en tres semanas llega su mes preferido, diciembre, que lo inauguran con una fecha tan señalada como el 5, que conmemora su día, el Internacional del Voluntariado, al que le sigue una época en la que por obra y gracia del espíritu navideño se hacen posibles los milagros, como el de ver cómo aumenta el número de personas que quieren ayudar en favor del cambio social. Y, aunque siempre es bienvenido este refuerzo puntual, la encomiable labor de estos colaboradores se necesita todo el año. Su solidaridad organizada no entiende de calendarios ya que son ellos los que actúan, sea la hora que sea, para que los mayores se sientan lo menos aislados posible o los que llevan a los que duermen en la calle un bocadillo, un café o una manta con la que abrigarse de la gélida Siberia-Gasteiz y de las frías miradas de la impasibilidad humana. Algo tan simple como este tipo de compañía es el calor humano que siempre agradecen los que sufren más riesgo de exclusión social y el que bombean los diferentes colectivos que luchan por una sociedad alavesa más justa e igualitaria. Pero para que el riego sea continuo, todos los colectivos sin ánimo de lucro, desde los más conocidos a los más pequeños, coinciden en reclamar que son precisas muchas más manos dispuestas a hacer con ellos un compromiso permanente los doce meses del año. Muchas y variadas son las necesidades que atienden todos ellos, como demuestra un simple vistazo al listado foral del Registro de Asociaciones que contabiliza hasta 44 de las que trabajan por la inclusión social. Más difícil de precisar son los miles de alaveses que sostienen su tejido, como igual de inestimable es el trabajo que ejercen en su tiempo libre y que posibilita una mejor calidad de vida en este territorio. Por ello, este diario se ha propuesto poner cara, al menos, a una parte de ellos.
Uno de estos rostros es el de Iker Tapia (37 años), uno de los 61 voluntarios de la asociación sin ánimo de lucro Aspace Álava, que hacen posible que las personas con parálisis cerebral y otras alteraciones afines puedan disfrutar también en su tiempo ocio. En el caso de este bombero, hace cinco años que animado por una amistad se mojó con este compromiso. Y literal, puesto que empezó en natación, una de las actividades, que junto con el aspaclub, son las que necesitan en estos momentos más colaboradores. “Lo mejor es cuando llevas tiempo, como mis cinco años, y puedes ver la progresión tan grande que puede dar un socio, como así les gusta que les llame, como cuando se incorporan al grupo de natación de los afectados que tienen más autonomía en el agua. Alguno de ellos hasta compite. Es un salto enorme”, recuerda con orgullo este vizcaíno afincado en Vitoria, quien no se cansa de publicar en las redes sociales lo recomendable que es participar en la asociación. Y no es para menos, porque cada socio es una historia diferente. Está el caso de Noelia, la joven de 19 años que empezó con él en natación 1, el grupo más terapéutico, y que ahora está en el 3, más deportivo. Todo un ejemplo de superación. “Hace un mes que ha publicado un libro de poesía que ha escrito ella. Hay que olvidarse del pobrecitos porque pueden desarrollar capacidades asombrosas. Es un mundo increíble, como cuando les pongo música clásica desde el móvil y con los primeros compases ya me dicen quién es el compositor”, explica emocionado este joven solidario, que acude cada lunes, martes y viernes a la piscina. A veces también los fines de semana que hay competición de natación. Pero no siempre se puede. “Faltan más voluntarios y, sobre todo, chicas que puedan entrar en los vestuarios de las socias para ayudarlas a cambiarse”, reclama Iker. Es una cooperación claramente gratificante y para la que, como recalca, sólo hace falta un gorro y un bañador.
