La naturaleza tiene su propia música, con intérpretes de distinto tamaño y condición cuyos sonidos los urbanitas oyen, pero rara vez escuchan. Hace años, por ejemplo, no eran pocos, niños incluidos, los que cuando un pájaro trinaba podían identificar su procedencia con escaso margen de error. Enamorados de sus melodías y en una tradición que se remonta al siglo pasado, los maestros educadores de pájaros cincelan con mimo aves como jilgueros y pardillos, criándolos para que de sus picos surjan cantos dulces y policromáticos con los que, además, poder competir en distintos concursos.

Hoy en día, los educadores de pájaros cantores se afanan a diario por buscar a su mirlo blanco entre las decenas de aves que crían. Sólo tres o cuatro al año, con suerte, serán capaces de enlazar sonidos como los que se requiere para participar en un concurso a nivel local o nacional. Con cuentagotas, un puñado de privilegiados se convertirán en “grandes maestros”, pájaros de interpretación tan perfecta que se usarán para enseñar a otros a imitar sus cantos. Un logro impredecible, buscado pero no siempre encontrado por los educadores.

¿Y cómo se enseña a un pájaro a cantar -copiar, en el argot- sin margen de error? Principalmente, poniéndoles un CD de música con el canto de otro pájaro más experimentado y de pico privilegiado. Aún así, las posibilidades de que aprenda son ínfimas. “Cuando lo consigues es como que si te sale un hijo jugador del Alavés o del Athletic”, resume perfectamente Kepa Larrinaga. Al contrario que otros puntos de Euskadi o el resto del Estado, Vitoria y Álava no son especialmente prolíficos en educadores de pájaros cantores. Pero los que hay, destacan. “Estamos en la pomada”, subraya Larrinaga.

Desde su hogar en Luiando, este alavés de 34 años ha ganado ya varios premios con sus aves, pero cuando se le pregunta no tiene reparos en señalar a otro compañero como el gran educador alavés. “El que es un crack de esto es Txema”, apunta en referencia a José María Fernández. No es para menos. Mientras la mayoría de educadores se limitan a darle al play al CD con los sonidos de otros pájaros, Fernández optó en su día por dar paso más y decidió componer él mismo las melodías en el ordenador de su casa en Lakua, grabando cantos de diferentes pájaros, seleccionando los mejores y controlando ritmos y cadencias en la mesa de sonido como el mejor productor musical. Los réditos no tardaron en llegar. Subcampeón de España, campeón de Euskadi, campeón de Bizkaia recientemente... Las estanterías ya no dan a basto para albergar los cerca de ochocientos trofeos que este educador acumula en su hogar, fruto de décadas de un estudio minucioso del arte de la cría de pájaros cantores.

“Esto requiere muchísimas horas de dedicación al año, de escucharlos cantar continuamente hasta dar con el adecuado. En la naturaleza no existen las matemáticas, y el porcentaje de éxito es muy pequeño”, subraya José María Fernández. El proceso es sencillo de explicar pero complicado de aplicar. El educador cría las aves en cautividad, jilgueros y pardillos en el caso de estos dos profesores. En cuanto pueden comer solos, los separan durante un mes para ubicarlos junto a pájaros “de élite” para que vayan copiando su canto y puedan comprobar si el ave va para jugador de Primera División o de Tercera, siguiendo el símil de Kepa Larrinaga.

Pasado ese tiempo, los recolocan en cajones individuales con un altavoz donde poder escuchar las melodías desde el CD. “Si sale uno bueno, en cuatro meses lo sabes”, apunta Larrinaga, nacido en Llodio residente en Luiando. Una de las claves de su labor es, por tanto, diferenciar cuanto antes entre los que valen y los que no. “Esto es como si en un colegio tienes veinte chavales en una clase. Cinco son buenísimos estudiantes y los otros quince son unos mamones que ni estudian ni dejan estudiar al resto. O haces algo o te van a fastidiar a los demás”, ejemplifica Larrinaga.

permisos de campeo “Yo sé que es un tema raro, y la verdad es que la gente se descojona cuando les cuento lo que hago, pero es algo muy bonito y una tradición que debería hacerse todo lo posible por mantener. Tú ahora le preguntas a un chaval cuál es pájaro que está escuchando y no tienen ni idea. De la playstation lo que quieras, pero de la naturaleza nada”, lamenta Larrinaga. El problema es que, teniendo en cuenta que hablamos de animales, puede darse el caso de que un pájaro que durante meses has cuidado con mimo para que cante como los ángeles se plante en la competición y, caprichoso, no diga ni mú.

Algo como lo que le pasó a Txema Fernández, que el pasado 21 de junio se proclamó campeón del campeonato de Bizkaia de Pájaros Cantores en las categorías de pardillo y mixto de pardillo -Kepa Larrinaga hizo lo propio en jilgueros-, pero pudo haberse traído a Gasteiz una tercera txapela si uno de sus pájaros no se hubiera quedado mudo de repente. “Lo tuve en la mano cantando y al colgarlo para que cantara no le gustó el sitio y no cantó. Los pájaros son así, no son máquinas, son animales. Es lo que hay”, recuerda.

Sin embargo, precisamente para evitar este tipo de contratiempos, los educadores de pájaros están autorizados a sacar sus aves a dar una vuelta, por así decirlo. “Los pájaros tienen que acostumbrarse a cantar delante de la gente, y eso se consigue con los permisos de campeo, que concede la Diputación, para que podamos salir y colgarlos donde queramos. En la plaza de la Virgen Blanca, en la plaza España, en un jardín público... Con eso conseguimos que se acostumbren a ver a la gente, los coches o que se les arrimen los niños y los perros”, incide. Además, saliendo a la calle los pájaros reciben las vitaminas fundamentales para convertirse en unos auténticos Pavarotti con plumas. “Necesitan desarrollar la vitamina D y la E, que son las que favorecen el canto. La D la consiguen con el sol, y la E se la aportamos nosotros con complementos vitamínicos”, explica José María Fernández, apasionado de las aves desde joven, cuando un profesor de FP le inculcó los fundamentos para un día llegar a ser un gran educador. A tenor de los resultados, no se equivocó.