Ellos, los nuestros, no han asaltado las calles de Vitoria. No han quemado banderas alemanas ni productos franceses. No han declarado la guerra a los cartones del súper regalando el fruto de su esfuerzo. No han amenazado con bloquear las industrias de la provincia. Pero tampoco es que hayan permanecido callados ni parados. Han estado en otras protestas, en San Sebastián y Pamplona, han acudido a un encuentro en Madrid y han defendido las reivindicaciones de las provincias que más sufren. Porque, con más o menos impacto, también son las suyas. Ahora mismo, los ganaderos alaveses dedicados al vacuno de leche están subsistiendo. Y si no han ido a peor es porque, en su mayor parte, pertenecen a una cooperativa, Kaiku, que garantiza un comprador y un precio como para ir tirando de ahorros y mantener las explotaciones abiertas. Pero las políticas europeas han ordeñado un futuro lo suficientemente turbio como para no saber hasta cuándo podrán aguantar y, lo que es más preocupante, qué será de esos otros pocos compañeros que no están asociados y o no encuentran alternativas para dar salida a su género o si lo hacen es a cambio de ofertas insultantes que sólo les llevarán a la ruina.
Desde enero, la crisis del sector ha arrebatado a Álava dos granjas. En breve, serán tres. Pertenecían a gente a la que aún le quedaban unos pocos años para retirarse, ganaderos que tras dedicar a sus animales toda una vida, 365 días al año todos los años, se encontraron sin capacidad para continuar. “Es cierto que la falta de relevo generacional ya nos había hecho daño. Hace una década había 90 explotaciones y poco a poco la cifra fue descendiendo. Pero el bajón no había sido tan fuerte hasta ahora. Ya sólo somos 54”, alerta Unai Campo, uno de los profesionales más jóvenes dedicados al vacuno de leche a sus 41 años. Él está convencido, como todo el gremio, de que el detonante fue la eliminación de la cuota láctea el pasado 31 de marzo. Esa medida de Bruselas puso fin al límite de producción y dio rienda suelta al juego de la oferta y la demanda. Los ganaderos ya advirtieron entonces de que la industria se aprovecharía de tanta libertad y fijaría precios irrisorios. No se equivocaron. Producir la leche cuesta de media 34 céntimos por litro, sin contar mano de obra”. Los privilegiados de Kaiku justo están cubriendo los gastos , pero muchos otros trabajadores la venden por menos de 30.
“Con la cooperativa, vamos librando. El precio no está garantizado, pero al menos te recogen la leche. A otros les han vencido los contratos y no son capaces de darle salida”, explica Campo. Y ahí está el quid de por qué los ganaderos están accediendo a vender a precios tan ridículos. La leche es un producto que no aguanta más de 48 horas y la vaca hay que ordeñarla sí o sí, así que es mejor despacharla aunque sea casi regalada si alguien la quiere que tirarla. Pero no, los números no salen. Es matemáticamente imposible, incluso en el mejor de los casos. Y las desgracias nunca llegan solas. A la desaparición de la cuota se suman otros elementos que también han hecho daño, como el veto ruso a las importaciones de la UE, que provocó un aumento de excedentes y el consiguiente reajuste de precios, o el desplome de las compras de China. “Hemos tenido momentos mejores y peores, pero tan malo como éste ninguno. El ritmo de vida sube y nosotros tenemos que aguantar. No podemos hacer otra cosa. No podemos invertir, aunque, por ejemplo, necesitamos renovar maquinaria. Estamos en pérdidas totales”, lamenta Unai.
Y así van pasando los días, con la incertidumbre y la indignación como compañeras tozudas de la rutina del oficio. Él se levanta antes que el sol, a eso de las seis y media de la mañana, y vuelve más tarde, “lo antes que puedo para poder dedicar tiempo a la familia, sobre las nueve de la noche, más o menos...”. Las 150 cabezas de su granja de Costera, un pueblecito del valle de Ayala, le exigen plena dedicación. Hay que ordeñar, atender a las crías, preparar la comida, limpiar, realizar labores de mantenimiento, inseminaciones, partos, volver a ordeñar... “Éste es un trabajo sacrificado. Te pide atención de lunes a domingo, los 365 días del año”, reconoce el joven ganadero. Y, sin embargo, tiene la sensación de que ni la sociedad ni las instituciones son capaces de valorar ni el esfuerzo que supone ni el consecuente beneficio de su actividad. “Nos sentimos abandonados. Pero seguiremos movilizándonos”, afirma. Lo dice con convicción, pensando sobre todo en quienes están peor que él, esos ganaderos que no forman parte de ninguna cooperativa “y cuya situación hay que intentar reconducir como sea”.