Francisco Vela (60 años) es otro de los que tiene claro que echar un cable a aquél que más lo necesita es una de las pocas decisiones que se toman en la vida sabiendo que es la correcta y de la que uno es imposible que se arrepienta. Por eso a él se le quedó grabada a fuego el día en el que empezó a colaborar en Cruz Roja. “Desde el 16 de enero de 2013”, recuerda con orgullo este hombre, al que cuando la vida le asestó uno de los reveses más duros, él ofreció su mejor cara. “Me quedé en el paro porque quebró mi empresa y me pareció muy buena idea ayudar en Cruz Roja, una asociación de la que mi mujer es socia”, matiza este colaborador del área de preventivos, el de las ambulancias, uno de los muchos y variados proyectos en los que trabaja esta conocida institución humanitaria. “Que se necesitan para cubrir un evento, del tipo que sea, dos ambulancias, pues ahí estamos”, explica este hombre, que dedica las mañanas de entresemana a llamar a los conductores disponibles y de realizar, en colaboración con el director de socorros, la hoja de pedidos en la que va el número de ambulancias, todoterrenos o personal sanitario para cada ocasión. Pero además del servicio de oficina, Francisco acude siempre que puede a la Unidad de Emergencia Social (UES). “Tres días por semana vienen dos compañeros a las 19.00 horas y preparan la cena, ya sea unos bocatas o macarrones, y luego yo mismo, junto con otros colaboradores, a partir de las doce de la noche vamos en un vehículo de Cruz Roja a dar de comer a las personas que duermen a la calle”, explica. Una hora intempestiva para gran parte de los mortales, pero que para este gasteiztarra merece la pena. “A mí me llena mucho y además sé que hago algo por la sociedad, por eso lo recomendaría”.
Esta misma opinión la comparte su compañera de voluntariado Rosa García (53 años), quien empezó a ayudar en Cruz Roja en 2011 porque, como recuerda, siempre le habían parecido muy importantes las labores que hace. “Me pasé un día y me apunté en auxilios y socorrismo. Tuve que hacer unos cursillos y charlas para formarme primero y luego empecé a salir en servicios hasta que por mi trabajo lo tuve que dejar”, relata Rosa, quien desde el año pasado retomó su colaboración en Cruz Roja con el proyecto denominado Ahora + que nunca. “Toda la ropa que nos llega, más accesorios y muebles, como cunas o sillas, y que donan tanto la gente como los comercios, la clasificamos y tomamos nota de las tallas y cuántos miembros son de la familia para saber luego a quién poder dársela”, especifica Rosa.
La pareja gasteiztarra formada por Anita Sáez (37 años), más conocida como Nita, e Iñaki Prieto (46) son otro ejemplo de solidaridad a prueba de calendario, ya que llevan la friolera de una década poniendo su granito de arena en Medicus Mundi Álava, la asociación sin ánimo de lucro que, gracias al esfuerzo de sus socios y de las 37 personas colaboradoras estables en este territorio, contribuye a promover el desarrollo humano de los pueblos más empobrecidos del planeta, dedicando especial atención a las tareas de fomento de la salud. Ellos, en concreto, echan una mano en la tienda de la asociación, llamada Denda Mundi, en Pío XII, a la que suelen ir todos los lunes por la mañana. Allí ayudan a vender productos, como una tableta de chocolate, por la que el productor de comercio justo recibe el 33% sobre el precio final, algo que no suele ocurrir, por lo general, en cualquier comercio convencional, ya que la cifra que éste recibiría sería de un 6% . “Estamos sobre todo en la tienda de comercio justo, pero también en días señalados como el Día de Comercio Justo, que se celebra el segundo sábado del mes de mayo o ferias de economía solidaria, como la celebrada en el Iradier Arena el pasado mes de junio. Ayudamos en lo que podemos”, explica Nita. Ésa es su “tarea” habitual, aunque para ellos es casi un “hobby”, en el que además de ser solidarios, han encontrado otras ventajas como la del grupo de amigos que han hecho en Medicus Mundi, con los que hacen hasta meriendas de voluntarios. Por eso, ambos tienen claro que repetirían experiencia. “Por supuesto”, dicen al unísono. “La necesidad de colaboradores que tenemos es para todo el año, más allá de las colaboraciones puntuales que se dan en plena época navideña. Necesitamos gente que en su tiempo libre quiera ayudarnos con un compromiso permanente de voluntariado”, detalla Iñaki, quien a lo largo de esta década como voluntario ha visto cómo poco a poco ha ido aumentando la ciudadanía concienciada con el comercio justo. “Ahora hay más gente que va a la tienda, pero queda mucho camino por recorrer”.