles navideños a pie de calle. Pero no con las típicas bolas y el laberíntico espumillón. Cada establecimiento decorará el suyo según el tipo de servicio que ofrece. Laura Cardelli, la amabilísima propietaria de La Frute, una de esas vendedoras con el mágico don de alegrar los rostros de los clientes aun en los días grises, colgará de las ramas manzanas, mangos, naranjas, mandarinas... “Y la clínica veterinaria pondrá huesitos, la panadería de aquí enfrente pastas, los bares han hablado de utilizar servilletas para hacer lazos o colocar posavasos...”, desvela.

Se trata de usar elementos representativos, lo mismo que con los premios que han preparado para su particular sorteo de Navidad. Una cesta de productos ecológicos, una canastilla para el perro o el gato, un masaje terapéutico, dos entrenamientos personales, una bandeja de frutas surtidas cubiertas de chocolate, una merluza de pintxo y un kilo de langostinos, una bufanda y unos guantes de señora, el libro finalista y el libro premio Planeta 2013, un lavado esencial con tratamiento de ozono, un vale por diez cañas y diez pintxos, una cena para dos, una sesión de electrofitness y una de sauna criogénica, dos entradas para el Valle Salado de Añana con cata y un paquete de sal, una lámpara led que se activa con mando a distancia, un estuche de moscato y cinco desayunos, un mes de clases particulares de asignaturas de la rama de ciencias... Y así, hasta treinta y nueve, todos variados y muy sugerentes.

Cada comercio pondrá a la venta cien boletos a sólo cincuenta céntimos la unidad, para una rifa que se celebrará el 22 de diciembre coincidiendo con la Lotería Nacional y que hará vencedores a aquellos clientes cuyo vale acabe en las dos mismas cifras que el Gordo. A partir de ahí, se hará un nuevo sorteo, esta vez para repartir los obsequios. “Si has comprado tu boleto en la frutería y has ganado, eso no significa que te vayas a llevar lo que ha preparado la frutería. Te puede tocar cualquiera de las otras 36 opciones”, apuntilla Diego. La estrategia tiene su aquél. Lo que se busca es “dar a conocer a la gente todos los comercios”. Puede suceder, por ejemplo, que un vecino compre siempre las chuletas en la carnicería Akelarre pero nunca se le haya ocurrido pisar Gureled para renovar las bombillas de casa porque está acostumbrada a ir a alguna de esas gigantescas cadenas que se promocionan a todo trapo por las televisiones.

Laura, Diego y el resto de compañeros no quieren hablar de comercios sino del comercio de San Martín. Un sector unido, que cuando se ayuda se hace más fuerte de manera individual y en conjunto. “El año pasado, el primer día yo ya había vendido los cien boletos y mi colega de al lado, con un negocio reciente, no lograba darles salida, así que cada vez que entraba un cliente que quería participar en el sorteo le agarraba del brazo, le llevaba a la otra tienda y le presentaba a su dueña”, cuenta el librero. Él tiene muy claro que quien trabaja en su sector en términos de rivalidad está equivocado. “Ahora dicen que va a abrir aquí al lado un Artepan”, continúa, mientras señala todo recto a la izquierda desde la entrada de su tienda, en Pintor Díaz de Olano, “y puedo entender que el bar de enfrente esté preocupado porque le pueda quitar algún café, pero también puede atraer más gente”. Y esa posibilidad suena bastante mejor que el ruido demoledor de una persiana que se baja un día sin esperanza de que vuelva a levantarse en mucho tiempo.

“Hay barrios que se están muriendo y es realmente triste”, advierte Laura. A bote pronto, se le viene a la cabeza El Pilar, donde vivió temporalmente tras su llegada hace ya unos cuantos años a Vitoria. “Es bonito, verde, amplio, pero el declive desde entonces ha sido terrible. Y como ése, otros tantos”, se lamenta. Por eso no le faltan ganas de participar en cuantas iniciativas de dinamización sean precisas ara poner los focos, cual estrellas de cine, sobre su negocio y el de sus compañeros. De hecho, la campaña de Navidad sólo va a ser la primera de muchas más a partir del año que viene, en fechas señaladas u ordinarias. Todos tienen claro que si se dedican a esperar a que las instituciones materialicen esos archiconocidos compromisos de apoyo al sector, San Martín acabaría enfilando el mismo camino hacia las tinieblas. “Que por cierto, eso me recuerda algo. ¿Qué está pasando con las farolas? Cuando las tiendas apagamos los reflectores, la plaza Gerardo Armesto se queda totalmente oscura. Y el resto de la ciudad, salvo el Casco Viejo y alguna zona más, está igual ”, denuncia la joven, haciendo un inciso, aunque en realidad no sea tal.

En esta época en que los días están tan a dieta de Sol, un correcto alumbrado en la vía pública ayudaría a los comercios a hacerse más visibles, lo cual siempre es bueno para que la gente se detenga frente a los escaparates, entre a mirar y, con suerte, compre. “Pero la tarde nos engulle a todos”, alerta Laura. Así que reclamos como la alfombra o los pinos temáticos parecen, más que nunca, una buena idea. Ambos elementos realzan la presencia de los comercios y, ya de paso, contagian de ambiente navideño espacios a donde no llegan las luces que todos los años el Ayuntamiento pone -y renueva, que no le gusta repetir- en la aldea medieval, el Ensanche y alguna que otra arteria comercial próxima al centro. “Ésa es la idea también, claro, contribuir a la creación de una atmósfera bonita, festiva, que se note a pie de calle en qué época estamos”, asiente la frutera.

Y como además la Navidad es, al menos teóricamente, tiempo de paz y de amor, el dinero que se recaude con la venta de boletos tendrá un fin solidario. El año pasado, los 615 euros que se recolectaron gracias a la venta de todos los billetes se destinaron a una asociación de mujeres. En esta ocasión, se ha escogido a Aitzina lan-taldea, un colectivo nacido en Vitoria en octubre de 2010 para apoyar a las personas que padecen ataxia-telangiectasia, respaldar a sus familias, hacer visible la enfermedad y conseguir fondos para su investigación. Gente que ha decidido no esperar a que las cosas pasen por sí solas, porque su crisis es una enfermedad rara, hereditaria, progresiva, terrible, que, de momento, no tiene cura.