Un día, la capital alavesa rompió las costuras de la antigua circunvalación. El traje de los años cincuenta ya no daba más de sí. Había necesidad de nueva vivienda, pero no tanto por el estallido demográfico de su anterior estirón, sino por la situación inmobiliaria. Las nuevas generaciones no podían ni llamar a la puerta del mercado libre, demasiado caro. Y se comenzaron a erigir, más allá de la frontera conocida, los pisos de protección oficial. Primero fue Lakua. Luego Salburua y Zabalgana. Y después Aretxabaleta. Islas en su origen, con casas en vez palmeras, separadas entre sí y de la ciudad consolidada por solares vacíos. No se buscó la compacidad. No había intención. Se levantaron sobre todo de fuera hacia dentro, dejando parches, para revalorizar el suelo intermedio y repartir ganancias entre su propietario, la Administración, y su comprador, el constructor. Y enseguida la etiqueta de barrios dormitorio cayó sobre ellas. Es que lo eran. La gente tenía donde descansar, pero no servicios básicos. Esperaron, mucho, a que llegara alguno. Y al final, en aquellos sectores que fueron creciendo en casas y habitantes, la mayoría ya, lo hicieron. La masa crítica invitaba a implantar actividad. Ahora, son cada vez más los vecinos, familias jóvenes principalmente, que ni se plantean ir al centro cuando disponen de tiempo libre. Tienen ocio, al menos gastronómico, que es el que más tira cuando se trata de desconectar. Y eso es bueno para la periferia. Pero sólo para ella. A costa de esa política urbanística, que no cesa porque se sigue montando ladrillo, y de sus consecuencias sociales, ahora los barrios que empiezan a sufrir de falta de vida son los que hace tres décadas la tenían toda. Y ése sí que es un problema complejo.

El informe de población del Ayuntamiento de Vitoria recién publicado dibuja una radiografía perfecta de la pérdida de habitantes dentro de la vieja circunvalación y de su progresivo envejecimiento a costa del aumento, a golpe de juventud, fuera de ella. Abordaremos esa tendencia pronto, pero antes habría que echar un vistazo a los datos generales. Por contextualizar. La capital alavesa tiene en este momento 245.036 habitantes. De ellos, 120.066 son hombres y 124.970 mujeres. Hasta los 24 años, la presencia masculina es algo mayor. Luego fluctúa para un bando u otro, sin demasiadas diferencias. Y a partir de los 45 ellas comienzan a pesar más en la balanza, especialmente en la recta final de la vida. De llamarle de alguna forma a Gasteiz, tendría que ser en femenino. Y también de usted. Poco a poco, el paso del tiempo le empieza a pesar. El índice de personas mayores (de 65 años para arriba) es ya del 19,6%, un porcentaje en aumento frente al 14,6% de jóvenes (de 14 a 29 años) y el 17,04% de menores (de 0 a 17). Cierto es, no obstante, que los grupos de edad más abultados continúan siendo los de entre 35 y 65 primaveras.

¿Y cómo se distribuye toda esta gente a lo largo y ancho de Vitoria? En el top de distritos populosos se sitúan Lakua-Arriaga, con 27.978 vecinos, Zabalgana, con 22.347, Sansomendi, con 21.098, y Salburua, con 15.709. También allí los índices de personas mayores de 65 son comparativamente los más bajos: 9%, 2,1%, 8,7% y 2,7% respectivamente. Y a éstos habría que añadir Aretxabaleta, que aún está en proceso de asentamiento pero si algo tiene son pocos achaques: un 3,6% de abuelos. Es en la Gasteiz ceñida por la vieja N-1 donde se peinan más canas, aunque por zonas algunas destacan a lo bestia: Gazalbide, 2.314 habitantes y un 39% de jubilados; El Pilar, 9.168 personas y un 37,8% de veteranos; Zaramaga, de cuyos 11.953 residentes el 36,1% ya pertenece a la Tercera Edad; y Txagorritxu, 8.107 vecinos y un 35,6% de pensionistas. Les siguen en la lista, con un porcentaje que ronda el 30% de personas mayores, los barrios de Coronación, San Cristóbal, Arana, Judimendi y El Anglo. Índices que, tanto en un lado como en el otro, han ido creciendo en la última década, como lo demuestran las pirámides gráficas del informe, aumentando todavía más la brecha generacional entre las dos Vitorias. Y eso es un problema. O, más bien, un problema de problemas.

Cuando la presencia de jóvenes se reduce en una antigua zona de la ciudad, la anciana crece, la población acaba descendiendo y esa oscilación en la pirámide demográfica impacta en la actividad económica. Los negocios empiezan a cerrar porque su actividad es insostenible y el ambiente en la calle se debilita. El barrio pierde atractivo, la imagen de la lonja vacía se convierte en epidemia y las viviendas pierden valor. Casas que, por otro lado, no suelen cumplir los requisitos de las nuevas generaciones: muchas carecen de ascensor, tienen una disposición de largos pasillos y habitaciones pequeñas y energéticamente son poco eficientes. Y así, pasa lo que pasa. Que resulta muy complicado recuperar población. Y si llega gente nueva suele ser de una condición económica inferior. Y se forman los guetos. Y todavía es más difícil devolver a ese lugar el brillo de antaño. Y, poco a poco, va muriendo. De ahí los planes de rehabilitación que empezaron a anunciarse en el gobierno de Alfonso Alonso y a los que siguieron otros desde entonces con distintas fórmulas pero el mismo final. Más allá de intervenciones puntuales, todos quedaron en agua de borrajas.

La tendencia de conversión de los distritos consolidados de Vitoria en decadentes barrios dormitorio es, no obstante, cada vez más visible. Y los partidos se han visto en la obligación de elevar su compromiso de mirar por fin hacia dentro y mejorar lo que lleva construido desde hace ya tantísimos años como vía para revertirla. Una rehabilitación urbana que conllevaría, a su vez una revitalización socioeconómica y el rejuvenecimiento poblacional. En principio, parecía que el Ayuntamiento había decidido focalizar sus esfuerzos en cinco zonas de la ciudad, a las que se etiquetó como de oro: Coronación, Adurza, Zaramaga, Ariznabarra y Abetxuko. Cinco distritos nacidos con el boom industrial de los sesenta, desarrollados a velocidad de vértigo y ahora en caída libre. Ahora, sin embargo, el único proyecto concreto que hay sobre la mesa, elaborado por el PNV, estira esas fronteras y aboga por modernizar todas las viviendas de 50 o más años que haya en Vitoria, independientemente de su ubicación.

¿Y cómo se haría? Mediante un ambicioso proyecto impulsado desde el Ayuntamiento, aprovechando las posibilidades de colaboración y ayuda que ya ofrecen el Gobierno Vasco, con sus inspecciones y diagnóstico de los males que aquejan al parque de viviendas, y la Unión Europea, con su línea de subvenciones para financiar las obras. Con ese trabajo a tres, el primer paso sería realizar el diagnóstico de cada uno de los inmuebles para conocer las carencias y arreglos necesarios, en connivencia con los propietarios. Luego se priorizarían las reformas según la urgencia. Y empezaría la acción. Las intervenciones podrían realizarse en los próximos diez años, a un ritmo de reforma de 2.000 pisos al año (160 edificios) si el Ayuntamiento se lo tomara en serio. Justo el condicionante que más veces ha flaqueado en la última década cuando se ha hablado de revitalización.