Txema López de Abetxuko estuvo a punto de sucumbir. La culpa de haberse visto al borde del precipicio fue su valentía para intentar una gran iniciativa: la venta de leche fresca a la antigua usanza, en botella de cristal, sin intermediarios, a través de máquinas en las que el cliente rellenaba envases reutilizables. El ganadero puso en marcha el proyecto en 2009, junto a nueve compañeros, unidos en la agrupación Arabaesnea. Sólo cinco años después, en verano de 2014, le ponían fin. Aunque al principio fue un éxito, por la novedad y porque el producto era realmente excelente, con el tiempo, la crisis y los acomodados hábitos de la gente, acostumbrada a ir al supermercado y comprar tetrabricks para toda la semana que no necesitan refrigeración, llegó su defunción. Las expendedoras desaparecieron de los distintos puntos de venta y la aventura les salió muy cara. Hoy todavía arrastran una deuda de 100.000 euros, que van sufragando con créditos personales. Pero eso no fue lo peor o, por lo menos, no fue su única desgracia. La empresa a la que le vendían la leche, una socia de Actimel, les notificó el pasado 25 de noviembre que iba a dejar de recogerles el género. Y el 1 de diciembre cumplió la amenaza. Así, de la noche a la mañana. “Y entonces sí que empezó el calvario”, reconoce este ganadero de Olabarri, una localidad del municipio de Iruña Oka situada a tan sólo 15 kilómetros de la capital.
Los ganaderos de Arabaesnea llamaron a todas las puertas, empezando por pesos pesados como Kaiku o Central Lechera Asturiana. Pero pasaba el tiempo “y nadie quería recogernos la leche”. Por suerte para Txema, a finales de febrero, desesperado ya, se hizo el milagro. Encontró un comprador: la empresa Queso Los Cameros, de Haro. Y para mayor satisfacción, se la pagan a 0,32 euros el litro. “Está por debajo del precio de coste, pero no es malo si lo comparamos con otros casos. Algunos socios míos tuvieron que venderla en junio por 0,15. ¡Por 0,15! ¡Así no se puede vivir!”, alerta. Él tiene claro que ha llegado la hora de encontrar una solución definitiva. Que el sector no puede esperar más tiempo ni conformarse con esos parches que suponen ciertas ayudas económicas o tímidos gestos como los de Mercadona, que hace unos días anunció que subiría dos céntimos su oferta a las explotaciones gallegas. El problema es encontrarla y que sea justa para los dos eslabones opuestos de la cadena, el ganadero y el comprador, porque “la realidad dice que si se paga más al ganadero sube más el precio en las tiendas, pero si baja al ganadero no baja en las tiendas”.
La Coordinadora española de Asociaciones de Agricultores y Ganaderos considera que la clave está en regular la producción, establecer medidas de protección comunitaria y de intervención, políticas de excepcionalidad para poder fijar precios mínimos y contratos a largo plazo y transparentes, con políticas regulatorias por parte de la Unión Europea para el conjunto de los Estados. “Pero ya veremos qué pasa. Porque nuestro principal problema, el que subyace detrás de todo esto, es la falta de reconocimiento de nuestro sector aquí y en el Estado”, reprocha Txema. En Álava, el peso del ámbito primario en el PIB ha ido decreciendo, pero sigue siendo un peso imprescindible por todos los sectores que mueve a su alrededor. “Veterinaria, transporte, fabricación de piensos... Un estudio que se hizo hace un tiempo decía que por cada explotación de vacuno de leche, cinco personas fuera de la explotación están viviendo de ello. Eso es muchísimo”, afirma. “Y luego está la conservación del medio ambiente”, continúa. “Sin nosotros los montes no estarían tan bien”, apostilla Unai. Pero, para su desgracia, “todo esto ni se ve ni se quiere ver”. Una sensación de invisibilidad que, sin embargo, no les va a impedir continuar peleando. Sólo quieren lo que creen que es justo. “Poder vivir”. Y esa exigencia tiene un precio. Más de 0,34.