Vitoria - Gaizka iba vestido de calle. Ni traje de cocinero ni de alguacil. Por no tener no tenía ni tambor. Pero tenía baquetas que, en realidad, eran dos bolígrafos. Para él, suficiente. Quería subir al escenario, unirse al resto y aporrear la tamborrada como estaba viendo hacer a unos niños no mucho mayores que él. “Me ha salido batería de heavy metal”, ironizaba su padre, Héctor Alonso, cuando este periódico se acercó a hablar con él. “Mira la que estás liando que se me ha acercado un periodista”, recriminaba a su vástago, al que eso le importaba entre cero y nada. Gaizka, de cuatro años, vino ayer a Vitoria con su familia y, mientras estaba intentando escaparse hacia el escenario, debería en realidad estar viendo a la hija de unos amigos de sus padres, que también andaban por allí.
“Pocos niños para tantas cofradías, ¿no?”, preguntaba Héctor a su interlocutor, que no tuvo más remedio que aclararle que los estandartes no eran de cofradías, sino de sociedades gastronómicas. Eran poco más de las 18.00 horas y la tamborrada infantil, que ayer inició los primeros sones un poco antes que el pasado año, acababa de dar comienzo con los alguaciles txikis de azul -uno por cierto con el brazo escayolado, ni aún así quiso perderse la cita- en la parte derecha de las escaleras del Palacio Foral y, los de rojo, cómo no, en la izquierda. Las tradiciones no hay que romperlas.
Sobre el escenario, el diputado general, Javier de Andrés, saludaba a algunos de los participantes vistiendo un look más informal de lo que acostumbra, que no sólo de traje y corbata vive el diputado. Debajo, fuera del escenario, el concejal de Planificación Cultural, o sea de Cultura, de Vitoria, Iñaki García Calvo, sacaba una fotografía con su móvil a los participantes. Con la banda liderando y los txikis concentrados en sus tambores, la plaza de La Provincia contaba ya con una afluencia importante, incluidos pequeños -y mayores- subidos donde buenamente podían, muros incluidos.
A las 18.20 horas ya habían sonado tres canciones y el público no sólo no se movía, sino que cada vez había más, así que los protagonistas no lo estaban haciendo mal del todo. Bajo la tejavana, las majorettes sujetaban los escudos de las sociedades con firmeza mientras a su lado dos grupos de txikis hacían lo propio, sin estandartes, controlados por dos neskas que les marcaban el paso.
36 años de tamborrada Como cada año desde hace 36 -la primera edición data del 28 de abril de 1979-, la tamborrada infantil puede presumir de ser uno de los principales actos de San Prudencio, y que dure. Muchos de los gasteiztarras que a esas horas no estaban todavía dando una vuelta y comiendo unos talos en Armentia, algo que la climatología permitía perfectamente, estaban ayer en la plaza de La Provincia viendo a sus hijos e hijas, o a sus sobrinos, o a los hijos de unos amigos.
Entre el público, la imagen más habitual fue un año más la del aita o la ama con su hijo aupas. Eso los que no tenían al suyo en el escenario, fácilmente identificables porque o bien sacaban fotografías a ritmo de World Press Photo o mantenían la mirada fija en su retoño con una sonrisa que ni el Joker. Con las manos algo cansadas, el centenar de pequeños participantes fue abandonando el escenario para cerrar el recorrido y deshacerse de sus tamboriles. Objetivo cumplido.
Tamborrada. La tamborrada txiki celebró ayer su 36ª edición. La primera data del 28 de abril de 1979. Los niños y niñas que participan tienen entre 5 y 15 años.
Celebración. El acto con los más pequeños ejerce de punto final de las celebraciones oficiales en el día de San Prudencio.
Biznietos de Celedón. Además de el acto celebrado en la plaza de La Provincia, la tamborrada a cargo de los Biznietos de Celedón recorrió el centro de la capital alavesa por la mañana desde la fuente de Los Patos.